No está siendo benigno el invierno en las tierras onubenses de San Juan del Puerto, en cuya Hacienda La Ruiza pastan las reses de Prieto de la Cal.
A un periodo largo de sequía ha sucedido otro de intensos aguaceros, aderezados con fuertes vendavales que, incluso, han provocado algún que otro daño material en la finca.
“Está siendo un invierno muy extremo. Hemos pasado de seis meses sin llover, a llover en una semana lo que llueve en varios meses: cerca de doscientos litros. El viento además está soplando con fuerza y el tejado de una nave ha salido volando”, apunta al inicio de la entrevista Tomás Prieto de la Cal, hijo de Mercedes Picón Agero, viuda del fundador de la vacada y Marquesa de Seoane.
“Esto era el desierto -apenas llevaban caídos cincuenta y seis litros cuando lo normal, en esta época del año, es llevar trescientos o cuatrocientos- y en solo una semana han caído doscientos litros”, ahonda el ganadero. “Y debemos dar gracias a Dios por que por fin haya caído agua, a pesar de que haya volado un tejado”, confiesa, y añade con sorna: “Curiosamente, los accidentes de ese tipo siempre pasan en las construcciones más modernas. Las antiguas, en cambio, lo resisten todo”.
Esa apreciación afianza la filosofía de la casa: la apuesta por un toro “a la antigua” frente a un toro “a la moderna”.
-Yo entiendo la tauromaquia como era en el siglo XX: una lucha entre el torero y el toro en la que si el torero tenía el dominio sobre el animal podía construir arte. Jamás he considerado esta Fiesta como una danza o un ballet, como algo donde el animal no tenga la importancia propia de una lucha.
-¿A día de hoy tienen cabida filosofías como la suya? ¿Se puede ir contra la modernidad o las imposiciones de los nuevos tiempos?
-Eso habría que preguntárselo al aficionado y al público en general. Si las plazas cada vez estuvieran más llenas quedaría probado que el equivocado soy yo, pero como hoy en día sucede justo lo contrario lo atribuyo a que el espectáculo no siempre resulta imprevisible y divertido, sino que, en la mayoría de los casos, es más bien aburrido. Antes incluso de entrar a la plaza intuyes lo que va a pasar.
-¿Cree que en lo predecible del espectáculo estriba la desafección del público?
-Seguro que hay otras connotaciones externas, la vida y el mundo han cambiado y no digo que esa sea la única causa, pero sí que es un sumando muy importante, uno de los factores que contribuyen a que vaya menos gente a los toros. La variedad que en ganaderías y toreros había en los años treinta, cuarenta, cincuenta o sesenta hacía que las plazas se llenaran. El hecho de que el mejor torero de la época se enfrentara a las cinco, seis o siete ramas distintas que había entonces en la ganadería brava cargaba de atractivos el toreo y provocaba que la gente vendiera hasta los colchones para ir a a las plazas.
HUECO EN EL MERCADO
“¿A quién molesta que haya una pequeña parte del gremio ganadero que opine diferente? Yo no lidio veinte corridas de toros, no acaparo todas las ferias, lo único que pido es que nos dejen un huequecito para hablar de tú a tú a los demás”.
Tomás reflexiona en voz alta acerca de lo caro que le resulta permanecer fiel a su idea de toro y de tauromaquia, lo costoso que le sale apartarse de la corriente que, ganaderamente hablando, lo inunda todo.
“En el mundo del toro actual todo lo que suma es importante. Tan importante es el que siente atracción por una ganadería como el que siente atracción por ver a Ponce o a Morante. Todo suma. No debe excluirse a nadie. Hacerlo supone un error grave”, asevera.
-¿Quién influye más a la hora de excluir a esta ganadería: el empresario o el torero?
-Bueno, ni uno ni otro. Influye el sistema taurino actual. Falta romanticismo y capacidad de apuesta tanto en el empresariado como en el apoderamiento. Debería abrirse muchísimo más la baraja. Pero no me refiero a ganaderías menos vistas que, igualmente, hacen lo que ellos quieren, sino a otras como esta en las que se defiende el toro encastado y el primer tercio como parte fundamental del examen de la bravura. Parece que no podamos tener cabida en el sistema cuando todos tendríamos que tenerla. ¿Quién es el culpable? El propio sistema, que actúa como una apisonadora. Hoy en día se montan las cosas así y desgraciadamente por eso se pierden los encastes.
-Y a menos encastes, una Fiesta más pobre.
