JUAN RAMÓN: SESENTA AÑOS DE SU NÓBEL
Por VICENTE PARRA ROLDÁN.
Se cumplen hoy miércoles, 26 de octubre, sesenta años de la
concesión del Premio Nóbel de Literatura al poeta moguereño Juan Ramón Jiménez,
un hombre que supo narrar la vida de su pueblo a través de un pequeño animal al
que llamó Platero.
En su amplia biografía, Juan Ramón también se acercó al
planeta taurino y, así, dedicó el capítulo LXX de su universal obra “Platero y yo”
al mundo de los toros, narrando cómo se desarrollaba una jornada de corrida en
su Moguer.
Para recordar la efemérides, bueno es recordar lo que dijo
el poeta universal.
Decía así el incomparable poeta comprovinciano:
“¿A que no sabes, Platero, a qué venían esos niños? A ver si
yo les dejaba que te llevasen para pedir contigo la llave en los toros de esta
tarde. Pero no te apures tú.
Ya les he dicho que no lo piensen siquiera...
¡Venían locos, Platero! Todo el pueblo está conmovido con la
corrida. La banda toca desde el alba, rota ya y desentonada, ante las tabernas;
van y vienen coches y caballos calle Nueva arriba, calle Nueva abajo. Ahí
detrás, en la calleja, están preparando el Canario, ese coche amarillo que les
gusta tanto a los niños, para la cuadrilla.
Los patios quedan sin flores, para
las presidentas. Da pena ver a los muchachos andando torpemente por las calles
con sus sombreros anchos, sus blusas, su puro, oliendo a cuadra y a
aguardiente...
A eso de las dos, Platero, en ese instante de soledad con
sol, en ese hueco claro del día, mientras diestros y presidentas se están
vistiendo, tú y yo saldremos por la puerta falsa y nos iremos por la calleja al
campo, como el año pasado...
¡Qué hermoso el campo en estos días de fiesta en que todos
lo abandonan!
Apenas si en un majuelo, en una huerta, un viejecito se inclina
sobre el cepa agria, sobre el regato puro...
A lo lejos sube sobre el pueblo,
como una corona chocarrera, el redondo vocerío, las palmas, la música de la
plaza de toros, que se pierden a medida que uno se va, sereno, hacia la mar...
Y el alma, Platero, se siente reina verdadera de lo que posee por virtud de su
sentimiento, del cuerpo grande y sano de la naturaleza que, respetado, da a
quien lo merece el espectáculo sumiso de su hermosura resplandeciente y
eterna.”