Plaza De Toros De Talavera De La Reina
En esta plaza, en este lugar, han pasado cosas. Cosas bellas y cosas para poner los pelos de punta. Esta plaza ha sabido de valentías casi heroicas y de miedos pegajosos y negros. De triunfos resonantes y de fracasos dolorosos. Aquí, en esta plaza, ha reinado la muerte con su carátula de huesos mondos, y un asta de toro en lugar de guadaña. Y también aquí, comenzó la ascensión meteórica de ese esputnik del toreo llamado Manuel Benítez.
Es pues una plaza con historia Con una historia pequeñita y poco importante, si nos ponemos las gafas de la trascendencia; pero entrañable y caliente, emotiva y cargada de bellos momentos si sabemos penetrar en esa dulce y amarga parcela lírica y contradictoria, que es el corazón, del hombre.
No voy a relatarles ningún hecho histórico importante. No es mi intención el hablarles de la Historia de Talavera, ni de nuestro buen corregidor Fernando de Rojas y su inmortal tragicomedia, ni de los fantasmas de Calisto y Melibea que uno puede ver en las noches de luna, si tiene sensibilidad para ello. Ni de nuestra cerámica. Ni de cualquier otro tema erudito. No, mi propósito es mucho más ambicioso porque trato de contarles, nada menos que la historia íntima y entrañable de una serie de hombres que fueron protagonistas o testigos de una serie de momentos estelares, que ocurrieron precisamente dentro de nuestra Plaza de Toros.
Verán: todo comienza hace ya muchos años cuando el Rey Liuva, godo él, sobrino de don Rodrigo, el de los amores no lícitos, construye una ermita sobre los cimientos de un viejo templo dedicado a la diosa Palas. Nuestro buen cristiano de pro, manda construirla para Nuestra Señora del Prado, santa patrona del lugar, tenga si debido culto. Pasan los tiempos y ya en mil cuatrocientos y pico el Cardenal Cisneros ordena una reforma a fondo, convirtiendo en un templo suntuoso lo que antes fuera una sencilla ermita rupestre. En huerta anexa se construye un corral idóneo, para que los caballeros talaveranos puedan matar sus ocios alanceando toros. Esta es la prehistoria de nuestra plaza.
En 1880, tal vez para seguir olvidando los desastres coloniales, una sociedad anónima llamada pomposamente "La Lidia" construye en la antigua huerta una plaza de toros elemental. Pero la sociedad se viene abajo prematuramente y un grupo de cinco prohombres talaveranos compra los derechos y termina la construcción. El 29 de semtiembre de 1890, con toros de Enrique de Salamanca, es inaugurada por los matadores Fernando Gómez "El Gallo" y Antonio Arana "Jarana". En 1913 se la añaden en la sombra unos cuantos palcos cubiertos, para que la gente bien no se mezcle con la chusma, y en ese momento la plaza adquiere mayoría de edad permaneciendo así hasta 1952, fecha en que don Antonio Vera, un taurino de posibles, compra la plaza y la reforma a fondo, hasta lograr un aforo de 8.700 localidades con una cierta suntuiosidad visual y un discreto confort. Ya no estamos en una plaza de pueblo, esto es evidente; pero nuestro coso ha perdido aquella dulce ingenuidad pueblerina de sus tendidos sin rematar con racimos de hombres encaramados a los álamos curcundantes, para ver la corrida gratis.
Nuestro coso ya no huele a pantalón de pana. Nuestro coso, en la actualidad huele más bien a turista sueca de barrera, a electrodoméstico, a coche utilitario.
Pero sigue ahí. Con sus fantasmnas dentro. Con toda su carga apretada de recuerdos. Vamos a recorrerlos, siquiera sea un poco al trote para que usted nos conozca un poquito. Y para que cuando pase por Talavera no nos cosidere como a unos extraños, sino como a unos viejos amigos con quienes dtenerse a charlar un rato.
