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domingo, 11 de septiembre de 2022

MANOLETE (III)

 Nacen las faenas estelares

Por Santi Ortiz


En 1940, España vive su primer año íntegro de paz tras la contienda fratricida. Una paz de hambre, escasez y miseria; de pan negro, estraperlo y racionamiento; una paz de represión, de descargas nocturnas cabe las tapias de los cementerios; una paz de prisiones repletas, de cabezas rapadas y aceite de ricino; una paz de maquis y conatos de resistencia; pero paz al fin y al cabo.

1940 también supone la primera temporada completa de Manolete como matador de toros. En ella experimenta un salto cuantitativo el número de festejos que torea, pues de los 16 que, con grado de doctor, contabiliza en 1939, pasa a los 50 de éste, que lo sitúan en el segundo puesto del escalafón, detrás de Domingo Ortega, con quien compartirá 39 de sus paseíllos de dicha temporada. Esto significa que Manolete ha logrado meter su nombre en los carteles de postín, de donde ya no saldrá nunca más. Igualmente aparece en las principales ferias, pues no en vano el cordobés interviene en más del 30% de las 160 corridas que se celebran en España aquel año.


Es un año de forja, donde no sólo comienza a cuajarse un torero, sino una nueva tauromaquia. Eso requiere una búsqueda y en ella un plus de riesgo y errores, por eso a Manolete lo cogen los toros más de la cuenta, como les ha ocurrido a todos los que han cambiado el toreo, en esa etapa en que, entre la teoría y la práctica, se abren lagunas que es preciso ir resolviendo con una nueva técnica. De hecho, dentro de la orla triunfal que enmarca su campaña, una corriente de irregularidad la hace menos satisfactoria. Manolete se está buscando, pero todavía no acaba de encontrarse. Dicha irregularidad también afecta a su espada: por primera y única vez en su vida escucha dos avisos en un toro. Ocurre en Barcelona con un burel de Buendía; pero ha sido tan grande su faena, que el público le obliga a dar dos clamorosas vueltas al ruedo.

Esta temporada, Manolete se anuncia por primera vez en la Feria de Sevilla. Interviene en sus tres corridas y triunfa en dos: dos orejas corta a la de Tassara y otra a la de Miura. Es la segunda vez que se enfrenta a las reses del legendario hierro. Con el nimio antecedente de un leve puntazo en su etapa novilleril, también sufre en esta campaña su bautismo de sangre, con la grave cornada muslera que le asesta un astado de Tassara en su plaza de Los Tejares.


Entre nubes y claros va avanzando su temporada. Manolete pugna por encontrarle el sitio a los toros, algo que no acaba de lograr; aunque aquí es preciso distinguir entre dos cuestiones diferentes: Manolete no termina de encontrar en la práctica la forma de andar el camino que se propone; pero dicho camino sí tiene clarísimo cuál es. Un día en Valencia, toreando con Pepe Bienvenida y a la vista de las cogidas que sufre el torero de Córdoba, aquel le reconviene en tono amistoso: “Así no puede ser, Manuel”, para que, como una centella, le responda resuelto Manolete: “Pues tiene que ser”. De eso no tenía dudas y por esa senda siguió a pesar de las volteretas y desacoples que sufriría con ciertos toros. El camino estaba elegido, quedaba buscar las formas de llegar por él a la meta sin tanto quebranto. El tema es peliagudo. Meterse a crear una nueva tauromaquia supone batallar en una soledad total. No existen libros de texto para estudiar en ellos ni espejos donde mirarse. Mientras le sirvió Belmonte, todo estuvo bien; pero llegó un momento en que también Belmonte quedó atrás. Y Manolete se quedó solo con ese concepto que quería imponer en el ruedo. A partir de aquí, todo debe salir de la senda que el pionero va construyendo al andar y eso, frecuentemente, se vuelve penoso y descorazonador. Es el paisaje de fondo por el que va discurriendo su temporada de 1940, que registra en su última tarde –feria de Jaén: cuatro orejas y dos rabos– su actuación más triunfal en la misma.




