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sábado, 5 de octubre de 2024

Antonio Bienvenida, en el recuerdo

Madrid inundó de luto sus calles, recorridas por una masa gris, de gentes tristes que lloraban hacia dentro. El 7 de octubre de 1975 el sepelio de Antonio Bienvenida desencadenó una manifestación espontánea de dolor que colapsó la ciudad.
 La procesión desde su domicilio, en General Mola, 3, desbordó el coso/foso de Las Ventas con el féretro a cuestas, recorriendo el camino inverso de tantas tardes de gloria, cuando los mismos miles de partidarios lo llevaban a hombros hasta allí, desde la plaza, alborotados de filigranas. 
Y Antonio saludaba desde el balcón como un dios asomado a su universo.


Por esa misma calle de Alcalá bajaba el 7 de octubre del 75 un río de lágrimas negras. La apoteósica vuelta al ruedo desembocó en su última Puerta Grande, 11 veces después. Una vaca le había partido el cuello a traición al maestro de la naturalidad perpetua y la sonrisa perenne, unos días antes, en la finca de Amelia Pérez Tabernero. A los pies de la serranía de Guadarrama, su sobrino Miguel, depositario de su sabiduría, la esperanza de la dinastía, a quien enseñaba secretos de torería aquel día, y su hija Paloma, una niña entonces, la niña de sus ojos, asistieron a la tragedia que recuerdan como si fuera ayer. Ahora nos reunimos no para conmemorar su muerte, sino para celebrar su vida, la épica historia del torero por excelencia de Madrid, los 100 años de su nacimiento: 25 de junio de 1922, Caracas, Venezuela, ya ves.


"Todo superó lo imaginado, secuestraron la caja, rompieron los planes del entierro, programado en la Sacramental de Santa María. Nadie había convocado nada. Te digo una cosa: Antonio Bienvenida fue el torero con más partidarios en Madrid de toda la historia", sostiene Miguel ante un retrato imponente de su tío, vestido de grana y oro, firmado por Baldomero Romero Ressendi.

La casa de Paloma es un museo de gastados capotes de paseo, viejos trajes de luces, finos apuntes de arte y toros fieros. Su padre mira de soslayo la conversación de sus herederos, los últimos Bienvenida: "No me dejaron ir al sepelio. Yo apenas tenía 14 años. Cuando se iban al cementerio, el tío Ángel Luis le dijo a mi madre, 'oye, quieren llevarse a Antonio a la plaza de toros a darle la vuelta al ruedo. No nos va quedar más remedio'. Y mi madre dijo 'bueno, lo que tú veas que tenemos que hacer'", puntualiza Paloma con la voz entera y el gesto quebradizo.


La prensa entera unificó en una sola voz su despedida: "Lloran la desaparición del perfecto profesional, del torero de la naturalidad, del hombre de bien, del caballero intachable" (Vicente Zabala); "te has muerto tú, el torero total. Como un museo de torería milagrosamente salvado en una época en la que torear empieza a ser sólo repetir series del mismo pase" (Alfonso Navalón); "Antonio no sólo ha sido el mejor torero de su época, sino que fue algo más: un símbolo el último romántico del toreo" (Carlos Ilián); "fue un torero de época y así entra en la historia" (Vidal).

Atrás quedaban las leyendas reales de los tres pases cambiados, la denuncia del afeitado a mediados de los 50, que le costó el veto de no pocos, la cornada bestial en Barcelona del toro de Trespalacios -el mismo hierro que seccionó la carrera del Papa Negro, su padre y maestro-, las reapariciones desde el lecho del dolor vestido con el mismo traje para hacer la misma suerte, la vuelta en el 71 con una corrida de Samuel en Madrid (106 tardes), la amistad entrañable con los Dominguín traducida en rivalidad por los partidarios irreductibles, febriles de pasión.

Antonio Bienvenida sería hoy de Morante de la Puebla

Paloma y Miguel

Miguel, hijo de Ángel Luis, el espíritu de Manolete puesto en pie dentro de la dinastía bienvenidista, explica qué significó Antonio Bienvenida en la Historia del Toreo. "Fue un ejemplo exacto de lo que es la torería. De cómo se anda con caballerosidad por el mundo del toro y cómo se anda en la vida. Y como torero qué puedo añadir yo. Interpretaba todas las suertes con gracia, con sevillanía, con un aire señorial. No sólo era técnicamente casi perfecto, porque él era un perfeccionista, sino que además poseía la chispa, el don de Sevilla, que llevaba en el corazón. Sobre su valor, mi padre siempre decía que Antonio tenía un valor silencioso".