El paseillo de la corrida del 16 de Mayo de 1920, en la que murió José Gómez (Gallito)
Los felices años veinte
Talavera, por aquel entonces, es un pueblo destartalado y reseco con vocación andaluza. Calles mal empedradas y albañales al descubierto. Patios llenos de flores, slenciosos y burguesitos, y patios de vecindad, vocingleros y sucios. Se vive del secano y los señoritos bien sueñan con cortijos blancos y con negros caballos de raza mora. Por la mañana los zahajones y la guayabera, por la noche el casino para jugarse las pestañas a la ruleta y al bacarrat. Algunas zarzuelitas y los bailes en los carnavales. Tedio. Miradas ardientes a los tobillos de las señoritas. Cafés de camareras. Algún fandanguillo, más o menos intencionado en los barrios pobres.
Excepto en las ferias, Porque Talavera, durante sus ferias de mayo o de septiembre, explota bruscamente en luces y en gentío. Comercialmente son las más importantes del país y llegan gentes de todos los sitios y de todas las calañas. Talavera vive entonces plena de excitación y de ilusiones. Es la época para conseguir el novio soñado o para hacer el negocio del año. Se compra, se vende todo y el dinero corre con alegría.
Y además hay corrida de toros. Estamos en 1920 y la primavera está amaneciendo en las flores de su parque. Y en la cara de sus mocitas. Y en el azul de sus cerámicas. Hay que ir pensando en la corrida y surge un empresario: don Venancio Ortega que quiere lucirse ante sus paisanos lidiando una corrida de su hierro. La ganadería de la Sra. Vda. de Ortega ha debutado con buen son en septiempre de 1919, en la plaza de Alcalá de Henares, y desde entonces estos toros tienen un buen cartel a Sánchez Mejías; pero Ignacio no muestra un excesivo interés en venir a Talavera y Ortega se desanima. La primavera está en pleno apogeo y la feria es a mediados de mayo.
Pero llega abril y cae por Talavera un tal señor Villar, muy amigo de los Gallos, que pide la plaza organizar la corrida de feria con uno de ellos y Sánchez Mejías, mano a mano, si se le subvenciona con la cantidad de 5.000 pesetas. Se consulta al comercio y éste cubre dicha subvención en 24 horas. Se piensa en Rafael para el mano a mano; pero José, el gran José, el mítico Josélito; aquel de quien se decía con admiración "que parecía que le había parido una vaca", tal era su conocimiento del toro, decide ser él quien venga a ocupar el lugar de su hermano en el cartel. Alega para ello su personal interés en torear como homenaje a la memoria de su padre, Fernando Gómez, "El Gallo", que había inaugurado la plaza. ¿Eran estas las verdaderas motivaciones? ¿Fue, más bien, un deseo de dar de lado al público de Madrid, injusto y agresivo con los dos monstruos sagrados del momento?.Los felices años veinte. Parte 2
Sean cuales fueran las verdaderas causas, ya tenemos a Joselito atrapado en la tela de araña de su destino, como un hombre de la tragedia griega.
Y los carteles salen a la calle; vea usted uno de ellos, amigo lector, y deléitese. Contemple con emoción esos dos nombres enlazados y reflexione sobre la confluencia de sus destinos. José, el sublime, a pocos pasos ya de su tránsito. Ignacio, el de la cabeza de patricio romano, caminando fatalmente hacia la plaza de Manzanares, en aquellas terribles cinco de la tarde, en las que había "una espuerta de cal, ya prevenida", como tan espeluznantemente cantara el también trágicamente predestinado Federico García Lorca.
