Pasó San Miguel y con él, el último tramo de un abono que ha mostrado su fortaleza en la taquillas desde la primavera al otoño. Los tres llenazos del ciclo final -ya hubo otros seis anteriores- certificaban la expectación despertada siguiendo la tónica de tantas ferias y plazas que han visto repoblar sus tendidos como ya no se recordaba. Las ganas de toros o el repunte de la afición es una evidencia que se suma a esa marea joven que se siente tan taurina.
La reacción contra la política de cancelación o el lento derribo de la ajada y fallida cultura woke son algunos de los factores a tener en cuenta para este florecimiento taurino que también debe mucho a la excelencia artística de un torero de época como Morante de la Puebla y un figurón de indiscutible tirón mediático como Roca Rey.
Los dos gallos del corral, precisamente, se vieron las caras en el cartel estrella del ciclo, una corrida -como la del pasado 1 de mayo- que brillaba por sí misma en la cartelería y había ido ganando tirón a la vez que se desbordaba la propia campaña del genio cigarrero y arreciaba la competencia con el paladín limeño. Pero donde queríamos ver guerra al final hubo paz: Morante y Roca limaron cualquier diferencia con unas palabras de hombre a hombre que sellaron con un gesto de complicidad. La corrida de Cuvillo, eso sí, frustró cualquier componenda e impidió que Javier Zulueta, que perdió una oreja por la espada, pudiera salir más airoso del doctorado. Las lanzas han vuelto al armero...




