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lunes, 11 de septiembre de 2023

La grandeza en el toreo

 

Juan Ortega y Octavio Chacón ,tan distintos como complementarios, se reivindican en Valladolid y Villacarrillo en dos tardes impactantes


El pasado 9 de septiembre, sábado, fue un día grande para la tauromaquia. Se celebraron muchos festejos, hubo triunfos y, quizá, alguna que otra decepción, pero entre todos ellos destacaron dos, una corrida en Valladolid, y otra en Villacarrillo (Jaén); cartel de lujo la primera, con toros de Núñez del Cuvillo, y Diego Urdiales, Juan Ortega y Pablo Aguado, y otro más modesto en la segunda: reses de Arauz de Robles y los diestros Octavio Chacón, Adrián de Torres y Francisco de Manuel.

Y, contra todo pronóstico —sí, porque lo inesperado es una de las gracias de este espectáculo— en ambas ciudades se erigieron sendos monumentos al toreo.

Los protagonistas, Juan Ortega y Octavio Chacón, un artista sublime y un dominador heroico, y ambos necesitados de un zarandeo triunfal para gritar a los cuatro vientos que hay que contar con ellos porque son puntales distintos e imprescindibles de la tauromaquia moderna.

Ortega acudió a la feria de Valladolid con la necesidad de reivindicarse en el curso de una temporada en la que no ha perdido crédito, pero tampoco lo ha ganado, ni se ha situado donde el corazón aficionado le guarda un lugar especial tras su paso irregular por la Feria de Abril y su ausencia en San Isidro. 

Y Chacón, olvidado por las empresas, como tantos toreros de su corte, recién llegado de Perú —el refugio dorado de muchos valientes—, se presentó en Villacarrillo, ante las cámaras de Canal Sur TV, para lidiar un corridón de toros, por su trapío y cornamenta, de Arauz de Robles. Y he aquí que Ortega desnudó su alma torera, consideró que era el día, la hora y los toros, hizo el toreo en verso y volvió loco al personal, al que estaba en la plaza y a los muchos que, después, han visto destellos de dos faenas con momentos estelares de un genio torero superdotado.

Las redes sociales se emborracharon de imágenes impactantes y ditirambos, asombradas ante la solemnidad del toreo derramado. “Hoy no vamos a dormir; hoy vamos a soñar”, escribía en X (la red social anteriormente llamada Twitter) Silvia Olmedo. “Decía el pintor impresionista francés Degas que ‘el arte no es lo que ves, sino lo que haces que otros vean”, apuntaba en su cuenta Jesús Rodríguez de Moya. Y añadía: “Juan Ortega consigue hacernos ver la eternidad parando el tiempo en cada muletazo...”.

Seguro que la afición toda se alegra de ese triunfo sin parangón porque reconcilia otra vez al toreo con las bellas artes, y recompensa a un artista que no siempre se encuentra con las musas de la inspiración a la hora que señala el cartel. Pero insisten quienes la han visto que la obra de Juan Ortega, premiada con cuatro orejas, quedará en el recuerdo para siempre, aunque los toros de Núñez del Cuvillo derrocharan solo nobleza y no fortaleza y casta.A esa misma hora, las cámaras de la televisión pública andaluza emitían la II Corrida Pictórica del Aceite desde la localidad jiennense de Villacarrillo. Los toros anunciados pertenecían a la ganadería de Arauz de Robles, con estampa, hechuras y pitones de plaza de primera categoría; toros muy serios, auténticos ‘pavos’ de los que se respetan de verdad desde el tendido.

Y allí, Octavio Chacón, torero grande, con un conocimiento deslumbrante, una experiencia bien asumida a lo largo de un permanente encuentro con los hierros más duros del campo bravo, y un admirable sentido de las distancias y los terrenos, ofreció dos lecciones magistrales de la lidia de un toro. A los dos, brusco, agresivo y de corto viaje el primero, y bravo y encastado el otro, les plantó cara de verdad, los dominó, los toreó con apabullante poderío y se gustó como hacen los toreros buenos. Le ganó la partida, de qué manera, al complicado primero, y sorbió toda la buena clase del cuarto. Cortó tres orejas, y en las vueltas al ruedo se hizo acompañar por su hijo de corta edad, al que los padres impusieron el nombre de Víctor Iván, en recuerdo de Víctor Barrio e Iván Fandiñó, muertos en el ruedo.También necesitaba Chacón un triunfo incontestable ante las cámaras de televisión para que su nombre vuelva a estar presente en los despachos que, injustamente, lo han olvidado. Su obra no tuvo tanto eco en las redes —en el toreo de hoy impacta más el pellizco que el poderío—, pero perdurará, sin duda, en quienes tuvieron la oportunidad de sentirla.

Él y Juan Ortega tienen en sus agendas una cita trascendental en la plaza de Las Ventas, que no han pisado en toda la temporada. Octavio, este mismo domingo, día 17, en un desafío ganadero entre toros de Partido de Resina y Sobral, junto a Juan de Castilla y Ángel Sánchez; y Ortega, en la Feria de Otoño, el día 7 de octubre, con reses de El Pilar, en compañía de Daniel Luque y Pablo Aguado.

Ambos deben refrendar lo realizado en Villacarrillo y Valladolid, y aunque sucederá lo que los toros quieran —se supone que los toreros saldrán a darlo todo—, ahí quedan dos monumentos para la tauromaquia actual, una faena para el toreo más íntimo, y otra, para la emoción recóndita.

Juan y Octavio, dos torerazos, tan opuestos como complementarios; tan distintos como imprescindibles para que la fiesta de los toros perdure más allá del recuerdo instantáneo.


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