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domingo, 11 de octubre de 2015

El dilema tauromaco

De aquí a que llegue la próxima primavera, la Tauromaquia, como España, tiene por delante un panorama en el que las sorpresas --buenas y malas-- pueden esperarnos a la revuelta de cualquier esquina. No es momento ni lugar para entrar aquí en el debate de si lo que se avecina es o no "un cambio de ciclo". 
Lo cierto es que así que pasen ocho meses estaremos en una situación diferente de la pasada. Y cuando se entra en estas etapas nuevas, ya dejó dicho Ortega y Gasset que el hombre estaba abocado a elegir en una disyuntiva: afrontar compromisos y deberes, o dejarse ir a la deriva de los acontecimientos. 
En esa disyuntiva se van a ver los profesionales de los distintos sectores taurinos, pero también los aficionados. Del acierto que pongan en su elección dependerá el futuro que nos espera.

Cuánto trabajo cuenta entender en muchas ocasiones a los protagonistas principales del mundo del toro. Tanto que a veces parece que defender a la Fiesta es una causa perdida. Andan de chapuza en chapuza en todo aquello que no sea estrictamente el espectáculo, aunque a veces también en lo que se refiere a los propios ruedos. Hablaron y hablaron de un gran acto reivindicativo y todavía estamos esperándolo. Anuncian, y por dos veces, la intención de crear una Fundación sobre la Tauromaquia, pero nadie --salvo los promotores-- lanzan al menos una palabra de apoyo, o simplemente de bienvenida, a la iniciativa. 
Dice Morante que ha decidido ir por libre y negociar con la empresa de Sevilla, pero los colegas del solidario boicot nada tienen que opinar, aunque se les pregunte, como si el tema no les afectara. La alcaldesa de Madrid se revuelve contra la Escuela Taurina, y en frente encuentra un pobre reacción, salvo de los que forman parte de la propia Escuela y de los aficionados.



