Querido amigo:
Si
en vez de carta esto fuese un artículo, no tengas duda de que lo hubiera
titulado, refiriéndome a ti, “Coherencia”, haciendo referencia a tu capacidad
de hacer de tu vida ganadera y personal –en lo que la conozco– un conjunto
unitario y sin contradicciones. Porque pocas personas conozco tan coherentes
como tú. Acuñaste los consejos que te dio tu padre, seguiste el camino que él
abrió primero sin desviarte de la senda, mantuviste fiel a sus parámetros
–mejor: vuestros parámetros– el alto prestigio de la ganadería profundizando en
los principios heredados y, sabiendo compaginar sabiamente
esa máxima de que el ganadero debe llevar la ganadería al tiempo de que la
ganadería lleva al ganadero, convertir vuestra divisa tricolor en un santo y
seña de honestidad, afición, compromiso con la Fiesta y garantía para el
aficionado.
Tienes la inmensa fortuna de haber tenido como referente a tu padre, don
Celestino, al que yo tuve la suerte de conocer y tratar para que me dejara la
imborrable huella de un eterno agradecimiento hacia su persona. En él aprendí
–como en ti he vuelto a constatar muchas veces– la tremenda diferencia que
existe entre el señorío y el señorito. Lo segundo se amasa con altanería,
despotismo, chulería, engreimiento y menosprecio; lo vuestro, ese señorío que
os sale del alma, es fruto de la humildad, la caballerosidad, la humanidad, la
discreción, la sensibilidad y la tolerancia del que en el fondo sabe que “Nadie
es más que nadie”, como rezaba el pendón de los comuneros de Castilla, porque –y
ahora cito al Juan de Mairena machadiano– “Por mucho que valga un hombre, nunca
tendrá valor más alto que el de ser hombre”, y en eso, amigo Fernando, ante ti,
como antes ante tu padre, hay que descubrirse.
El
último gesto de ese señorío es la delicada decisión que acabas de tomar. Mucho
se habla de dar el paso adelante o el paso atrás, pero pocas veces se repara en
la tremenda importancia de dar el paso a un lado para dejar vía libre a la vida
nueva que tiene que empezar a tomar el timón con objeto de continuar el camino
cuando ya no estemos o no tengamos fuerzas para prestarle el aliento debido.
Mantenerte al margen, ceder responsabilidades, pero –al igual que hizo tu padre
contigo en tus primeros tiempos de llevar las riendas de la vacada– con la
vigilancia precisa para evitar que la inexperiencia haga de las suyas, me
imagino lo duro que debe de ser para ti. Un hombre como tú, que has sacado
enseñanzas de los pollos ingleses, de la cría de canarios, hasta de los
experimentos de Pávlov, para aplicárselos al toro bravo que has venido criando
durante tantos años, a fin de afinar con todas estas experiencias y
razonamientos los criterios de selección y manejo más idóneos que te
aproximaran al modelo de toro que sueñas mandar a la plaza, tiene que poseer
una afición inmensa; una afición que ha de suponer un gigantesco obstáculo a la
hora de tomar una resolución tan decisiva. De ahí que estime admirable, de
nuevo, esa coherencia tuya, esa limpieza de miras que te hace ver las cosas
como son sin dejarte llevar por lo que a tus deseos ganaderos personales
apetece.
Vaya desde aquí, con mi reconocimiento, mi más cordial enhorabuena por
todo lo que has conseguido, por todo lo que has conservado y, sobre todo, por
ser quien eres.
Un
fuerte abrazo y toda la suerte del mundo.
Santi Ortiz
Sanlúcar de Barrameda, 24 de abril de 2019
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