Pero aún tuvo José una remota esperanza de salvación. Fue en la mañana misma de la corrida, cuando el tren se detuvo en la estación de Torrijos, José y su cuadrilla venían bromeando, lo de Talavera era una corrida sin excesiva responsabilidad, y desde la ventanilla del vagón le dijeron unas cuantas impertinencias a un pobre paleto. El hombre replicó malhumorado y se cruzaron insultos. Jaleo, intentos de borfetada, intervención final de la autoridad, José quiso terciar con excesiva arrogancia y estuvo a punto de ser detenido. ¿Qué hubiera acontecido si la detención se consuma, y se suspende la corrida de Talavera?.La plaza estaba abarrotada. A las seis de la tarde termina el tercio de baras de "Bailaor". Joselito se aproxima a la barrera y charla con don Gregorio Corrochano. "Ese toro es burriciego, José". "Ese toro ha perdido la vista en los caballos, don Gregorio". No se ponen de acuerdo. |
Los clarines cambian el estoque. El toro está bronco y se defiende tirando tarascadas. Trabajosos pases de tirón. El maestro decide cambiarle los terrenos. Cuando se separa unos pasos hay una arrancada descompuesta. José espera tranquilo y mete seguro la muleta para darle salida; pero el toro no le ve, precisamente por su defecto visual, y larga una cornada a ciegas. El pitón penetra en el muslo del torero y cuando su cuerpo está en el aire le tira otra con el pitón contrario que penetra, como una puñalada en la cavidad abdominal. Todo en un segundo. Todo sin que nadie pueda intervenir. Todo ante los asombrados ojos de aquellas buenas gentes. |
Inmediatemente, después del alarido colectivo. Porque José, palidez de muerte en la cara, no puede ni incorporarse del suelo. "Me ha echao las tripas fuera, Blanquet", apenas puede pronunciar; y se desmaya. Y camino de la enfermería, ya con los estertores de la puerte: "Mascarell, que venga Mascarell". Y jamás pronunció una palabra más.El personal de la enfermería intenta librar una batalla que saben perdida: cafeina, sueros, analépticos. Para nada, porque José está ya muerto. Llega el forense para confirmar la defunción y se emite el reglamentario parte: "Durante la lidia del quinto toro ha ingresado en esta enfermería...". Conmoción. Ignacio llora en silencio, mientras la cuadrilla, aterrorizada, no sabe ni llorar. Algo muy profundo pesa sobre su corazón, por que si José, el sabio, ha terminado así qué va a ser de ellos, pobres ignorantes.Talavera se viste de luto con urgencia y se convierte en el epicentro de la nación. Comienzan a llegar gentes. Juan Belmonte recibe la noticia en su puso de Madrid y llora casi histéricamente. Rafael "El Gallo" es acompañado hasta Talavera por unos amigos muy entrada la noche; pero cuando está llegando a la plaza le entra una especie de repeluzno gitano y retorna a Madrid sin querer ver el cadáver. |
Muy de mañana ya en lunes 17 de mayo, la autopsia y el embalsamamiento. Al mediodía el entierro hasta la estación del ferrocarril con toda Talavera, apesadumbrada y perpleja, acompañando en silencio este último paseo de José. Después la feria más negra y más triste de toda la historia talaverana.
Los incómodos cuarenta
Talavera, como todo el país, convalece lentamente de las heridas de la guerra civil. Vivimos tiempos de privaciones y nuestros automóviles renquean lentamente, llenando las polvorientas carreteras con los montoncitos de carbonilla de los gasógenos. Ha explotado una bomba taurina Morenito de Talavera, que se come a los toros. Su campaña, a nivel macional, es realmente espectacular y se codea, en olor de triunfo, con las figuras del momento. Hay que darle paso allí donde lo pide. Domingo Ortega, Manolete, Pepe Luis... nadie puede con él. Talavera vive euforias taurinas y la gente llena nuestra plaza de toros.
