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domingo, 11 de agosto de 2019

Derecho de expresión, todo el del mundo. Derecho de extorsión, ninguno.

No por ser habitual debemos asumirlo con normalidad. Por más que estemos acostumbrados a que en algunas plazas de España nos hagan escraches en la entrada a los toros un grupo de violentos subvencionados debemos de aceptar que eso es lo correcto, que es su derecho.
 No debemos permitirlo. Derecho de expresión, todo el del mundo. Derecho de extorsión, ninguno. Y no les quepa duda de que lo vivido este viernes en Palma de Mallorca era más lo segundo que lo primero.




Es inconcebible que en España se autorice una manifestación contra un espectáculo legal y reconocido como Patrimonio Cultural Inmaterial antes y mientras se lleva a cabo -puesto que tenían autorización de 19:30 a 22:30- y a escasos 15 metros de donde se va a celebrar. 

Una manifestación, además, violenta -han leído bien, violenta, hay que llamar las cosas por su nombre-, si reconocemos la violencia verbal como una forma de violencia, y creo que a estas alturas habrá consenso en esta consideración, fue muy violenta. La violencia física afortunadamente no se produjo porque los aficionados a los toros todavía aguantan las continuas provocaciones e insultos. Era puro surrealismo, los que se manifestaban contra la violencia resultaron ser los más violentos y los que eran tachados de violentos eran los que demostraron mayor sosiego. Es más, se dio el caso de que si algún taurino respondía a las provocaciones de alguna manera más exaltada era reprendido por la Policía y el surrealismo adquiría sus cotas máximas: el agredido es el que debe callar y el agresor es al que se le permite seguir con sus improperios. “Yo estoy aquí para que no haya altercados”, respondían los policías ante las quejas de los taurinos. Estamos de acuerdo sobre su función, aunque no sobre su acción, a quien deben advertir es al que insulta, no al que trata de defender su honor.

Reaccionó bien y rápido la empresa colocando un altavoz con pasodobles y mejor todavía fue la reacción de los taurinos que acudían a la plaza y los que hacían largas colas en las taquillas para comprar las últimas entradas. Por momentos presenciar aquello era pura poesía. Ante vuestros gritos, nuestra fiesta; ante vuestros insultos, nuestros bailes; ante vuestros cortes de mangas y peinetas, nuestra sonrisa; ante vuestro odio, nuestra alegría. Lástima que al encargado de seleccionar la música se le fuera la mano con el remember y perdiera el norte de tanto mirar al sol. Flaco favor hizo.

Con todo, la afición volvió a ser ejemplar. Y para los medios generalistas que solo van a los toros cuando se prevé gresca y se quedaron solo en la manifestación anti, recordarles que ellos eran 400 según la organización, que serían algunos cuantos menos aunque tampoco vamos a entrar en una guerra de cifras, y si eso para ellos fue un éxito, no sé cómo definir la manifestación taurina, más de 10.000 personas que fueron a la plaza, con el agravante de hacerlo pagando.

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