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sábado, 2 de julio de 2022

Y DE LOS TOROS, ¿QUÉ?

 Por Santi Ortiz

Bodas reales. Natalicio de una infanta. Recibimiento del príncipe heredero. Estancia del rey. Cumpleaños del príncipe de Asturias. Venida a España de un miembro de la familia real. Cumpleaños de la reina o del rey. Recibimiento hecho al monarca. Alumbramiento de la reina. Nacimiento de un príncipe. Victorias del ejército real. Casamiento del príncipe de Asturias. Recuperación de la salud del rey. Nacimiento de un heredero. Proclamación de la corona. Jura del monarca. Exaltación al trono. Homenaje a los ejércitos aliados que vencen a los franceses en la Guerra de la Independencia. Promulgación de la Constitución. Celebración de victorias decisivas en la guerra de Marruecos. Homenaje a personajes señeros de la política, las artes y las ciencias. Agasajo en el retorno de los exiliados de la Guerra Civil…, y lo que ustedes quieran. No había ceremonia, honra, merced, encomio, dignificación, cumplido, fineza, rendibú, que involucrara a la Casa Real, al Gobierno o al Estado español, donde no dejara sentir su presencia la fiesta de los toros. Todos los anteriormente enumerados eran motivos de celebración de corridas independientemente de que el agasajado fuera un monarca español o aliado; un militar victorioso, como Prim; un político nacionalista, como Lluis Companys; un poeta comunista, como Rafael Alberti; una mandataria amiga, como Evita Perón; un genocida nazi, como Heinrich Himmler; o un científico eminente, como Alexander Fleming. Fuera cual fuese el campo de actividad y la ideología del personaje, la España oficial hacía patente su afecto organizando en su honor una corrida de toros, como si con ella se le obsequiaran los rasgos más esenciales y auténticos del pueblo español, pues, como sostenía Antonio Peña y Goñi en el prefacio de su Lagartijo y Frascuelo y su tiempo: “aquí donde lo extranjero lo ha invadido todo y lo ha corroído todo, aquí donde todo se ha transformado y se ha tambaleado al influjo de los tiempos y al choque de las circunstancias, sólo las corridas de toros han permanecido en pie, desafiando todos los cambios sociales y políticos, y tanto más potentes, cuanto han sido mayores los denuestos y las injurias que sobre ellas han caído y siguen cayendo. Y esto, ¿por qué? Porque son el último resto de lo único español que vamos conservando, porque encarnan el carácter entero del pueblo español, y porque dan a entender que en medio del desquiciamiento que parece amenazarnos, se levantan como la protesta más elocuente contra los que conceptúan decaído el valor y la fortaleza de las clases populares de España.”

Eso afirmaba el escritor guipuzcoano en 1887, sin saber que más de un siglo después sus palabras seguirían teniendo una más que hiriente actualidad, toda vez que la España oficial parece mayoritariamente divorciada del toreo y más proclive a torpedear su camino o a mantener con él una incómoda actitud vergonzante que a cumplir la legalidad vigente en cuanto a su responsabilidad de asegurar su desarrollo, garantizar su conservación y promover su enriquecimiento, como contempla el art. 46 de nuestra Constitución.


Digo todo esto porque, si echamos una mirada a lo que llevamos de siglo, comprobaremos que no se ha celebrado en este país fasto alguno a nivel de Estado o de Gobierno en el que haya intervenido la Tauromaquia. Ahora había una oportunidad idónea para visibilizarla con la cacareada hasta el hartazgo Cumbre de la OTAN, pero no. Han tenido flamenco, se han degustado productos españoles, se ha convertido el Museo del Prado en un cenadero para los mandatarios y sus desmesuradas escoltas y nadie se ha acordado del toreo. Silencio en la noche. Que nadie pronuncie la palabra maldita. En un mundo que se llena la boca de diversidad, pero que aspira a igualarnos a todos según su modelo homologado de cultura, de sociedad y de política, el toreo debe ser silenciado, excluido, enterrado tras cualquier horizonte, hasta que no quede de él el mínimo vestigio, la más leve huella de su biografía.


Nadie vea en mí el mínimo interés en pedir peras al olmo. Ya sé que con nuestro gobierno Frankenstein; el progresismo de censura y cancelación, revelado como colaborador imprescindible del neoliberalismo; una vieja y cochambrosa Europa carcomida por los prejuicios del animalismo y el igualitarismo, y el ansia de mostrar una imagen de unidad entre los países miembros, que el tiempo y los problemas vendrán a poner en su sitio, hacer la mínima alusión a los toros perturbaría cualquier hoja de ruta y sería desechada de inmediato. No obstante, no puedo evitar la rabia que me produce chocar con esta realidad que nos margina haciéndonos ver la insignificancia en la que hemos caído.



Tampoco el de relacionar la OTAN con el toreo. La OTAN siempre me ha parecido una inutilidad peligrosa, tanto más alarmante, cuanto más inútil. Y a los hechos me remito, ¿o acaso uno de los motivos desencadenantes de la guerra de Ucrania no ha sido buscarle un conflicto y un enemigo a un organismo sin motivos para existir? Con la OTAN podrían haber hecho los norteamericanos como los soviéticos con el Pacto de Varsovia: desmantelarla. Pero eso no se avenía con los intereses de EE.UU., dispuesto a “otanizar” Europa y ponerla al servicio de su guerra particular contra Rusia y China. Y todo por seguir manteniendo una hegemonía mundial, que hace años dejó de tener y que le hace meterse en el 99,99% de conflictos y guerras. Algo que no es nuevo y que ya se daba cuando los yanquis y nosotros andábamos a cañonazos allá por 1898. De entonces es la corrida patriótica celebrada en la plaza de Madrid, uno de cuyos diestros –don Luis Mazzantini– alzó su montera en brindis con estas palabras: “Brindo por el heroico pueblo del dos de mayo, por el señor alcalde que lo representa en este palco y porque el importe íntegro que se recaude en esta corrida se destine en dinamita para hacer saltar en mil pedazos a ese país de aventureros que se llama Norteamérica.”
Aquel país de aventureros sigue manteniendo hoy la misma política exportadora de guerras fuera de sus fronteras, da igual que esté presidido por William McKinley –como entonces–, o por Joe Biden, el flautista de la Casa Blanca que, con el encantamiento de su música hace desfilar como zombis a sus peones europeos y, a su través, a todos nosotros, sin que nadie repare en que, cada vez, nos lleva más cerca de la Tercera Guerra Mundial.

La tercera y la última. Que no se nos olvide.

1 comentario:

Coronel Chingon dijo...


No se que pensar, ambos bandos saben que ninguno ganará una 3ª guerra mundial. Quizas, mirando el contexto de los acontecimientos de los últimos tres años, este seaa un nuevo envite para seguir acojonando a todo el mundo y dominarlo al extremo de que cedamos sin rechistar una serie de derechos duramente conseguidos en los ultimos 200 años. El verdadero poder oculto está molesto con conceptos como Estado de Bienestar, Democracia, Pueblo Soberano, Libertad de Expresión, Justicia, etc