Por José Carlos Arévalo
Como el empresario tiene el poder de programar las corridas, o sea de programar la Fiesta, es lógico que sobre él recaigan todas las críticas. Pero que sea el malo de la película revela una incapacidad de análisis de quienes vigilantes, pero no muy perspicaces, comentamos la oferta de carteles feriales y, en el caso de Madrid y Sevilla, únicas plazas de temporada, sus propuestas para el año taurino.
La singularidad del empresario taurino no tiene parangón con el empresariado de otros sectores. Es, obviamente, dueño de su empresa pero no de las plazas que gestiona. De hecho, en España la tauromaquia no es un mercado privado sino intervenido, a efectos de legislación y gestión, por las instituciones comunitarias y locales, formulación mixta de la que se benefició la Fiesta cuando el Estado era un paraguas protector frente a los seculares ataques antitaurinos, tanto internos como exteriores. Pero esa entente pertenece al pasado.
Hoy, los políticos y funcionarios de las CCAA responsables de la tauromaquia no suelen tener la afición y el conocimiento de sus colegas de antaño, lo que se traduce en una nociva morosidad reglamentaria, y respecto a la empresa en el planteamiento de unos pliegos adjudicatarios de las plazas que castran la posibilidad de una explotación profesionalizada del mercado.
Tres son los grandes problemas estructurales que afectan negativamente a las empresas taurinas: Uno, concesiones de explotación cortoplacistas; Dos, bloqueo ilegal a las nuevas empresas concursantes; y Tres, utilización generalizada del concurso como pantalla legal de adjudicaciones a dedo.
El primero (concesiones de explotación de cuatro, tres, dos y hasta un año) impide una planificación, ni siquiera a medio plazo, de ampliación y fidelización del mercado: crecimiento del número de espectadores y de abonados, pues nadie invierte para que el inmediato sucesor sea el beneficiario de su inversión. Casos como el de Manolo Chopera en la Plaza de Madrid, que amplió en más de un cien por ciento el número de abonados, legado del que se benefició la siguiente empresa adjudicataria, son irrepetibles. Por otra parte, la gestión cortoplacista impuesta por los pliegos adjudicatarios, ha promovido otra política, la del “coge el dinero y corre”, que tuvo como consecuencia el desarraigo de las plazas con respecto a las ciudades donde están enclavadas.
El segundo contradice los verdaderos objetivos de un pliego adjudicatario: la renovación generacional de la empresa taurina. ¿Cómo es posible que un pliego privilegie la antigüedad sobre la calidad de la oferta, cerrando el paso a evaluar su calidad? ¿Cómo es posible que un concurso público transgreda la normativa comunitaria respecto al concurso público? La indigencia en cuanto al actual, pobre y adocenado número de empresas taurinas es la consecuencia palpable del mediocre, negligente y perjudicial talante que hoy gravita sobre la propiedad de las plazas públicas.
Y el tercero es tan cierto como indemostrable. Si nos atenemos a los concursos de las plazas de máxima categoría en las últimas décadas, las adjudicaciones fueron legales… pero todas tuvieron un sucesor designado.
Así es el contexto donde vive, o sobrevive, la empresa taurina. Lo cual no es óbice para denunciar la gestión de la última temporada. Para no pecar de fatalista, no tengo inconveniente en señalar como muy positivo el último cuatrienio de la Plaza de Sevilla, pues aún siendo, a mi juicio, una plaza en estado de subexplotación, ha programado ferias deslumbrantes. La casa Matilla ha mantenido un alto nivel de programación en las plazas que gestiona. Y entre los empresarios renovadores, destaco en primer lugar a José María Garzón por la alta calidad de sus carteles y su innovadora política de comunicación en este tiempo de aislamiento mediático de la tauromaquia. Así mismo, resulta encomiable la revitalización de la Fiesta en muchas de las plazas gestionadas por Tauroemoción.
Entre las pequeñas empresas merece destacarse la gestión de Carmelo en sus plazas del Rincón. Posiblemente la relación sea parcial y, por tanto, injusta. Pero es todo un dato que sean las empresas que a bote pronto se vienen a la cabeza.
Dicho esto, resulta escandaloso el paupérrimo uso que la empresa taurina ha hecho del actual y rico escalafón de matadores, y en este déficit incluyo a las empresas que acabo de mencionar. Se diría que el empresario de hoy no hace un análisis profesional de dicho escalafón. Es inadmisible la cantidad de buenos toreros que no hubieran perjudicado en absoluto la venta de localidades, ni gravado el coste de los carteles y que se han quedado sentados en casa. Lo que se ha visto este año en los ruedos no responde a la riqueza de la presente nómina de matadores. Peor aún es que las empresas de las grandes plazas no hayan pactado una acción conjunta de programación para las novilladas, injustamente infravaloradas y con un elenco de novilleros de alto nivel. Debe ser que el empresario de hoy está tan ocupado por el presente que no dedica un minuto a preocuparse por el futuro.
¿Reivindicar al empresario? Por supuesto. Y porque su trabajo es determinante para el futuro de las corridas de toros, la crítica, que moviliza la reflexión del criticado, debe acompañar su gestión. La coba adormece, el palo despierta.
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