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viernes, 2 de mayo de 2025

OTRO HITO

  Morante desató pasiones.

Firme, empeñado y valeroso, pura improvisación, el torero de la Puebla desata pasiones con dos faenas de sutiles logros y, sobre todo, con un recibo de largas al cuarto toro sacadas del repertorio de viejas tauromaquias

 Sin precisar de faenas preciosistas, cumplió una tarde redonda. Los detalles fueron muchos y singulares argumentos. Fragmentos del canon clásico: fundidas la tauromaquia antigua y la contemporánea en una pieza sola y en versión probablemente mejor que sus propios modelos. 

Todo lo cual vino a pasar desde el mismo momento en que Morante trató de fijar en espléndidos lances sueltos pero acompasados al toro corretón y desentendido que partió plaza. El galleo corregido con que llevó el toro al caballo fue distinto, y el remate de un quite por verónicas con larga y desplante en los medios, señal inequívoca de que Morante no había venido de paso, sino más motivado de lo habitual. A los medios, donde jadeante se sujetó el toro, venido abajo a las primeras de cambio, pegajoso cuando Morante lo forzó. A pies juntos fueron brotando muletazos marchosos apurando el fondo justo de fuelle del toro, que amenazó con irse a las tablas. No lo hizo gracias al empeño de Morante, que antes de la igualada, entre las rayas, abrochó faena con tres ajustados muletazos frontales. En la suerte contraria un primer pinchazo, un segundo hondo y tres golpes de cruceta, el tercero, magistral. La banda, tantas veces reticente con Morante, acompañó la faena entera.

 La música subrayó después las seis largas con que Morante paró de salida al cuarto toro. Tres por cada mano, dibujadas con precisión algebraica, el vuelo del capote solo al alcance de los elegidos en lo que podría tenerse por un lance menor pero convertido en manos de Morante en un ejercicio de virtuosismo. No solo el dibujo. Fue, además, la compostura de la figura, el medio pecho en el embroque, abierto el compás ligeramente. Y el remate con media envuelta. Se puso la gente en pie. El clamor fue de época. 

En alas de ese clamor incondicional Morante vino no a romperse pero sí a hacerse admirar con la razón secreta de su toreo: el valor. El encaje tranquilo, como si ponerse donde y como se puso no fuera riesgo, descolgado de hombros, que es la mejor manera de torear. Abierta en tablas de sombra con ayudados a suerte cargada, la faena cambió de terrenos casi de golpe y de pronto estuvo Morante plantado en las rayas contrarias de sol. Tandas de impecable ajuste que forzaban la desgana del toro, por una y otra mano, sin desmayar Morante, ingenioso en los remates improvisados, variaciones del toreo por bajo traído detrás. Empeñado, seguro, dueño del toro, que tuvo siempre en la mano con su punto de desenfado. 

Y el colofón magistral: una estocada dando espalda a toriles y atracándose de toro como si en la estocada le fuera la temporada. La manera de ver doblar al toro, rodilla en tierra el desplante, fue un espectáculo. Y otro, una interminable vuelta al ruedo que tuvo no poco de reencuentro del torero con sus fieles de ahora y de siempre. Dos orejas. La segunda, por plebiscito. Hubo que arrancársela al palco cuando ya estaba el toro enganchado en las mulillas y traerla desde el patio de sangres. 

El toro se llamó BODEGUERO, estaba marcado con el nº 63, negro zaino, de 513 kg, nacido en enero de 2020.

                      Crónica de Barquerito

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