Paloma subraya su 
capacidad para sobreponerse a terroríficas cornadas, a aquel rumor canalla que le dio por acabado cuando el toro de Trespalacios le sacó el paquete intestinal en Barcelona, o para superar aquella gravísima puñalada en el cuello de un toro de Juan Cobaleda de 1958 en Madrid, siempre Madrid... "A mi padre le apasionaba su púbico, esa exigencia. Y se exigía muchísimo. No es que se considerara torero de Madrid, es que le hicieron torero de Madrid. Siempre con Sevilla en el alma".

"Antonio no entendía el toreo de otra forma que no fuera como arte", escribió Vicente Zabala [Hablan los Viejos Colosos del Toreo. Editorial Prensa Española, 1976]. "Se lo habían inculcado desde niño. (...) Una madrugada en el barrio de Santa Cruz, de Sevilla, cuando empezaba a despuntar el día después de haber paseado destemplados por aquellas hermosas y angostas calles, empezó a torear de salón con la palma de la mano. Movía el brazo con la misma naturalidad con la que estaba en la cara del toro. (...) Le gustaba hacerse los vestidos de torear con golpes de oro en el chaleco como los toreros antiguos, que le daba un aire de torería cuando se abría la chaquetilla con motivo de alguna suerte. Jamás usó la espada de madera, siempre toreó con la de verdad y gustaba de estar colocado en el burladero más cercano a aquel donde muleteaba un compañero. Siempre que tenía el capote en las manos tenía la montera puesta. Para Antonio el toreo era un rito".


En la plaza de Madrid, hay recuerdos de Antonio en cada esquina: el monumento de Sanguino en la explanada de la Puerta Grande, la placa que hay en una pared en la misma, una sala de cultura con su nombre, una cerámica por el aniversario de su muerte y su Cristo del Gran Poder, al que rezan los toreros en la capilla de la plaza. Ese mismo Cristo al que la abuela de Paloma rezaba cuando toreaba cualquiera de sus cinco hijos: Manolo, Pepote, Antonio, Ángel Luis y Juanito. ¿Qué papel jugó la religión en la vida de Antonio Bienvenida? "Siempre fue muy creyente y al final de su vida, en su cinco o siete últimos años, se hizo numerario del Opus Dei. Rezábamos el rosario todos los días, pero no era de esos 'cargosos' que quieren que entres en la Obra sí o sí", remata airosa la niña de sus ojos.


Antonio Bienvenida fue partidario de Dios y de 
Domingo Ortega. Siendo de escuela gallista, rendía su admiración al temple, a Juan Belmonte. "Todos los toreros tienen su torero preferido. Da igual que seas una figura del toreo. El torero de Pepote Bienvenida, que posiblemente de todos los hermanos fue el más poderoso completo, era Félix Rodríguez. Y el de mi padre, Manolete", se ilumina Miguel hablando.

¿Y de quién sería hoy Antonio Bienvenida? "De Morante", entonan Paloma y Miguel al unísono. "Mira si mi padre tendría valor que, con el cuello partido, tendido sobre un capote, movía las manos para despreocuparnos. 'No pasa nada, Pilón', decía".

Sólo la muerte.

Y Madrid inundó de luto sus calles, de gentes tristes que lloraban hacia dentro.


SEIS TARDES DE SEIS TOROS EN MADRID

Antonio Bienvenida se anunció en Madrid en seis ocasiones con seis toros. La primera de ellas fue la primera de las suyas y de todas las demás y esconde su historia. Esperaba el hijo del Papa Negro el mano a mano con Manolete del 21 de septiembre de 1947. Pero el cartel se truncó en los pitones de Islero, y Bienvenida decidió hacer frente a los seis toros de Antonio Pérez. Dotaba el maestro a las corridas en solitario del ritmo imprescindible, de la variedad innegociable, del conocimiento de la lidia, de la sabiduría de la colocación, superando con habilidad la irregularidad de su espada. No sé si alcanzó alguna vez la precisión horaria de Gregorio Sánchez con seis de Barcial, liquidados en 80 minutos (siete orejas). Fue en ese mismo año de 1960 cuando Antonio Bienvenida intentó la locura de lidiar 12 toros, seis de tarde y seis de noche. Al noveno, el agotamiento físico arruinó la gesta. Del ritmo y la maestría de Bienvenida en las corridas de seis toros escribió Corrochano una crónica como si fuera una epístola a Gallito: "En esta fecha que te cito, José, 3 de julio de 1955, un torero llamado Antonio Bienvenida lidió y toreó seis toros de Galache, como tú lidiaste y toreaste los siete de Martínez. Deshizo el eslogan de bazar taurino y juntó los verbos lidiar y torear seis toros una misma tarde". Aquella corrida bienvenidista que describía Corrochano, a plaza llena un 3 de julio, fue de una generosidad hiperbólica, pues toreó Bienvenida con su corazón altruista para el Montepío de Toreros, que se lo llevaron a hombros como si fuera Bombita, como si fuera Marcial, por la misma Puerta Grande que 20 años después se estremecería al clamoroso paso de su féretro.


ZABALA DE LA SERNA

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