Ajeno a la lidia del compañero, caminaba Roca Rey por el callejón a la altura de los tendidos de sol, que lo vitoreaban antes de pegar el primer pase. Las masas están con él, y ante semejante evidencia es difícil luchar. Lo hizo pese a todo el gran Juli con dos faenas irreprochables.
La primera, de mano dura al principio, doblándose por bajo para pararle los pies a un toro con raza. Y ya con el de Cuvillo sometido, impecable con la diestra, de toreo mandón y poderoso, muy limpio, y también al natural, en una última serie en la que se impuso definitivamente al toro, que antes, por el izquierdo, se le había vencido y violentado.
Le dieron una oreja que la hubiera cortado igual en Sevilla.
Tampoco se toreaba solo el cuarto, fuerte y un punto reservón. Cuatro pases por alto sin perder terreno, ligados a una apretadísima trincherilla, arrancaron pronto la música, pero en el sol pitaron. Julián no se alteró, y muy centrado, tapó prodigiosamente sus problemas, engrandeció sus virtudes y, en maestro total, no dio un mal paso, ofreció un recital de sapiencia, lo clavó en distancias, alturas y trazo, perfecto por el pitón bueno, que fue otra vez el derecho, y admirable en el epílogo con cuatro naturales obligadísimos y un circular acabado en enorme cambio de mano para demostrar quién mandaba allí. Al segundo descabello, le silbaron.
Da lo mismo: para el que quisiera verlo, dio una lección.
Le dieron más fuerte a Talavante, que con dos toros sin ganas estuvo también así, desganado, sobre todo en el quinto de la tarde, unos minutos antes de que Roca Rey, una fuerza de la naturaleza, le cortara el rabo al castaño que cerró plaza, de una nobleza extraordinaria.
Andrés, siempre en los medios, se explayó en su toreo largo, a veces muy en línea recta, otras, muy en redondo, siempre ligado, quietísimo, a veces muy lento, otras, más atacado, de compás exageradamente abierto, antinatural, de figura encajada, tenso pero no de engarrotado, sino de puro nervio, de torero con fibra que quiere comerse el mundo.
Y más que comiéndoselo, lo está devorando, porque con el capote cada vez torea mejor, cargando la suerte y ganado terreno.
Y porque con la espada es de una seguridad demoledora.
Ya le había cortado las orejas al tercero, jabonero, muy pequeño, bravísimo, con el que practicó suertes sorpresivas, una especie del más difícil todavía circense aplicado a los toros.
La chicuelina ligada con puente trágico pero cambiando la trayectoria de la embestida en el último segundo, o el pase por la espalda con la izquierda en los medios, mientras la plebe alucinaba con el chaval, con su hambre insaciable, con su casta indómita, con su valor apabullante. Molió al toro a muletazos, por delante y por detrás, por arriba y por abajo, por la izquierda y la derecha…
El lío también fue muy gordo, no movió un dedo en toda la tarde, mantuvo la cabeza fría y el corazón a revientacalderas, y todo el sol, y luego la sombra, se rindió al nuevo fenómeno.
Además, hubo un natural cumbre.
Por favor, detengan a ese hombre.
Por Álvaro Acevedo http://www.cuadernostm.com
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