-Sin ninguna duda. Encaste que se pierde, encaste que no se recupera. Es como si el lince ibérico, el urogallo o el águila imperial desaparecieran. No tendría solución y lo lamentaríamos. Pero aquí, en el toreo, nadie hace nada para solucionarlo. Nosotros no queremos un gueto ni que nos regalen nada -y eso que con esta sangre quedamos ya muy pocos- pero sí que nos den un sitio en las principales plazas. Resistiremos todo lo que podamos, pero igual que yo no excluyo a nadie a pesar de que apenas coincido con las particulares visiones de los compañeros, tampoco tienen por qué excluirme a mí.
Tomás defiende bien sus intereses. En realidad, los suyos son también los de la propia Fiesta. La variedad se antoja indispensable en un mundo cada vez más cerrado a la sangre Tamarón. En La Ruiza se conserva uno de los últimos reductos de origen veragüeño. Un honor y una enorme responsabilidad. “Ya en los años cincuenta o sesenta, ganaderías que siguieran a rajatabla la sangre vazqueña por la vía Veragua apenas contaban Trespalacios y nosotros. Los otros compañeros que podían tener algo de este origen ya era en dosis menores. En efecto supone una enorme responsabilidad, pero es la que he tenido siempre, desde los nueve años, y nunca me ha pesado. Estoy muy orgulloso de llevar la línea que llevamos y no tengo ninguna intención de cambiarla vaya como vaya el sector, el sistema o la tauromaquia. No tengo intención de adaptarme, para nada, lo que no quiere decir que no quiera que mis toros propicien el triunfo de los buenos toreros. Claro que lo busco, pero sin renunciar a mis ideales”.
-¿Las figuras de hoy serían capaces de triunfar con sus toros como hicieron, pongo por caso, Ordóñez o los Dominguín?
-Como mi ganado, soy duro en las percepciones o en la manera de distinguir las cosas, pero para mí esos toreros que ha nombrado, como se enfrentaban a todo tipo de toros, sí eran auténticas figuras; en cambio a los actuales no los llamaría figuras, me limitaría a decir que son los que más torean y, si se quiere, los que más mandan. Para mí ser figura implica enfrentarse a todo tipo de toros y los de hoy no lo hacen. ¿Si serían capaces? A los militares se les supone el valor hasta que llega la guerra y, entonces, lo demuestran, ¿no? Yo les supongo capacidad, pero querría verla y comprobarla, claro. De hecho, algunos de ellos, Ponce por ejemplo, ha matado y triunfado con corridas de casa. Es una pena que gente con capacidad para matar y triunfar con este tipo de toros no dé esa alegría a la afición.
-La demanda existe.
-Claro que existe. La gente quiere ver toreros de primera fila enfrentados a toros duros, fuertes y encastados. No digo que tengan que matar esto todos los días o en todas las plazas, pero sí al menos de forma más o menos habitual en los escenarios más importantes.
-Ellos se escudan en que matan lo que, a su juicio, más embiste y les garantiza el triunfo. ¿Los toros de Prieto de la Cal de aquella época embestían más, quizá, que lo que puedan embestir los actuales?
-Buena pregunta…
-Toca responderla.
-Hace treinta años tuvimos un bache y le hubiera dicho que sí, que aquellos de los años cincuenta embestían más y mejor, pero a fecha de hoy, año 2018, le digo que no. Rotundamente además. Y le digo otra cosa: los toros de aquella época eran impredecibles. Por ejemplo, en una misma corrida salían tres de triunfo y los que no lo eran tampoco resultaban fáciles. Eso es lo que hoy en día no consiente el actual sistema. ¿Si hoy saldrían toros de triunfo? Sí. ¿Si serían capaces de triunfar con ellos? Seguro. ¿Que a ese otro toro que no es de triunfo sabrían lidiarlo? Eso ya no lo tengo tan claro…
UN ANIMAL DIFERENTE
El toro de Prieto de la Cal tiene personalidad. Por dentro y por fuera. Apenas guarda semejanzas con el tipo de animal que salta diariamente en las ferias. La negativa de sus ganaderos a plegarse a las modas e imposiciones del sistema, su celo a la hora de no adulterar la idiosincrasia de la sangre que custodian, ha permitido su pervivencia. “Es un toro con una mirada muy viva, muy penetrante, sale al ruedo a todo lo que da, remata en los burladeros y exige hacer bien la suerte de varas porque él mismo se emplea mucho. Conviene medirlo bien, demanda un buen picador y un buen lidiador; y después es un toro muy claro, prácticamente desde el principio te marca si va a ser de triunfo o no. Se diferencia en aspectos que no se estilan hoy en día como salir a tope, matarse contra los burladeros, matarse contra los caballos y, en el último tercio, no aguantar las interminables faenas que abundan en la actualidad. Es un toro de pocos pases, pero, cuando sale uno de triunfo, esos pocos pases son muy intensos. Y hay que torearlos, no vale con pasarlos. Sirven para crear arte, pero primero hay que poderles. Si no les puedes primero, ni podrás torearlos bien ni podrás evitar que se te suban a la chepa”.