Triunfa también la otra cara del toreo: los bufos. Esa extraña gente que parece tomar a broma la sacrosanta liturgia de la corrida, y que recorre las ferias siempre en el último vagón. En el fondo tienen más afición que nadie y solo Dios sabe a costa de qué sacrificios han cambiado los caireles por el traje de payaso. Talavera monta su propio espectáculo: "Los Talaveranos", que recorre medio país. Van a las órdenes de un torero local, el Tío Caracas, cómico genial y lidiador con más recursos que muchos maestros. El inventó eso de poner banderillas sentado en el suelo. El inventó el número del botijo y centenares de trucos más. Su figura apaletada, su largo blusón, su boina, su garrota, llenan el coso talaverano una y otra vez.A media década se celebra en nuestra plaza una corrida inacabada. Es un septiembre dorado y apacible que huele a trigo recién limpio. Es la feria y la plaza se abarrota. Toros de Arranz para Rafaelillo, Paquito Casado y Manolo Martín Vázquez. |
El primer animal se vence por el derecho y empitona de salida a Rafaelillo. En la primera vara manda para la enfermería a Paquito Casado, Manolo, solo en el ruedo suda con sudores de agonía y mara como puede a este burel destemplado. Al segundo se lo quita de encima con un cierto alivio. Al tercero, con los nervios ya a punto de estallar, se lo deja vivo en la plaza. Un golpe contra el burladero y se marcha a la enfermería para no reaparecer. El parte facultatuvio habla de un fuerte ataque de nervios. La corrida ha terminado, por falta de matadores, a los cuarenta minutos de su iniciación, quedando, para mejor ocasión, cuatro toros vivos.
La gente, con el rabo entre las piernas, corre hacia las taquillas de los circos para deleitarse ocn las emociones del trapecio.
Los febriles cincuenta
Talavera ha cambiado de color casi bruscamente y un verde, fértil y generoso, sustituye a los antiguos secanos. Milagros del regadío gracias al Canal Bajo del Alberche. El dinero corre con alegría por que los nuevos cultivos: el pimentón, el tabaco, el algodón, resultan mucho más rentables. Hay inmigración y los bares están continuamente llenos de gente. Se establece una especie de nueva religión en la que los Directores de Banco y los Ingenieros de Colonización son respetuosamente venerados. Talavera crece a ojos vistas y ya no se conforma con sus corridas de feria. Se montan novilladas, casi siempre sin picadores, durante los domingos, del verano. Una de ellas va a tener, a la larga una importancia clave en la historia del toreo contemporaneo.
Fue justamente el 18 de agosto de 1959, porque en ella va a torear por primera vez, dentro de la legalidad, un muchacho mugriento y melenudo, de largos brazos y una sonrisa un poco triste de dentífroco americano. Se llama Manuel Benítez y no viene precedido de ninguna publicidad.Regular entrada, a 25 pesetas un tendido de sombra. El espectáculo resultó alucinante porque Manolo, rabia de muchas cosas dentro del cuerpo, estuvo más tiempo en el aire que con los pies en la arena. "Me mareaba de tanto verle volar", comentó después un espectador. Pero hizo de todo: banderillas cortísimas citando de rodillas, saltos inverosímiles, muletazos iconoclastas, muletazos puros de jugarse la tripa. Manolo se había vestido de torero en la misma plaza y, naturalmente, no cobró ni un céntimo por su actuación. Su empresario, Luis López López. perdió en aquella aventura 50.000 ptas. y aquella misma noche se cortó, para siempre, su puro habano y sus gafas negras de apoderado. |
Años después Talavera recordó emocionada aquel debut cuando el diestro, ya a nivel de fenómeno mundial suprataurino, volvió a nuestra plaza en una feria de mayo. Aquello fue una explosión colectiva de histeria y la ciudad se paralizó mientras "El Cordobés" estuvo en ella. Cerró el comercio, se colapsó el tráfico frente al hotel, y hubo anécdotas enternecedoras sobre la capacidad de identificación de nuestro pueblo. Naturalmente se agotaron las entradas y nada tuvo importancia, fuera de la hechizante figura de Manuel Benítez.
Epílogo: Los novisimos sesenta
Talavera, serenada en aires de ciudad importante, sigue creciendo aunque más apaciblemente. El papel del regadío bajó un poco de cotización y en la actualidad busca nuevos horizontes por los caminos de la industria. Puede decirse que ha cambiado de fisonomía, como cuando un chico se convierte en hombre. Pero su plaza de toros sigue ahí, con toda su historia dentro.
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