Paco Guerrero https://www.huelvainformacion.es/
A estas alturas de la historia nadie le niegue un perejil al incontestable golpe en la mesa para que un torero soberbio pero modesto entre la élite del escalafón le pegara un pellizco a la historia de La Maestranza. Y a la de él mismo.
Esa firmeza del palco remata de cabo a rabo la esencia de una tarde mágica y maravillosa de toreo como la que David dejó escrita ayer tarde en Sevilla.
Porque toda la tarde fue suya. Ni de Cayetano ni de un desarbolado Roca Rey que tampoco alcanzó a encontrar la firmeza que le otorga su rango de máxima figura frente al quinto; cuando ya Miranda había deslumbrado con una majestad fuera de duda a toda una plaza que andaba a ciegas con los dos primeros toros desfondados de El Parralejo.
Miranda había desafiado al mismísimo Roca con un quite que levantó ampollas. Tantas como para que el peruano quisiera dejar sentado que lo del capote a la espalda también le ponía.
Pero la faena al castaño del Parralejo enseñó los dientes afilados de un Miranda con aplomo y torería infinita.
Él encendió la luz de una tarde en la que el público ser aferró a esa figura embutida en un traje inmaculado con reminiscencias de una tarde de triunfo en su tierra una tarde de mucho calor.
El Parralejo le debe a David sacar a flote ese toro; mimarlo, consentirlo, acariciarlo y torearlo con un sentimiento tal que Miranda elevó ese as del temple y la quietud hasta el infinito donde hacer que el toro sucumbiera al placer de embestir, de irse con esa buena clase a buscar ese sitio donde los muletazos acariciaban; sumir la tarde en ese mágico alarde de toreo que tienen las tardes grandes.
Y todo eso se iba hilando en ese templo sagrado del toreo que es La Maestranza. Todo.
La faena fundió a triguereños, sevillanos, portugueses en un autentico Sursum corda.Tan de verdad, tan sincera, que aquel idilio de una tarde de primavera solo respiraba de verdad con la verdad de un torero de Huelva.
Era como si la princesa hubiese besado al sapo para convertirlo en príncipe. Porque David besó al sapo para dejar atrás dos toros insulsos y le dio un brillo de sinceridad y madurez torera como para convertir en un manicomio de oles a la mismísima Maestranza.
Cuando el sexto salió del caballo David sabía que tenía toro para intentar el romance. Para dar una vuelta de tuerca más a esta fecha mágica de Sábado de Farolillos y mirar con firmeza y ambición a esa puerta que le da el prestigio a los toreros. A esa Puerta del Príncipe que tan cara es cuando es de verdad y ayer lo fue.
El de Parralejo tenía ese inconfundible sello de la nobleza brava. Era tentador por los cuatro costados y Miranda se atrevió a enseñar esos pies enterrados en el albero; ese inconfundible valor de su tauromaquia y terminó de convertir todo aquello en una tarde de lujuria y placer. Un regalo para los sentidos de una plaza que se había extasiado con los sones de Juncal porque a los de Tejera se les vino con justicia un toro de despedida y que terminó apasionada cuando Miranda enseñó que no es solo un torero de valor. Aunque sonara Manolete.
Un regalo para los sentidos. Una faena de sencillez y de armonía por sus cuatro costados. Una explicación del por qué Miranda tiene mimbres para ser un torero de temporada.
Miren, el triunfo de David viene de más lejos. Viene amasado de sufrimientos, olvidos, retos personales, cariño y un amor profundo por su profesión. Viene de todo eso y de salir ayer a ese paseíllo en Sevilla sabiendo íntimamente que era el convidado pobre de la tarde. Sí, sí, el convidado pobre al que sin embargo un empresario como Ramón Valencia había puesto en un lugar estratégico y con vitola de la feria 2025.
A mí me vale que ayer Miranda fue artista, lidiador y un extraordinario matador que sabía a donde había ido en esa fecha mágica que a partir de ahora será para muchos este diez de mayo.
Primavera en Sevilla; primavera en un relato de una tarde de toros al que le duele el alma. Le duele de alegría como duelen las cosas que se pegan al tuétano de la vida para narrar una tarde que no es solo Puerta del Príncipe; que sí, que también; pero no solo eso. Es carbón para seguir andando; es respeto para que no haya que saltar tantas ingratitudes para torear. Y es orgullo. Orgullo de saber que un tipo que ayer se despidió de su hijo pequeño en casa no dudó en atornillarse a ese albero tan bonito de la Maestranza a lo que tuviera que ser y seguramente un día se lo explique.
Cayetano besó ese albero en señal de despedida. Miranda lo atormentó tanto como atormentan los amores que empiezan y dejan ansia por volver. Ojalá.
Un triguereño y Sevilla. Romance de primavera a la verita del Guadalquivir.
¿Juncal? ¡Juncal, Miranda!
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