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domingo, 11 de agosto de 2024

Eran las cinco en punto de la tarde...

 ESPECIAL XC ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE IGNACIO SÁNCHEZ MEJÍAS

Álvaro Rodríguez del Moral

La Edad de Plata ya se había iniciado el año 1920 en la enfermería de Talavera de la Reina mientras Ignacio sostenía la cabeza yerta de su cuñado Joselito. Concluía la Edad de Oro del toreo y, con ese ocaso, se iniciaban tres lustros de toreo tan cruentos como luminosos que iban a concluir el el 11 de agosto de 1934 –ahora se cumplen 90 años- en el traslado agónico de Ignacio Sánchez Mejías desde Manzanares a Madrid.  

Ignacio Sánchez Mejías remontaba la carretera polvorienta de Andalucía, apestada de la misma gangrena que ya trepaba por sus muslos. Se estaba sentenciando toda una época mientras las medias rosas del torero se empapaban en su sangre derramada. En medio de aquellas dos muertes se dibuja la propia trayectoria del polifacético matador, una figura imprescindible sin la que no se puede entender la efervescencia artística y cultural de una década fundamental: los años 20. Menos de dos días después de ese viaje terrible llegaba el fin irremediable de aquel “andaluz tan claro, tan rico de aventura”.

  


¿Qué impulso vital llevó a Sánchez Mejías a volver a vestirse de luces en 1934, con 43 años cumplidos y lejos de las portentosas facultades físicas que suplieron sus carencias artísticas? Ignacio se había retirado de los ruedos en 1927, precisamente el mismo año que, bajo la excusa del tercer centenario de Luis de Góngora, reunió a sus expensas a aquellos jóvenes poetas y creadores en la casa de Pino Montano. Aquella borrachera cósmica serviría para dar nombre a una de las generaciones literarias más ricas de la lengua castellana.

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