JOSÉ TOMÁS Y LA SOCIEDAD DE CONSUMO
Por SANTI ORTIZ
Costó colgar el “No hay billetes” en la corrida estrella de Huelva. Y eso, ¿por qué? ¿Es que ha descendido el “tirón” taquillero de José Tomás?… En absoluto.
Su poder de convocatoria continúa siendo incontestable, pero en la sociedad de consumo en que estamos inmersos, en este paradigma de libre mercado donde cada uno, liberado de todo escrúpulo, busca obtener el máximo de ganancia con la mínima inversión, aparecen confabulaciones indeseables que logran el efecto opuesto del que pretendían.
De momento, en esta temporada, se ha instaurado como algo natural la costumbre de que José Tomás no sólo acabe el papel el día de su corrida, sino que haga lo propio con los abonos puestos a la venta. Así ocurrió en Jerez, así ha ocurrido en Alicante y así se tenía previsto que ocurriera en Huelva. Y camino de eso se iba, mas, sin embargo, faltando unas dos semanas para el acontecimiento, los empresarios se encontraron con que se habían devuelto un número apreciable de los abonos previamente encargados. ¿A qué era debido el sorprendente cambio de voluntad de dicha clientela? La clave del asunto quedó pronto puesta de manifiesto: el escandaloso e inmoral aumento de precio de las habitaciones de los hoteles onubenses.
Lo que fechas antes no llegaba a cien euros, para el día de José Tomás se ponía en más de cuatrocientos. Otros “rebajaban” la cosa a trescientos, pero con la obligatoriedad de contratar dos noches como mínimo y así sucesivamente. Con este panorama, el forastero, interesado solamente en ver la corrida del diestro de Galapagar, no sólo se veía obligado a adquirir el abono de la feria para poder garantizar sus entradas, sino que, además, tenía que dejar en el hotel más “plata” que la que le costaba el abono para poder pernoctar en Huelva. La conclusión lógica a todo este despropósito fue que, en aras de la sensatez, el aficionado anulara su reserva de abonos y le hiciera un corte de mangas a los del trabuco en recepción.
Esta intolerable forma de pretender despellejar al aficionado, remitió sensiblemente días antes del acontecimiento al observar los villanos causantes de tal irracionalidad que su ambición estaba a punto de romper el saco quedándose con sus habitaciones “colgadas” y condescendieron a situar los precios de las reservas en torno a los doscientos euros. Pero para el toreo el mal ya estaba hecho y las entradas aguardaban en taquillas incluso la misma mañana de la corrida, aunque al final, antes de la hora de hacer el paseíllo, habían “volado” todas y pudo ponerse el deseado “cartelito”.
Esta conducta indeseable de los hoteleros de Huelva debería servir de aviso a los navegantes para lo sucesivo. Tanto abuso pretendiendo exprimir la vaca” de José Tomás puede traer más perjuicio que beneficio y, ahí, hasta el propio torero debería intervenir, dentro de las escasas posibilidades de maniobra que el Sistema concede, para que conspiraciones como ésta de Huelva no puedan volver a repetirse a su costa.
En el plano artístico, La Estatua se apuntó un nuevo triunfo, en particular ante el cuarto de la suelta, un encastado y geniudo animal, al que José Tomás sometió para bordar el toreo al natural y tapó defectos con un aguante increíble sobre la mano diestra.
Por resumir sucintamente la impresión que me causó, diré que la facilidad –esa difícil facilidad de maestro, que tanto me recuerda a Camino– asumió, en esta ocasión, el puesto de la solemnidad. En cualquier caso, el de Galapagar sigue respondiendo a las expectativas y sale de las Colombinas como triunfador absoluto de su ciclo taurino.
Y hoy, San Sebastián.
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