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sábado, 16 de julio de 2022

EL TOREO VOLVIÓ A PAMPLONA

 Por Santi Ortiz

Y al tercer año, resucitaron. A los confinamientos, siguieron los encierros, y a las tardes de cuarentena, las de corrida; que es preciso no olvidar –hoy menos que nunca, como lema obligado de todo aficionado– que sin corridas no hay encierros. Y que, sin unos ni otros, ni Pamplona es Pamplona ni el espíritu navarrico podría exhibir el orgullo blanquirrojo de su genuina personalidad.

Volvieron las divisas al ruedo para enfrentarse con los alamares, y los mozos y toros a ese itinerario urbano saludado cada mañana por el silbante sonido del chupinazo que descorre los cerrojos del portón de los corrales del Gas para que comience la aventura y la fiesta. Cuesta de Santo Domingo, plaza del Ayuntamiento, calles de Mercaderes y Estafeta, curva de Telefónica y plaza de Toros –este año presumiendo coquetamente de centenaria–, marcan el recorrido de la tradición que Hemingway convirtiera en el fasto más cosmopolita del planeta.

San Fermín es atronador ruido, música, algarabía, peñas variopintas bajo sus pancartas, almuercicos para reponer las emociones del encierro y, en un no parar, viandas y bebidas –donde no puede faltar el tintorro y el clarete de la tierra– digeridas al compás de los cantos y bailes que fijan sus compases en cada tarde de corrida con acompañamientos de chistu, gaita y tamboril, entre otros instrumentos. En este aspecto, Pamplona es un trago duro para el taurinismo. Acostumbrarse a la idiosincrasia de esta plaza, a los toreros les cuesta un notable esfuerzo de concentración. Y a los espectadores foráneos, un consejo: saquen localidades de sombra si quieren ver los toros; incrustarse entre las peñas en el sol es garantía de salir comido, achispado, bautizado y duchado con bebidas espirituosas, pero sin haberte enterado de nada de lo que ocurre en el ruedo. Salvo cuando surge ese torero, esa faena, capaz de concentrar en la labor taurina la atención de peñistas y aficionados, pues entonces no hay sector de la plaza que no se vuelque en lo que está ocurriendo en la arena. Tener a las peñas de su parte es fundamental para encauzar el éxito torero, de ahí que este año hayan proliferado como nunca los brindis al público o haya habido diestros que hayan buscado la complicidad de las peñas, como a cara descubierta evidenció Jesús Enrique Colombo.


A mi juicio, en lo que a corridas ganaderas se refiere, el primer y último puesto no habrá ofrecido ningún problema para los miembros del jurado de la Casa de Misericordia de Pamplona, porque, sin duda, la corrida más completa ha lucido la divisa de La Palmosilla, mientras que la más deficiente desacreditó el hierro de don José Escolar. Otra cosa habrá sido la decisión para otorgar el Premio Carriquiri al toro más bravo de la Feria, pues estaba más disputado. En mi particular cuadro de honor, los cuatro toros más acreedores al premio han sido, según orden cronológico de lidia: “Jaranero”, de Núñez del Cuvillo, al que Morante cortó la oreja; “Pueblerino”, de La Palmosilla, con el que Manuel Escribano dío la vuelta al ruedo tras desatender la presidencia una mayoritaria petición de oreja; “Rufián”, de Jandilla, al que realizó una gran faena Alejandro Talavante, y “Bocinero”, de Victoriano del Río, al que cortó la oreja Miguel Ángel Perera. A la postre, el galardón recayó en “Rufián”, al que pudiera haber destacado de los otros su indudable clase en el tercio de varas.

Toro "Rufián "de Jandilla


Como Feria que hace énfasis en la que sus organizadores contemplan como principal estrella –Feria del Toro, la llaman–, la Meca sólo concede galardones al protagonista astado; esto es: al toro más bravo y a la corrida más completa, pero no instituye ninguno para los toreros. Hagámoslo nosotros, aunque sólo sea en lo que compete al triunfador de estos Sanfermines. Tampoco existe aquí para mí el menor género de duda, pues hay una montera que ha destacado sobremanera por encima del resto: la de
Andrés Roca Rey; la única que hizo doblete; la que cada una de sus tardes puso a revienta calderas el coso centenario; la que llenó la escena como nadie; la que venía con la escoba y ahí sigue con una regularidad sólo al alcance de las figuras de época. Si acaso, esta feria, y quizá en la temporada, lo he visto más parco con la capa, menos pródigo y variado en quites. Sin embargo, a veces nos ha regalado exquisiteces como las cinco verónicas por el pitón zurdo que instrumentó al victoriano “Jaceno”, tersas, asentadas, templadas, profundas,
artísticas…

Otra de las características que sitúa a Roca Rey por encima del resto de figuras –exclúyase a José Tomás, como torero actualmente fuera del circuito– es su capacidad para encontrar toro en cualquier circunstancia y resolver los problemas con una distinción, un empaque, una superioridad, una solvencia y un desparpajo, tan grandes, que en lo que en otros tensa, crispa, retuerce y hace sudar esfuerzos, en el diestro peruano es una asombrosa lección de facilidad. Calma y parsimonia que en su temple son armas para domar la furia, el genio y la exigente casta. Y a los que dudan de su excelente toreo, les remitiría a la faena de “Juguetón”, con el que cerró la corrida centenaria. Díganme cuándo el temple fue tratado con mayor templanza, tanto de pie como de rodillas, porque, para invertir la partitura, a este toro acabó toreándolo en redondo de rodillas con el mismo y exquisito tempo lento que había prodigado antes con las zapatillas asentadas en la arena. Y déjenme rematar el párrafo con el pase de pecho. ¿Han visto ustedes un pase de pecho más largo y con más empaque, más profundo y valiente que el que instrumenta para gloria del toreo eterno el torero de Lima? En el suma y sigue de su apabullante temporada, Pamplona ha servido de marco para seguir constatando el momento cumbre por el que atraviesa este torero.


Del ¡Riau, Riau!, al ¡Pobre de mí!, estos sanfermines del reencuentro han terminado. Y nosotros enfocamos nuestra atención en las ferias de Santiago y San Jaime, antes de desembocar en las de mucho toro y mucha baca de agosto, donde redondeles y carreteras conforman el paisaje taurino en el que habrán de deambular los hombres de alamares a la busca siempre –modernos argonautas de capa y espada– del codiciado vellocino de oro que les ponga a su alcance la meta que en justicia su lucha con los toros les deje alcanzar. Suerte para todos y mucho cuidado con el toro de la carretera, que a veces saca la condición de “pregonao”.