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viernes, 23 de septiembre de 2022

La pasión artística, según Morante

 


Lo que son las cosas… El toro cuarto fue seriamente protestado por su extraño comportamiento de salida; parecía lastimado o descoordinado y a punto estuvo de ser devuelto a los corrales. Pues ese toro, Derribado de nombre y de 540 kilos, ha sido el colaborador necesario de una faena inolvidable de ese torero barroco, singular, artista, veleidoso y excéntrico a veces, que se llama Morante de la Puebla. Hay episodios en la vida que no se pueden contar, que hay que verlos para disfrutarlos, para sentirlos y gozarlos; es lo que sucede, sin duda, con las obras de arte.

Pues hoy, 23 de septiembre, en la plaza de La Maestranza, a eso de las siete y cuarto de la tarde, más o menos, un artista se sintió abducido por un ramalazo de inspiración y dejó a todos los presentes con la boca abierta, la carne de gallina y el ánimo conmovido.

Así, sin más. Los tendidos puestos en pie no parecían dar crédito a lo que estaban viendo, y a los gritos de “torero, torero” veneraron a su manera la gracia de un torero en estado de gracia.

¿Qué pasó? Pasó que Morante hizo acopio de valor, de pasión, de creatividad, de intensidad… para hilvanar una faena indescriptible, arrebatadora, inspiradísima de principio a fin que no pudo rematar con la espada. Nadie sabe qué hubiera sucedido si acierta a la primera; lo cierto es que paseó una oreja ante unos tendidos sobrecogidos por la emoción.

Nada de toreo a la verónica inicial; el toro cumplió en el caballo, y, a renglón seguido, Morante dibujó tres chicuelinas a su peculiar modo que fueron un prodigio de sorprendente naturalidad.

Muleta en mano, se acunó en tablas y trazó unos ayudados ceñidos, con los que se sacó el toro hacia las dos rayas. Citó con la mano derecha y se gustó en un muletazo redondo casi circular, despacioso y templadísimo. Se llevó el toro a los medios, tomó el engaño con la zurda y citó por el pitón que el animal ya lo había avisado; aguantó y le robó naturales henchidos de hondura. Dos tandas más con la mano derecha, un portento de imprevisión. Otra vez por naturales, tragando la mirada incierta de su oponente, mientras la plaza rugía ante el lío gordo que estaba presenciando; y otra secuencia final de redondos antes de tomar el estoque de verdad.

Indescriptible el momento que a esa hora se vivía en La Maestranza, porque lo que acababa de acaecer en el ruedo era una obra de orfebrería, tan bella como inesperada, tan sublime como imprevisible. Después, falló con la espada, Morante se encerró en el burladero y escondió la cabeza entre las manos en un gesto de profundo desamparo, mientras los espectadores, incrédulos, se tiraban de los pelos.

La vuelta al ruedo fue de las que hacen época, una mezcla de decepción y conmoción a un tiempo. La plaza entera era una sonrisa de felicidad ante la gran obra, inconclusa, pero grande de un artista del toreo.

Morante ya había avisado en su primero, al que recibió con siete verónicas en las que sobresalieron la lentitud y el temple gracias, también, al buen son del animal que abrió el festejo. No hubo conexión con este toro, y el buen inicio de ayudados con la rodilla en tierra se fue diluyendo poco a poco.

El torero de La Puebla estuvo acompañado por Juan Ortega y Tomás Rufo. El primero no tuvo un lote propicio para su toreo, y pasó sin pena ni gloria. Algún detalle con el capote ante el quinto y poco más. Apagados sus toros y triste él, con esa imagen de conformismo que tanto resta a su buena condición artística.

Y Rufo se mostró como un torero experimentado, con oficio y buenas maneras en su primer toro, codicioso y con repetida acometividad. Lo muleteó con facilidad y hondura, pero su oponente pedía algo más que el joven diestro no supo darle. Es decir, que estuvo correcto, pero por debajo de las condiciones del toro. Y lo mismo le sucedió ante el sexto. Es verdad que, después del bombazo de Morante, la corrida perdió color, y eso deben notarlo, más que nadie, los toreros. Rufo estuvo de nuevo fácil y solvente, pero no a la altura que se esperaba ante un toro que repitió lo suficiente para otro resultado final.

Este toro sexto se lo brindó a su subalterno José Antonio Carretero, que se despidió de los ruedos y se cortó la coleta, muy emocionado y en presencia de su hija pequeña, al final del festejo.

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