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domingo, 18 de octubre de 2020

PODEMOS ATACA (Y MIENTE) DE NUEVO

 

Por Santi Ortiz

FOTO :Santana de Yepes

La formación de Pablo Iglesias y su nómino Sergio García Torres, Director General de los (inexistentes) derechos de los animales, continúa su inagotable cruzada contra la tauromaquia al tiempo que vuelve a caer en los sondeos de intención de votos. Esta vez pretende introducir enmiendas en la Ley de la infancia para prohibir a los menores de 18 años acceder a las corridas, a las escuelas taurinas y, más aún, vestirse de toreros.

Para darle fuerza a su propuesta, no tienen escrúpulos en afirmar que es la ONU quien ha instado y recomendado a España la adopción de estas medidas con objeto de proteger a la infancia de la violencia que genera el espectáculo taurino. En esto, y como es costumbre, mienten de nuevo, pues la ONU como tal no ha instado ni recomendado a España ninguna medida al respecto, sino que ha sido uno de sus órganos consultivos externos quien lo ha hecho. Se trata del Comité de los Derechos del Niño, organismo compuesto por 18 expertos independientes que, en ningún caso, representan a sus países. Su mandato dura cuatro años y desempeñan su función a título personal.

Conviene detenerse en su calificación de “expertos”, pues, aunque suelen ser personas de gran prestigio moral y reconocida competencia en el ámbito de los Derechos Humanos, no sé qué competencia o entendimiento pueden atribuirse en materia taurina, máxime cuando se conoce de dónde viene cada uno. En el actual mandato, que expira en 2021, los 18 miembros del Comité proceden de Togo, Bahréin, Marruecos, Islandia, Suiza, Federación de Rusia, Zambia, Egipto, Barbados, Etiopía, Samoa, Japón, Uruguay, Venezuela, Níger, África del Sur, Bulgaria y Austria. Como puede verse, a excepción de Venezuela, el roce de los demás países con la cultura taurina es absolutamente nulo, por lo que poco peso puede tener el criterio de un egipcio, un suizo o un togolés, valgan por caso, sobre lo que ocurre en el transcurso de un espectáculo taurino para que sus opiniones sean tenidas en cuenta en calidad de “expertos”. Mejor sería decir que son apreciaciones basadas en prejuicios, sin soporte científico alguno y, por lo tanto, carentes de toda credibilidad.

Es cierto que podrían haber contado con algún tipo de asesoramiento exterior, pero, entre los presentados con relación a España, no se ha encontrado ningún documento de trabajo ni el mínimo soporte que avale tal asesoría ni nada que venga a incidir sobre los efectos negativos de la tauromaquia sobre los menores de edad. A pesar de ello, ciertos medios de comunicación se han hecho eco de que el citado Comité atendió un informe sobre la influencia negativa del toreo en los menores realizado por la Coordinadora CoPPA y presentado por la Fundación Franz Weber. Sin embargo, tal informe no aparece en la relación de documentos presentados al Comité de los Derechos del Niño, ni tampoco ninguno remitido por la Fundación Franz Weber, aunque lo que proviniese de dicha entidad tendría la misma fiabilidad que si VOX presentase un informe sobre Podemos o viceversa, ya que esta fundación suiza constituye un potente lobby antitaurino, responsable de sufragar buena parte de la campaña del Prou por la prohibición de los toros en Cataluña.

En definitiva, el informe del Comité se reduce a la expresión de la opinión personal de una serie de individuos sin el mínimo conocimiento o conexión con la Tauromaquia ni sus efectos sobre los menores de edad. De hecho, su recomendación choca frontalmente con las conclusiones extraídas del único estudio científico realizado en España sobre dicho tema, encargado por el Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, don Javier Urra, a cuatro equipos independientes, que involucraban a la Universidad Complutense de Madrid, la Universidad de la Coruña, la Universidad Autónoma de Madrid y a la Unidad de Psiquiatría infantil-juvenil del hospital Ramón y Cajal, de la capital de España. Asimismo, para evitar erróneas susceptibilidades, se encargó al catedrático de Psicología Clínica de la Universidad del País Vasco, don Enrique Echeburúa, sin vínculo alguno con los equipos elaboradores de los informes, el resumen de los mismos y el adelanto de alguna recomendación. Su conclusión en síntesis fue la siguiente:

“Con los datos actualmente disponibles, no se puede considerar como peligrosa la contemplación de espectáculos taurinos por menores de 14 años, cuando se trata de niños psicológicamente sanos y que acuden a estos festejos de forma esporádica, voluntariamente y acompañado de adultos que tienen actitudes positivas ante las corridas de toros]…[

Y termina:

“No hay bases suficientes para sustentar científicamente una medida como la prohibición de entrada a los menores de 14 años en las plazas de toros.”

