Por Santi
Ortiz
Una corrida no puede empañar una historia. Lo vimos en Madrid por San
Isidro, porque el mal juego de los toros de Cuadri fue sólo una anécdota
comparada con la verdad que reflejaba aquella pancarta agradecida, que quería
hacer justicia a la trayectoria de una casa ganadera que, durante más de
sesenta años, ha mostrado una afición, una honradez, una humildad compatible
con el mejor de los señoríos y una coherencia en sus criterios ganaderos, muy
difíciles de igualar.
En
Huelva, tenía ayer Fernando Cuadri otra baza complicada que jugar, por aquello
de lo difícil que es lograr ser profeta en tu tierra. Era tarde de despedida, no
del hierro, pero sí de Fernando, que siente por las venas de su inteligencia
cada embestida, cada bravura, cada renuncia, cada paso atrás, cada galope
adelante y esa nobleza encastada que, como un tesoro, busca en cada uno de sus
toros.
Ya
lo hemos señalado. Independientemente del resultado de esta corrida, la divisa
tricolor del ganadero de Trigueros seguiría ocupando el destacado sitial que se
ha ganado a pulso. Pero esta vez, por fortuna, la corrida no decepcionó a
nadie. No fue completa, esa es la verdad; sin embargo, si de seis salen tres
nobles, bravos y toreables –meto en el trío al colorado primero, que El Cid no
dejó ver del todo– y uno de ellos se hace merecedor del unánime premio de la
vuelta al ruedo, no hay duda de que las emociones de Fernando discurrirían por
los cauces de la satisfacción, aunque estoy seguro –conociéndole como le
conozco– que no colmarían el listón de sus exigencias.
“Rebaja”, número 46, de 568 kilos y negro zaíno de capa, lidiado en
cuarto lugar, fue un astado ideal para el torero. Un toro que sacó de El Cid
esa mano izquierda al natural que hacía mucho tiempo que no le veíamos; que con
su forma de embestir, larga, templada, noble, acudiendo de primera a todos los
toques de Manuel Jesús, pero dejando siempre reponer al torero, inspiró al
diestro de Salteras para que paladeara el toreo al natural como hace mucho
tiempo que no hacía.
Toro para el torero y para el ganadero, pues lo dejaron larguito en el
caballo y acudió pronto y con un galope inconfundible de bravo. Tuvo, como
hemos señalado, nobleza, pero no como el toro tonto, ese que odia Fernando,
sino con una casta que le dio sobrada duración para aguantar una extensa faena
de muleta y acabar con el mismo largo recorrido que en las primeras tandas.
Toro pues de vuelta al ruedo indiscutible.
Toro para detenerse en la memoria
del tiempo y engrosar con su nombre el cuadro de honor de la vacada.
Toro para
dar por bueno los carbones quemantes de los desengaños.
Toro para seguir
horadando con agua de esperanza la dura piedra de la realidad.
Toro para
continuar adelante perseverando en el camino emprendido.
Toro para guitarras y
fogatas en el campo profundo de la noche.
Toro para recordar por fandangos con
la voz rota de la amanecida.
Te
doy mi enhorabuena, Fernando, por ese trofeo conseguido en el prólogo que te
hace depositario de una carabela de plata, estandarte de las “Colombinas de
honor”. Premio, como todos los que te llegan, sobradamente merecido.
Pero más
aún quiero felicitarte –otro honor especial– por ese
“Rebaja” que, con su juego, te habrá vuelto más vivo el brillo de tus ojos. El
paso al lado ya está dado, pero quiero seguir viéndote intranquilo: con el
sosiego y el temple del que va de paso, pero intranquilo en el sentido de estar
ojo avizor para que las manos que guían las riendas que tú les has dado no se
desvíen del surco de historia que guarda “Comeuñas”.
Decir intranquilo es decir
inquieto: con inquietudes; es decir con las alforjas llenas de sueños y
esperanzas. Porque más allá de la vida, Fernando, como le ocurrió a tu padre y
a tus hermanos, tu afición seguirá cabalgando, estudiando los libros de
ganadería y experimentando en la encalada soledad del campo, ese toro del
futuro que habrá de honrar todavía más la “H” de vuestro hierro y las cintas
morada, amarilla y blanca de vuestra acrisolada divisa.
¡Ojalá la Fortuna se enamore de ti!
No hay comentarios:
Publicar un comentario