No deja de ser paradójico que se produzcan mayores y más firmes reacciones a favor de la Fiesta en los medios informativos y entre los aficionados que en el propio sector profesional, que anda ensimismado cada cual a lo suyo. Se entiende perfectamente que ante tantas pasividades, todos los intentos por buscar soluciones globales hayan concluido históricamente en un fiasco.
 En la temporada porque lo importante resulta estar únicamente a lo que ocurra en ese carrusel permanente de los ruedos; fuera de los meses de actividad, porque hay que pensar en América, aunque ya no sea lo que fue, o en cuestiones muy de orden menor salvo para el interesado, tal que los cambios de apoderamiento. Pero la realidad es que nunca queda tiempo libre para ocuparse de los problemas estructurales de la Tauromaquia, que son los graves y los que condicionan el futuro de todos.
En el toreo, como en cualquier otra actividad, moverse en el terreno de la chapuza y la improvisación siempre fue la peor de las estrategias posibles. Pero en esas están. Y hay cosas que causan hasta vergüenza ajena. Por ejemplo, lanzan la idea de la referida Fundación y luego se comprueba que se han tirado a la piscina sin contar con aspectos que son de primer año: ni han ido al Registro de Marcas para formalizar la propiedad del nombre, ni siquiera se han preocupado de asegurarse la titularidad de los correspondientes dominios de internet. 
Con lo cual quedan al albur de lo que un espabilado haga con ambas cuestiones, que todo por junto no cuesta arriba de 500 euros.
¿Ni una figura --de los ruedos, del campo o de las empresas-- ha tenido tiempo de decir una palabra de apoyo para esa iniciativa de la Fundación? Pues no lo han tenido. Claro tampoco eso puede extrañar demasiado, cuando se comprueba que el propósito de crear tal institución no está entre las noticias que publican en sus respectivas web la Unión de Criadores o  la Unión de Toreros  Una cosa es que los directivos de ellas actúen en este caso a título personal --que bien parece un factor meramente estratégico, no una cuestión de fondo-- y otra diferente que se ignore su actuación, cuando en cambio sí se preocupan de ofrecer noticias referidas a otros asociados, aunque sea sobre un irregular indulto en una plaza portátil.
En este panorama, que tiene su punto de kafkiano, resulta muy duro que pueda tener credibilidad, por ejemplo, la apuesta por un plan de comunicación, que es de las temáticas más repetidas, a lo mejor de modo simplemente mecánico, que manejan los profesionales. Se olvidan que esos dichosos planes, para tener algún sentido, primero deben que contar con algo sólido que comunicar. Hoy lo verdaderamente relevante en el fondo no es más que un elemento: recuperar la integridad de la Tauromaquia; el resto forma parte del paisaje general. Pero hablar de integridad resulta peliagudo, a lo que se ve.
Algunos se quejan, y razón no les falta, que la Fiesta no puede defenderse exclusivamente a base de recordar a Picasso, a García Lorca o a Ortega y Gasset. Nadie duda que todo ellos, los citados y otros muchos, conforman un sustrato cultural de primer orden. Pero es que ahora lo que se nos discute no es eso. Lo que hoy se pone en cuestión es la Tauromaquia misma y en toda su extensión, esa que la Ley define como “el conjunto de conocimientos y actividades artísticas, creativas y productivas, incluyendo la crianza y selección del toro de lidia, que confluyen en la corrida de toros moderna y el arte de lidiar, expresión relevante de la cultura tradicional del pueblo español. Por extensión, se entiende comprendida en el concepto de Tauromaquia toda manifestación artística y cultural vinculada a la misma”.
Materia de trabajo, pues, hay mucha. Pero tan alto grado de renuencia entre los sectores profesionales a la hora de meterle mano a semejante tarea, descorazona bastante. Y sin embargo, en el horizonte de seis u ocho meses tendremos que afrontar asuntos de gran trascendencia para el futuro.
Y así, por ejemplo, contemplemos el caso del  pliego de adjudicación de la plaza de Madrid, que de alguna forma representa el listón que marcara, con todos los matices que se quieran, a los que vengan detrás. No se trata  de propiciar que la plaza sea para éste o para aquel; lo relevante radica en que las condiciones que se especifiquen lo sean en beneficio de la Fiesta y en defensa y protección de los aficionados. Cabe preguntarse si resulta prudente dejar cuestión tan relevante al simple albur de lo que digan los políticos de turno, o si es momento de tratar de influir --que medios legítimos hay para ello-- para que se trate de una propuesta regeneradora de la Tauromaquia y de sus verdaderos intereses.
Pero también ante de que llegue la próxima primavera comprobaremos que futuro le espera al entramado jurídico e institucional de lo taurino. ¿La Comisión de Asuntos Taurinos seguirá teniendo alguna vigencia?, ¿la Tauromaquia será apoyada para que alcance la meta de la Unesco como patrimonio cultural de la humanidad?, ¿podrá abordarse el ordenamiento normativo del espectáculo taurino?, ¿cabrá pensar en la posibilidad de una política fiscal más razonable?... No es cosa, desde luego, de meter a la Tauromaquia en la legítima lucha de los partidos por alcanzar el poder, que cada vez que la cuestión se politiza salimos peor parados que la anterior. Más: conviene evitar que otros nos meten en esa pugna partidaria. Pero todo ello no puede ser óbice para que permanezcamos indiferentes, sino que es hora, por ejemplo, de armarnos jurídicamente para evitar males mayores y así poder contar con instrumentos que defiendan los derechos que asisten a la Fiesta.
Y así que llegue la primavera también se sabrá si se pone fin al “pleito de Sevilla”, cuya importancia trasciende a lo que ocurra en la capital andaluza; conoceremos las líneas maestras de por dónde van a caminar las políticas de elaboración de los abonos, precios incluidos; tendremos constancia de cuál es el estado de cosas dentro de la propia Fiesta, asunto nada marginal…  Novedades van a sobrar, desde luego. Y también frente a ellas, la Tauromaquia en su conjunto debiera encontrarse preparada para reaccionar en tiempo y forma.
Con toda razón cabe pensar que estos asuntos, como otros que pueden plantearse, corresponden primariamente a los profesionales de cada uno de los sectores taurinos. Es lo lógico y natural, porque al fin y al cabo son los primeros responsables del devenir de la Fiesta; sin embargo, no lo son en exclusividad: también los aficionados tienen algo que decir, sin que provoque desmayo el poco caso que se les hace. Aunque puedan considerarse los últimos románticos que quedan sobre el planeta, al menos tienen que hacer oír su voz.
A nadie se le oculta que para que esa voz sea tenida en cuenta “por quien corresponda” en cada caso, habrá que comenzar  por alcanzar unos puntos comunes de confluencia, para que se pueda hablar de una defensa unitaria, una acción conjunta que en muchas ocasiones se echa en falta.
En último extremo, si los que están obligados a defender la Tauromaquia no lo hace, no hay por qué descartar que habría llegado la hora de llamar a la pacífica pero firme rebelión de los aficionados. Y en semejante empeño nos toca elegir qué papel queremos jugar, siguiendo la advertencia que en “La rebelión de las masas”  nos dejó escrita Ortega y Gasset:  “es indudable que la división más radical que cabe hacer de la humanidad es ésta, en dos clases de criaturas: las que se exigen mucho y acumulan sobre sí mismas dificultades y deberes, y las que no se exigen nada especial, sino que para ellas vivir es ser en cada instante lo que ya son, sin esfuerzo de perfección sobre sí mismas, boyas que van a la deriva”.
O asumimos compromisos y deberes, o nos convertimos en boyas que van a la deriva. En ese dilema debemos colocarnos los aficionados y los profesionales

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