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No es un deseo protocolario. Hay razones para que la temporada 2023 sea una gran temporada. La primera es una larga fila de buenos toreros.
La segunda, un buen manojo de ganaderías en un punto excelente de bravura.
No soy partidario de las clasificaciones. Hace unos años, la llamada primera fila lo era por argumentos estadísticos. La formaban los diestros que más toreaban. Unos eran figuras y otro firmaban muchos contratos porque cortaban orejas y cobraban poco. La contracción de festejos debida primero a la crisis económica y después a la pandemia hizo obsoleta cualquier clasificación. Antaño, las figuras se distinguían porque cuajaban un mayor número de toros y, sobre todo, porque llevaban a la plaza a los aficionados y al público en general.
Los restantes, buenos o mediocres, no alcanzaban ni el rango ni el número de actuaciones porque solo interesaban a los aficionados. Hoy, debido a que la tauromaquia vive dentro de un gueto, a la plaza van más aficionados que antes y menos público que antes. Éste, desinformado, vive al margen de la Fiesta. Solo hay un par de toreros que cumplen el antiguo requisito de interesar a todos. Ya saben ustedes cuáles son.
Estas líneas van dirigidas, pues, a los aficionados. Si estos, o sea todos nosotros, nos desprendemos de un criticismo suficiente y equivocado, hemos de convenir que la Fiesta, en estos momentos de crisis, cuenta con dos tablas de salvación. La primera, insisto, es una buena nómina de toreros, excelente y contrastada. ¿En qué se parece Morante de la Puebla a Roca Rey, Talavante a Manzanares, Rufo a Luque, Aguado a Ortega, Marín a Garrido, Perera a Castella? ¿Y en qué se parecen Urdiales y de Justo a todos los demás? Y conste que me refiero solo a los consagrados, porque hay otra lista de nuevos valores con mucho que decir.
Entre todo ellos, la competencia será intensa. En la desinformada coyuntura por la que atraviesa la Fiesta, cuya más grave consecuencia es que la inmensa mayoría de los toreros padecen un anonimato que contradice su innegable valía, lo que exige ferias con carteles muy rematados, todo aquel que no ofrezca un alto rendimiento caerá en el ostracismo. No habrá sitio para la irregularidad, ni podrá continuar el intercambio de cromos. Los empresarios-apoderados solo podrán cumplir con sus poderdantes sin fuerza propia en las plazas que gestionen. Al tiempo.
La ganadería plantea una oferta plural. Y aquí se deben aclarar las cosas. Los aficionados toristas se quejan del llamado monoencaste. Pero, ¿en qué se parece Victoriano del Rio a Juan Pedro Domecq, Algarra a El Pilar, Santiago Domecq a Jnadilla, Daniel Ruiz a Montalvo, etc., etc.? ¿Y en qué se parece El Vellosino a todos los demás? El encaste Domecq es en el siglo XXI lo que Vistahermosa fue en el XIX. Más aún, si hablamos de otros encastes, ¿se puede homologar a Victorino y Adolfo, Galache a cualquier Urcola, Puerto de San Lorenzo a Valdefresno, La Quinta a Flor de Jara, etc., etc.? Y todavía más, ¿Cuántas ganaderías que no comparecen en las grandes ferias, están dando grandes resultados en plazas de segunda, tercera y cuarta? Y, finalmente, ¿cuándo podremos ver la lidia de las ganaderías consideradas duras sin que las masacren en varas y puedan ofrecer en igualdad de condiciones la bravura que llevan dentro?
Sé que estas líneas no agradarán al buen aficionado, cuyo prestigio se cifra en un pesimismo gratificante que otorga la vitola de gran conocedor. No me importa. Hace años descubrí que los aficionados se dividen en dos, los misántropos y los vitalistas. Prefiero alinearme con estos últimos.
Mal que les pese a los viejos aficionados, entre los cuales, por edad me incluyo, les auguro una buena temporada. ¡Feliz año taurino 2023!
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