Llegamos así a 1941, el año en que comienzan las faenas estelares de Manolete. Donde los rabos se quedan cortos y hay que recurrir al corte de patas para premiarlas, hecho del que se hace eco el crítico K-hito cuando, tras una eximia faena de Manolete en Madrid, premiada con las dos orejas, galardón manifiestamente insuficiente según su criterio, escribe: “Los toros ya no tienen suficientes orejas para esta clase de toreros.” Es el año del inicio del fecundo idilio de Manolete y Barcelona, que queda totalmente imantada por la sobria magia del espada cordobés. Nada menos que ¡ diecisiete tardes! cuelga éste su nombre en los carteles de la Monumental, estableciendo un récord sin precedentes, que, en su hoja de servicios, le reporta un cómputo de 14 orejas, 6 rabos y 3 patas. También es el año de su reconciliación con Madrid, después de que en la temporada anterior el público venteño mostrara excesivas reservas a la hora de entregarse al toreo del cordobés. De los cuatro paseíllos que hace en este 1941, hay dos que se saldan con éxitos sonados: el de la llamada “corrida de Santander”, festejo de ocho toros para ocho toreros celebrado a beneficio de los damnificados del incendio que asola la capital cántabra, y el de la organizada a beneficio de los huérfanos de la Legión. En la primera, Manolete eleva el rango del pase natural a unas cotas jamás soñadas por el toreo pretérito. La firmeza de su quietud, la inmutabilidad de su aguante y la elegancia y suavidad a la hora de tirar del toro y encadenar los pases conforman un paisaje cuya belleza y autenticidad no tienen parangón en toda la historia de la tauromaquia. En la otra, el diestro de Córdoba hubo de vérselas con uno de esos toros que salen de vez en cuando en las ganaderías llamadas comerciales, como la de A. P., en el candelero de aquella época, para pedirle el carnet al torero que se le ponga enfrente. “Soñador”, que así se llamaba la bestia, poseía una bravura desbordante y fiera, de esas que exigen ser dominadas so pena de verse superado por ella. La bravura de “Soñador” frente a la valentía de Manolete. La fogosidad del toro, frente a la impasibilidad del torero. El astado es un bólido cuando pasa bajo el estatuario manoletino. Manuel se echa después la muleta a la izquierda. Dejándola a la altura del cuerpo, dando a elegir al toro entre éste y la tela. Para mayor incertidumbre el burel viene gazapeando. No se perturba por ello Manolete, que aguanta lo indecible. Se decide el toro por la tela, pero la toma de manera tan brusca que le cierra la puerta a la armonía. Cambia Manuel de mano. Y por ahí comienza a desgranarse el milagro de la nueva lidia. A medida que los pases se suceden, aumenta el temple, crece la parsimonia, mientras se estrecha el círculo de la embestida. La serena mirada del torero contrasta con la escandalera que ha provocado en los tendidos. Impresiona verlo erguido, solemne, al rafe de las astas, tan seguro de sí y de su arte. La prensa sentencia: “nadie ha toreado así. No digo mejor ni peor, sino así, con tan extraña y auténtica propiedad: tan escueto y desnudo de ficciones y ventajas el arte de burlar con buen arte a los toros.” Epiloga la obra una tanda inconmensurable de manoletinas antes de perfilarse para matar y enterrar el estoque en el morrillo. Pero “Soñador” no ha dicho aún su 
última palabra y, en su agonía, alcanza por el pecho al torero, derribándolo y corneándolo en el suelo. Son instantes de intenso dramatismo; más, mientras el torero se alza altivo, sin mirarse siquiera, el toro se derrumba fulminado. Niévase la plaza de pañuelos acompañando al alarido de entusiasmo que resquebraja el aire. Las dos orejas van a las manos de Manolete, al igual que ocurriera en su toro de la corrida de Santander. Madrid ha sido conquistada de nuevo.

Sin embargo, el hito más grande de su temporada tiene lugar en la Feria de Abril. Es la primera feria sevillana que torea con Pepe Luis Vázquez, alternativado en el mes de agosto del año anterior. El ambiente de rivalidad enfrenta a las aficiones de Córdoba y Sevilla como si recrearan de nuevo aquellas pintorescas estampas decimonónicas cuando competían en la misma arena Guerrita y El Espartero. Hay mucho aficionado cordobés en la Maestranza, por no hablar de la masa pepeluisista que se da cita en ella. Quedan las espadas en alto al concluir la primera corrida tras cortar una oreja cada uno al encierro de doña Carmen de Federico, pero en la segunda, Pepe Luis triunfa a lo grande con los miuras –dos orejas– sin que Manolete pase de cumplir con ellos. Sevilla se adelanta a Córdoba. Pero queda aún la tercera y última, la de los ocho toros de Villamarta, para Pepe Bienvenida, Juanito Belmonte, Manolete y Pepe Luis, y es en ella donde el diestro de la Lagunilla rompe los moldes del toreo. Ocurre en el séptimo de la suelta. Faena cumbre, inscrita en oro y brillantes en los anales de la vetusta Maestranza. Faena inolvidable para aquellos que tuvieron la fortuna de verla, donde la quietud, el temple, la suavidad, el dominio, ligazón, el mando y la mística personalidad del torero cordobés, componen una obra maestra que barre como un tsunami cualquier diferencia u oposición entre banderías. Toreando así… ¡todos de Manolete!

Escribiendo estas líneas se me viene a la memoria aquella seguidilla del “Tío Caniyitas” que decía:

Manolete que es tallo

de nardo serio,

tira de un villamarta

solo en los medios.

Córdoba en hombros

y hasta el reloj se para

de tanto asombro.

Porque ocurrió que, como queriendo inmortalizar el momento de aquella obra magna, las manillas del reloj de la plaza se detuvieron. Como se le paró el toro en una ocasión a la altura del pecho sin que Manolete moviera un solo músculo.


¡Qué faena! Cuántos secretos hurgando entre sus pases, qué estallido torero el de sus tandas, cuánta alma de futuro en su latido, qué perfume a fuego victorioso, cuánto mañana en su última ceniza. Manolete orando por naturales, susurrando derechazos, acogiéndose al misterio de la manoletina y a la rúbrica letal del volapié, paseando el rabo del astado, acaba con el cuadro y con la feria. La silueta de un nuevo Califa del toreo comienza a dibujarse por la cercana luz del horizonte. 

Con cincuenta y siete corridas en su haber–siete más que en 1940 – pasa Manuel Rodríguez la página de la temporada quedando situado ante la próxima como el torero más atractivo e interesante del momento.