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sábado, 21 de julio de 2018

SALIR DEL POZO

     Terminada la algarabía multirracial de los sanfermines, la explosión blanquirroja de diversión y excesos; entonado el “Pobre de mí” con la mente puesta en el chupinazo del año venidero; finiquitados encierros y corridas, es momento de echar la vista atrás en lo taurino para pararnos en un hombre que ha hecho de su paso por el coso pamplonica un trampolín para salir del pozo.
     El pozo es un lugar tétrico y lúgubre donde las sombras campan a sus anchas. Devoradoras de cualquier atisbo de luz o brillantez, las sombras engullen todo lo que cae a su alcance dejando en el olvido a todo aquel que sufre su despiadado abrazo. Además de sombrío, el pozo es un camposanto de silencios. Ningún eco escapa a sus fronteras. Todo lo que en él ocurre se extingue sin dejar huella alguna. Todo pasa como si no hubiese existido.
     Ese páramo de tristeza y desprecio ha sido, durante al menos diez años, el paradero de Octavio Chacón, matador de toros de la gaditana Prado del Rey, alternativado el 28 de febrero de 2004 en El Puerto de Santa María, que, en un par de temporadas, se vio postergado y arrojado al pozo sin ninguna conmiseración. Tanto fue así, que tardó ocho años y medio en poder confirmar su doctorado en Madrid; tarde en la que, pese a dejar un muestrario de muletazos largos, templados y suaves y evidenciar, además de temple, valor y disposición, la leve petición que consiguió en su primero no tuvo altura suficiente para encontrar alguna manera de trepar por las paredes del pozo.
     Lo peor de una larga estancia en el pozo es que pudre los sueños, corrompe la esperanza y sume al que lo sufre en un paulatino conformismo que suele ser letal para sus aspiraciones. De ahí, el extraordinario mérito de Chacón de curar sus propias heridas, de levantarse cada vez que caía y de no consentir que las tribulaciones y reveses acabaran con su confianza en él mismo. Como si hubiera hecho suyo el aforismo de Nietzsche: “Lo que no me mata, me hace más fuerte.”, Octavio ha sido capaz de mantener un pulso despiadado con la vida para irse fortaleciendo en voluntad y determinación y afrontar cada una de las pocas tardes que vestía de luces dispuesto a buscar la salida que lo librara de su sombrío enclaustramiento.

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Octavio Chacon, Foto Mira.es
Así le llegó este año una oportunidad en Madrid. Una oportunidad envenenada de esas que le sirven a la empresa para quitarse toreros de en medio, pues la probabilidad de salir con bien de un encuentro con una corrida de Saltillo –la peor con diferencia del San Isidro anterior– era verdaderamente remota. Pero Chacón no pensó en eso, o si lo pensó se lo quitó pronto de la cabeza. Para él, aquella corrida era la única oportunidad de dar el salto aunque sólo fuera para asomar la cabeza en el reino de la luz. Era lo que tenía y había que aprovecharlo. Y a fe que lo hizo. No consiguió ninguna faena redonda porque los toros no se lo permitieron, incluido su primero, al que la ignorancia del palco concedió una vuelta al ruedo que ni mereció ni pidió nadie. Todo lo contrario de la vuelta triunfal que dio el torero. Con el cuarto, pasó un mal rato, pero en ningún momento se apeó de su torería y buen hacer. Saludó una ovación y lo que es más importante: comenzaron a sonar los teléfonos. Había conseguido sacar la cabeza fuera del pozo y se había hecho visible. El fruto no tardó en caer: se le anunciaba en una de las corridas de San Fermín.
     Entre estas dos fechas, se entretuvo en cortar cuatro orejas en la localidad abulense de El Tiemblo y vuelve a Las Ventas, donde da una merecida vuelta al ruedo. Y llegaba Pamplona, con la corrida de Cebada Gago. Festejo televisado que multiplicaba sus posibilidades de hacerse oír más allá incluso de España entera. La corrida era para él otra final que había que ganar. Y la ganó. La ganó en sus dos astados. En el veleto y astifino primero, porque no se puede estar mejor de lo que él estuvo con un medio toro sin clase ni transmisión. Jugó todas sus cartas, buscó a las peñas, se tiró de rodillas y echó mano de los alardes ya que el toreo fundamental era imposible. De hecho, arriesgó tanto en un desplante que hubo de intervenir el capotillo de San Fermín para no lamentar una cornada. Al final, se fue tras el acero y cortó una oreja.
     Todavía quedaba otro. Este fue mejor toro, pero quiso doña Fortuna hacer un desaire y permitió que el burel se lastimara una pezuña. Otro hubiera tirado por la calle de en medio, pero Chacón tenía en su mano escapar del pozo y no podía dejar pasar la ocasión. Buscó torearlo por el lado en que el toro no tenía que girar sobre la pata lastimada y así, con inteligencia y corazón, compuso una faena que volvió a valerle otro apéndice que le abría la Puerta del Encierro para salir en hombros. Me alegré por él, por su lucha, por su afición sin desmayo, por sus ganas de ser y darle sentido a toda una vida.
     Ayer, 14 de julio, cortó cuatro orejas y un rabo en su pueblo natal. Cuando escribo estas líneas está anunciado en Ceret; el 22 de julio va a Mont de Marsán; el 15 de agosto, a Cenicientos, y el 26 tiene la trascendental cita de Bilbao con los miuras.
     Octavio Chacón ha vuelto a hacerse visible. Esperemos que la suerte y el acierto le acompañen. Su lucha ha sido durísima, pero ahora lo tiene en su mano. En cualquier caso, no dejo de formularme una pregunta: ¿cuántos como él se mustian en el pozo a la espera de un rayo de luz que los vuelva a la vida?
     Algo en el toreo tiene que cambiar.
     Santi Ortiz

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