Más contundente no puede ser la conclusión. Y es preciso resaltar que, contrariamente a las opiniones subjetivas, como las sostenidas por el Comité de Derechos del Niño, los animalistas o los antitaurinos de Podemos y Cía., sin respaldo científico alguno, este estudio buscó aproximarse a la verdad a través de la Ciencia, con los datos aportados por la Psicología, la Psiquiatría infanto-juvenil y la Sociología.

Sin embargo, en este mundo actual, que galopa sin freno hacia lo que José Carlos Arévalo denomina “República de los Idiotas”, tiene la misma validez una noticia falsa que un informe riguroso. Aquí se ha implantado el maquiavelismo y todo vale con tal de llevarse el gato al agua. El antitaurinismo desde el primer momento se ha mostrado refractario a todo aquello que contradiga sus arbitrarias acusaciones y ahí sigue encastillado en la puerilidad de sus slogans de que el toreo es tortura, los toreros son asesinos y que la Fiesta está subvencionada con dinero público. Les trae al fresco que se les demuestre que las cosas no son así. No entran en polémicas ni les interesa el menor debate. Siguen martilleando con sus mantras las mentes cada vez más perezosas de una juventud urbanita, atrapada entre los videojuegos –¡ahí sí que hay violencia!– y la realidad virtual, y les va de maravilla, pues ni los medios de comunicación ni los poderes públicos salen jamás a cuestionarlos; antes al contrario: los primeros les sirven de amplificadores y, en cuanto a los segundos, mientras las derechas miran hacia otro lado, los políticos progres ventean en ellos un apetitoso caladero de votos que es preciso mimar.

No sólo es el toreo. El campo de operaciones de estos descerebrados va mucho más allá. Por ejemplo, tratando de abolir el consumo de carne y la existencia de la ganadería de abasto. Que el estudio de dos consultores independientes, financiado por la Comisión Europea, demuestre que sólo el 5% de las emisiones de gases de efecto invernadero procede de la ganadería –muchas menos que la industria (38%) o el transporte (21%)– y, por lo tanto, esté lejos de ser la principal responsable del cambio climático como se la viene acusando, les da igual a la tropa vegana y la manada de ecologistas de salón. Ellos siguen a lo suyo, con el apoyo de toda una industria vegana –negocio que genera ya más de 5.000 millones de euros– y un paradigma que pretende imponernos un nuevo sistema de alimentación en el que la carne queda suprimida.

Vayamos más allá. No es sólo el toreo o el consumo de carne lo que quieren abolir, sino cinco milenios de civilización –nuestra civilización– y la relación que en tan dilatado periodo de tiempo ha venido manteniendo el hombre con la naturaleza. Pretenden otro mundo –que yo no sé muy bien cuál es, porque a lo que se dedican sobre todo es a prohibir, a censurar y a abolir– totalmente incompatible con la realidad, donde las cebras sean amigas de los leones, los galgos de las liebres y los zorros y las gallinas se reúnan para tomar el té. Cosa factible a partir de que, por decreto animalista, haya quedado erradicada en el mundo animal cualquier tipo de violencia.

Para evitarles esa violencia a los menores, quieren prohibirles la entrada en las plazas de toros o asistir a las escuelas taurinas. Es cuestión de velar por su equilibrio psicológico. Sin embargo, el señorito Iglesias no tiene reparos en dar su beneplácito a permitir el aborto a las chicas de 16 años sin permiso paterno, pese a que existe casi unanimidad entre los psicólogos confirmando la psicopatología que este acto va a generar en una chica que, a esa edad, no tiene idea de la vida ni es capaz de valorar su acción.

Lo que no sé es de qué manera hemos podido llegar a la edad que tenemos –¡con la cantidad de corridas que hemos visto los niños de mi generación!–, sin haber pisado un psiquiátrico ni padecer ninguna esquizofrenia ni ningún trastorno obsesivo compulsivo o cualquier otra psicopatía. Desde luego, algo no cuadra: o los que sostienen que la tauromaquia tiene efectos negativos sobre los menores de edad están equivocados, o nosotros teníamos un equilibrio mental fuera de lo común. Y en este “nosotros” metan a los niños de cualquier generación.

Les dejo el dilema para que lo resuelvan.


1 comentario:

Coronel Chingon dijo...

Lo de atribuir al consumo de carne una huella de carbono o aporte de gases de efecto invernadero no soporta un simple balance de materia y energía, me explico: la hierba y vegetales de que se alimenta una vaca han crecido gracias al CO2 que han absorbido de la atmosfera. La vaca al digerirlos genera unos residuos de carbono que nunca serán mayores que la cantidad de carbono contenida en la hierba que comió. Este CO2 entra otra vez en el ciclo de transformación en masa vegetal, y el ciclo se puede repetir hasta el infinito que la cantidad de CO2 presente en la atmosfera se mantendrá constante.
El único aporte de CO2 a la atmosfera que incrementa la cantidad total de gas de invernadero es la originada por los combustibles, carbón, petróleo o gas, y esto lo saben los científicos que apoyan la prohibición de la carne, que nos están engañando miserablemente.