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lunes, 8 de febrero de 2016

Biblioteca Carriquiri.

En el número 15 de la calle Génova de Madrid, en lo que tiempo atrás fue la sede acorazada de un banco, Antonio Briones, reconocido empresario riojano, conserva y difunde el conocimiento universal sobre la Tauromaquia en la Biblioteca Carriquiri.
Se trata, posiblemente, de la mejor del mundo en su género, junto con la de Marco Antonio Ramírez en México; colección viva, en continuo crecimiento, que constituye un referente internacional y una gran reserva de la cultura del toreo.
Es, en cierto modo, una ofrenda que su mentor realiza al arte, tal vez en correspondencia a los muchos momentos felices que la Tauromaquia le ha reportado y le sigue reportando, pues basta un par de minutos de conversación para comprender que es un pensador pleno de experiencias, dispuesto a compartirlas con quien sienta, al igual que él, pasión por la lidia.

Un universo mágico:
El ascensor centenario, con puerta manual de dos hojas de cristal biselado, enrejado de protección, espejos y banco de caoba en su interior, nos transporta lentamente a un espacio mágico, silencioso, compuesto por salas sucesivas espaciosas, pasillos alambicados, y pocas ventanas en las paredes, pues es un entorno sagrado que ni los rayos del sol deben profanar.
El aire es cálido y seco, envuelto en aromas a tintas y papeles añejos; la luz escasa e indirecta, y en la penumbra, con la calma que dan los años, descansan orgullosos, fechados entre 1547 y 2016, los libros.
Lomos de piel en tonos púrpura y ocre, verdes algunas veces, muestran sus títulos grabados con letras doradas, creando un universo armónico, polícromo, que invita a la consulta y a la lectura sosegada de la extensa colección. Los diversos volúmenes se encuentran al alcance de la mano, configurando un orden cartesiano sólo alterado por la cabeza de un toro de Carriquiri, divisa que pertenece también al señor Briones, y algunos carteles decimonónicos, anunciadores de las gestas de los toreros de la época, como Cúchares, Mazzantini, Reverte y Frascuelo ante el mítico hierro de casta navarra. Toreros de leyenda rememorados en un espacio que pronto será también legendario.

El custodio del arca:
Puntual a la cita nos recibe José María Sotomayor, director de la colección, erudito del toreo, enciclopedista, pues es el autor del tomo XII del Cossío, quien gestiona el centro por la pasión que siente por los libros y por la profunda amistad que le une a su propietario. Es un hombre sobrio y elegante, de palabra fácil y juicio certero, profundo conocedor de las artes del libro y de la Tauromaquia, no en vano inició su afición de la mano de su padre en 1944, y lleva 38 años asistiendo casi sin descanso a las funciones de Las Ventas.
Acompañante asiduo de Matías Prats, su querido y admirado tío, sintió la vocación de la literatura taurina a su lado, pues el periodista le encargaba pequeños trabajos de investigación y admiraba después sus dotes para la expresión escrita.
Ingeniero de profesión, ha tenido papeles protagonistas en proyectos petroquímicos en oriente medio, obras complejas de alto valor añadido, si bien comprendió su estatus cuando en una tertulia, el poeta Gerardo Diego le dijo sin ambages: “Usted no vive de la ingeniería; en realidad come de la ingeniería, pero vive del toreo”. José María nos guía por las salas, nos descubre los arcanos de esta colección única, y nos muestra, con la generosidad propia de la casa, cuantos volúmenes nos interesan, narrando con pasión la pequeña o gran historia que les acompaña.
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La colección Carriquiri:
La colección tiene su origen en el legado que hicieron al señor Briones su padre y su suegro, y desde entonces no ha hecho más que crecer cuantitativa y cualitativamente, pues su fondo es asombroso, con multitud de volúmenes valiosos y difíciles. Estuvo inicialmente ubicada en Talavera la Real, en una finca llamada Aldea del Conde, hasta julio de 1999, momento en el que llega a las oficinas del Grupo Génova, su actual emplazamiento. Desde entonces son tres las ampliaciones realizadas, años 2007, 2010 y 2015, que han generado la existencia de nuevas estanterías y también nuevas salas, en un proceso de expansión natural que recuerda a la Conservaduría General descrita por José Saramago en “Todos los nombres”.
Entre los años 14 y 15 han entrado más de 700 libros, y el ritmo de crecimiento actual acelera de manera evidente, con ratios que apuntan ya al millar de nuevos volúmenes al año.
El impulsor de este santuario regenta negocios de diversa índole, entre ellos el hotelero, que le exige viajar por el mundo de manera permanente. Don Antonio y su colaborador infatigable, don José María, reciben ofertas de obras sueltas o bibliotecas completas, pues su bibliofilia es bien conocida, viajan a Francia y otros países taurinos, rastrean, compran y disfrutan del tacto suave del papel, de su aroma seco que recuerda a maderas nobles, y de los testimonios de autores de seis siglos diferentes.
Además de los libros puramente taurinos, a Carriquiri le interesan los mixtos, es decir, aquellos que de manera colateral abordan el toreo. Hay obras compilación de entrevistas a personajes españoles, siempre que contengan conversaciones con matadores, ganaderos u otros protagonistas de la fiesta. También libros que abordan obras artísticas inspiradas en el toreo, como las Tauromaquias de Goya o Picasso, y tantas otras basadas en la escultura, la música y la arquitectura taurina.
Calcula el director que en total son 18.000 volúmenes, contando manuscritos, revistas y álbumes de postales. Pese al interés que despierta la fotografía en sus próceres, hasta la fecha no son objeto de coleccionismo, ya que haría falta un gran nuevo espacio, y las condiciones de conservación de películas exigirían cambios notables en el actual espacio de Carriquiri.
Como cualquier gran colección, la biblioteca dispone de su joyas, y de entre ellas nuestro guía destaca un ejemplar de la primera tirada de la Tauromaquia de Goya de 1816. En la actualidad es muy difícil que salga a la venta completa, por lo que su valor es realmente elevado. La de Carriquiri ha sido expertizada por la Calcografía Nacional, observándose todas la características, incluso las más nimias, que la acreditan como el conjunto de grabados procedentes de la plancha creada por el pintor aragonés. También cuenta con otros trabajos originales del XIX, entre ellos un álbum de Daniel Perea titulado “A los toros” con la peculiaridad de disponer también sus dibujos originales, base de la obra litográfica. En bibliografía mixta existen también grandes piezas que serían del interés de bibliófilos de campos muy diversos, como la literatura, la pintura, la música, la agricultura, la religión e incluso la filosofía.

