Alejandro Talavante aceptó el reto del sorteo puro, el exitoso invento de Plaza 1, de Otoño. Y ahora sólo queda una bala, gastada la de Victoriano del Río. La última bala es la de Adolfo. Este viernes se juega todo. Se da en él un fenómeno curioso: es cierto que históricamente Talavante y la presión nunca se han llevado bien. Pero también es verdad que después citas de mayúscula responsabilidad y minúscula rentabilidad -como las dos encerronas con seis toros de Victorino y Adolfo en Las Ventas- siempre ha resucitado como el torero imprevisible y esperado.
Al gesto de paso al frente que dio en la lotería otoñal le apuntaban sistemáticas escopetas cargadas con los plomos del argumentario antidemagógico y la pólvora del ideario meritocrático que nos encadena a la repetitiva realidad. Los más doloroso, por sórdido, de la posible derrota de AT en Madrid será la celebración cainita del planetilla taurino.
Que mañana resurja el Ave Fénix talavantista con su vuelo más majestuoso y sereno. Así como para planear sobre toda la mierda y las traicioneras corrientes de su propio ventisquero mental.
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