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lunes, 9 de junio de 2025

Pentecostés taurino

 

Morante de la Puebla hizo historia en la corrida de Beneficencia. La salida en hombros fue una fervorosa romería.

La puerta grande timbraba una tarde, sí, pero también a una feria, una temporada, una trayectoria, toda una vida condensada en el terciopelo marino y los golpes de azabache del vestido que delataba que no se trataba de una ocasión cualquiera. La gente, quizá sin saberlo, estaba premiando toda una filosofía taurina, el compromiso y la ética de un arte y una profesión, el anchísimo abismo que se abre con el resto de la grey torera en una tarde –y mira que se abusa del término- verdaderamente histórica que sólo podremos calibrar con los años, con la perspectiva que otorga el tiempo y la trascendencia.

No, no se puede narrar la coronación morantista –ese Pentecostés en clave taurina, que insufló no sé qué espíritu a la plaza de Las Ventas- sin obviar las emociones y constatar una certeza: nos encontramos ante uno de los mejores toreros de nuestras vidas, uno de los más grandes que en la historia han sido. Se lo llevaron a puñados -su propio hijo lo sacó a hombros- por la calle de Alcalá, Manuel Becerra arriba; cortando a pelo el tráfico de las calles de Madrid para alcanzar el Wellington. Aún se asomaría a su balcón principal para saludar a la muchedumbre vestido con un batín. No se puede estar más sembrado... Había sido una salida a hombros diferencial, con el ruedo colmatado de esa juventud entusiasta que refresca los tendidos en estos tiempos de cancelaciones y dictaduras ideológicas. ¡Qué sabe el ministro! El triunfo tenía el aire de otra época, destilaba ese estado de felicidad compartida que sólo puede producir el toreo en las grandes tardes.

Esa puerta que mira a la M-30 era una de las obsesiones profesionales del genio de La Puebla. Se había atascado en otras ocasiones y este año, en esta misma feria, se había quedado sin abrir por ese ridículo cómputo reglamentista que quiere someter la emoción del toreo a mera aritmética, a una inoperante suma de trofeos que no siempre basta para retratar las emociones.

En la corrida de Beneficencia -ay, el Palco Real cerrado- se respiraba una atmósfera distinta, una comunión especial con el público que bramó desde el primer lance hasta esos dos naturales postreros al cuarto toro de Juan Pedro Domecq -que echó una interesante y entipada corrida- que valieron por un tratado de tauromaquia. La ley de Guerrita vuelve a imponerse. Después de Morante, nadie... ¿Y después de nadie? El abismo es tan ancho que da miedo. El compromiso del grandioso diestro cigarrero delante de los toros no tiene parangón. El toreo del torero de La Puebla bebe de muchas fuentes, se nutre de su impresionante cultura taurina y se expresa con el virtuosismo del gran artista que siempre ha sido. Pero está apoyado, sobre todo y ante todo, en el valor. Sí, ésa es la auténtica piedra angular que alienta al más grande.

Álvaro Rodríguez del Moral

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