Por Patricia Navarro.
La cabeza seguía intentando comprender qué había ocurrido. Eran las horas de los porqués. ¿Cómo es posible que Morante es el que mejor ha toreado de toda la feria y sí el presidente le negó un trofeo pero no es menos verdad que Sevilla no se rompe con su torero ni la maten? Cantan más la bulla de otros tantos, para qué dar nombres, si nos sobran dedos de las manos, que la profundidad, genialidad y autenticidad de un torero de época que, no se olviden, además de irrepetible lleva ya un porrón de años en esto y la carreras, como la vida, no es inagotable.
Morante es uno de los toreros, junto con muy pocos, que siguen alimentando el alma en una plaza de toros.
El día que se vaya es pérdida irreparable. Y aquí nos hablamos de números ni cifras ni orejas, ni tan siquiera Puertas del Príncipe. Esto va de otra historia. De la motivación real que te hace ir a una plaza de toros. Y eso es Morante, aunque a Sevilla le cueste romperse de verdad con su torero. No se olviden que detrás de la bulla, del jiji jaja, de los pases rápidos, del lío batallón apenas queda nada. Y si no me creen hagan memoria. Lo que hizo el de La Puebla el lunes esos medios toros fue magia pura. Los terrenos, la despaciosidad, el respeto al toro, la entrega, la forma de pisar la arena, como si se desplomara en ella para dejar envolverse entre los pitones en cada arrancada olvidándose que ese desenlace puede ser fatal.
Esas faenas son de las que te dejan intentando analizar qué es esta puta locura ancestral que comenzó hace siglos, tan difícil de comprender y que cuando ocurre así, en estos términos, te deja del revés y convencida de que no hay espectáculo igual. (Aunque otras tantas tarde la vulgaridad sea insultante).
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