EL TRIBUTO INVISIBLE
POR SANTI ORTIZ.
Como cada diciembre, me asomo a ese recuento de daños que configuran las páginas amargas que los toreros escriben con dolor y con sangre cada temporada.
Es el inevitable y necesario tributo que el dios Tauro exige de sus oficiantes y que éstos están dispuestos a pagar, con la mente preparándose para ello desde el mismo momento en que hicieron suya la idea, la ilusión, el deseo, de vestir el traje de torero.
En este 2016, nada menos que 140 veces tuvo que intervenir la providencia cirujana tratando de evitar el triunfo de la muerte que los toros firmaron a cornadas.
De ellas, tres resultaron infructuosas, pues El Pana en Ciudad Lerdo, el 1 de mayo; Renatto Motta en el peruano Maico, el 17 del mismo mes, y nuestro Víctor Barrio en Teruel, el 9 de julio, perdieron la vida a consecuencia de las cogidas que sufrieron mientras desempeñaban su profesión.
Hubo un cuarto torero muerto, aunque el hombre lograra salvar la vida. Me refiero al banderillero algabeño José Manuel Soto, gravísimamente herido el 20 de agosto en Peal de Becerro, a consecuencia de cuyo percance hubo que amputarle la pierna seis días después de sufrirlo.
Fue una de las cinco cornadas pronosticadas de muy graves por los facultativos a lo largo del año, de las cuales en tres –contando la anteriormente citada– el certero derrote de los astados rompió esos caños de vida que componen las venas safena y femoral. Por ellas, en Madrid, el 12 de junio, se le iba la vida a borbotones al novillero Rafael Serna. Y en Alicante, trece días después, la roja savia del matador de toros Manuel Escribano dejaba su reguero de angustia por el ruedo de Alicante: cornada de tan serias secuelas que le ha impedido reaparecer hasta el momento, obligándolo a cancelar su temporada americana.
Otra, fechada el 26 de marzo y pronosticada de la misma forma, recibió en el transcurso de un tentadero el banderillero Juan Carlos de Alba en la cabeza. Y el 24 de julio, en Las Ventas, un novillo de Arauz de Robles le partía el pecho al novillero Pablo Belando. Era el décimo de los 13 percances sufridos por la novillería con picadores este año en Madrid, plaza en la que es preciso añadir otros siete sufridos por los integrantes del escalafón superior.
Sangre derramada, dolor aguantado con hombría, que no podremos ver reflejados en ninguno de los múltiples resúmenes del año característicos de estas fechas. En ellos seguro encontraremos los goles marcados en las distintas divisiones, los éxitos olímpicos, los premios literarios, las lesiones de los deportistas y todo lo que ustedes quieran, pero nada que tenga que ver con los toros, ni siquiera de este caro tributo que los medios de comunicación contribuyen a invisibilizar para que los indocumentados sigan confundiendo al toro de lidia con una inofensiva víctima sujeta al maltrato del hombre.
Es el tributo invisible –tanto como el mismo toreo– que lo toreros pagan con la firmeza de sus convicciones. Ojalá acabe este año bisiesto y traicionero sin que se registre ni uno más; aunque es preciso entender y asumir que la cornada es algo consustancial a la propia esencia del toreo. No en vano uno de los principios en los que descansa el arte de la tauromaquia postula lo siguiente: para tener derecho a matar al toro hay que darle la oportunidad de que te mate.
Así ha sido hasta ahora y así seguirá siendo.
¡Felices Fiestas!
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