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El orden:
En un universo así nada debe dejarse al albur de los elementos; cada libro tiene su ficha de identidad y existe un procedimiento perfectamente contrastado para el acogimiento de nuevas obras.
Cuando llega un ejemplar se le ofrece a don Antonio para que lo lea durante el tiempo que estime oportuno. Después se ficha por obra de la bibliotecaria, y se conduce a su ubicación exacta, haciendo uso de dos coordenadas. Abscisas y ordenadas permiten identificar el estante que habita, y como quiera que la ficha identitaria describe bien sus dimensiones y encuadernación, la localización es siempre sencilla. El criterio de asignación de ubicación es el tamaño de cada ejemplar, y no la temática, porque de este modo se aprovecha mejor el espacio, siempre escaso, y se facilita el mantenimiento de los libros, puesto que en caso contrario la luz, pese a ser tenue, decoloraría la parte expuesta de la cubierta. También, admite el señor Sotomayor, la estética de los anaqueles incide en el procedimiento de ordenación elegido, pues una biblioteca de quien ama los libros ha de ser siempre un espacio bello.

El seguimiento de un libro:
Tanto Briones como Sotomayor se definen como “bibliófilos cuerdos”. En las subastas tratan de conservar la cabeza fría, pujando sólo por el precio que consideran adecuado. Esto no siempre es fácil, puesto que la oportunidad de obtener un ejemplar escaso y deseado desata la emoción de cualquier coleccionista. Sin embargo su experiencia les dota de prudencia, y saben que el libro que cotiza caro volverá a cruzarse en su camino a un precio más ajustado.
Pese a tratarse de coleccionistas expertos con posibilidades económicas, la actitud de estos dos hombres se encuadra en el modelo de la felicidad de la psicología de vanguardia, que asegura que “la felicidad se encuentra en la antesala de la felicidad”. Tal vez por eso son conscientes de que el proceso de perseguir un libro es más placentero que poseerlo. Conocer un título, ahondar en su contenido, investigar sobre su autor, saber de su editor, rastrear la edición príncipe, conocer su formato, tipo de encuadernación, signatura tipográfica, marcas al agua si las hubiera, llegar a saber quiénes lo poseyeron antes, e incluso cuantos ejemplares más quedan íntegros, es un cometido hermoso que emociona y satisface a estos dos investigadores. Disfrutan de la simetría de corondeles y puntizones, de la originalidad de un exlibris, de la firma de su autor y de las notas que ilustran un viejo ejemplar, que dan fe del modo en que fue leído y entendido por sus primeros poseedores. Todos los libros tienen su pequeña historia también por las vicisitudes que han ocurrido hasta conseguirlo. Viajes precipitados, encuentros casuales, informes confidenciales, ofertas de intermediarios, consejos de amigos o noticias de una subasta, forman parte del itinerario que ha de seguirse hasta conseguir una pieza valiosa.
José María Sotomayor recuerda con admiración el libro de Mendoza “La pasión por los libros”, que narra las andanzas de un bibliófilo decidido a vender su extensa colección por el simple placer de ir comprándola de nuevo en sucesivas subastas. La experiencia de estos dos hombres es una demostración más de que desear es más emocionante que poseer.
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La difusión del fondo:
Aunque la biblioteca es privada, Antonio Briones es un hombre generoso y permite que, bajo ciertas condiciones, acudan personas a investigar y a visitar la colección. Es habitual que grupos de personas interesadas en el toreo la visiten, como el Aula Tauromaquia de CEU, y prensa especializada, si bien el grupo se limita a no más de 20 personas, pues del mismo modo que la empresa rebosa generosidad, es también garante de la continuidad de la colección y por tanto celosa en su vigilancia.
Tal vez llegue un tiempo en el que los aficionados al toreo tengan que vivir sólo de recuerdos. Quizá llegue un día en que el acoso a la Tauromaquia pretenda destruir la “memoria histórica”, para lo cual habrá de aniquilarse cualquier vestigio que invoque al pasado glorioso. Es posible que, en un futuro remoto, el aficionado deba ocultarse, como han hecho a lo largo de la historia los practicantes de credos prohibidos. Si ese día llegara, la biblioteca Carriquiri será un santuario furtivo y tierra de promisión para todos los que admiren el perfil soberbio del toro y el valor sereno de los hombres capaces de darle lidia.


Javier Bustamante

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