-¿En la clásica explosividad de sus toros en el primer tercio está la clave del buen mercado que tienen en Francia?
-Muy posiblemente, porque allí el primer tercio es vital. España tiene que recuperarlo. No quiero ser pesimista, pero aquí tenemos que darnos cuenta de que la lidia se compone de varios tercios y tan importante es el de varas -para mí, el más importante de todos- como el de muleta. Son suertes que el espectador paga por ver. No hay que quitárselas.
La plaza de tientas es el banco de pruebas de cualquier ganadero. En La Ruiza se siguen los patrones que en su día empleara el padre de nuestro protagonista: “Somos fieles al modo en que él seleccionaba. La vaca y el macho llevan una vida diferente y, por tanto, los parámetros que empleamos en su selección también son distintos. El punto común es el primer tercio. Si el animal no supera ese examen, no me lo quedo; pero eso no significa que no valore lo que hace después. Lo que no hago es basar la selección exclusivamente en el tercio de muleta: en la duración, en la humillación… Parece que esas dos cosas lo sean todo. Yo no me baso tanto en eso porque, entre otras cosas, mi ganadería no es así. Yo me baso en la bravura y la bravura la veo en el caballo, esa es la realidad. Lo único que quizá haya cambiado es que antes la vaca que iba bien al caballo y luego no iba bien a la muleta, a veces, se quedaba; y hoy en día necesito que en la muleta haga cosas bien porque el toro actual tiene que tener veinte o treinta pases buenos para ser de triunfo”.
“Yo no les llamaría figuras, me limitaría a decir que son los que más torean y, si se quiere, los que más mandan, pero para mí ser figura implica enfrentarse a todo tipo de toros y los de hoy no lo hacen”-¿No estamos exigiendo al animal casi un imposible: derroche de casta y bravura en el primer tercio y, además, mantener ese nivel en el último?
-No es tanto si no exigimos los cien pases de hoy, que además se quiere que sean con humillación, sin mover la cara ni el cuello, como si llevaran un collarín… Yo exijo veinte o treinta pases, no más, que son a mi juicio suficientes para emocionar. E incluso si no humilla tanto pero se entrega, me vale también. Los encastes no han sido todos tan humilladores como hoy en día, la humillación es una virtud pero no es el quid de la cuestión. El quid de la cuestión es la bravura. Sé que una faena de veinte pases resulta corta hoy en día, pero a mí, como aficionado, me gustan las faenas cortas.
-Definitivamente, su filosofía ganadera es completamente extemporánea. Rara es la corrida actual que dura menos de dos horas y media, o incluso más.
-Le hablo no ya como ganadero, sino como aficionado: a mí en la actualidad se me hace todo muy largo. Las faenas cortas e intensas son mucho más apasionantes. Es mejor quedarse con ganas de volver a ver a ese torero o a ese toro, que acabar pidiendo desde el tendido que acaben de una vez. En el toreo la pesadez no entra. Eso es lo peor de todo.
-La meta será volver a las ferias. ¿En qué punto se está para llegar a ella?
-En cuanto a fuerza, morfología y comportamiento vamos muy bien. Solo hace falta que nos den ese huequecito, merecido por cierto si pensamos en los resultados de los últimos diez años. Si no lo hacen, no sé cómo sobreviviremos. Lo que sí tengo claro es que no pienso cambiar de sangre. Tras cuarenta y tres años como ganadero eso está más que probado. El toro del siglo XXI apenas me divierte así que, o sigo con lo mío, o preferiré quedarme fuera de juego.
Escuchando a Tomás Prieto de la Cal se siente el amor incondicional que profesa a sus veraguas, sin duda una joya del rico patrimonio genético que conforman los distintos encastes del toro de lidia. También se palpa su pasión por la Fiesta, aunque sea por una tauromaquia añeja, más dura y descarnada; así como su enorme afición y valentía para no tirar la toalla en tiempos en los que su ideal de bravura parece tan lejano del paradigma dominante: “Cada uno defiende sus intereses, pero la afición y el amor por esta Fiesta es el vínculo común a todos. Ahí es donde yo hago un llamamiento para que no se excluya a nadie. Todos contamos, todos somos importantes. No hace falta unir todas las voluntades, cada uno las tenemos diferentes, pero sí hay que evitar que desaparezcan encastes, lograr que la tauromaquia sea plural, evitar que desaparezcan los tercios y, además, permitir al aficionado y al público en general que elija lo que más le haga disfrutar en vez de que siempre, aunque no te guste el café, te lo sirvan una y mil veces”. Huir del festejo predecible es la clave: “Uno no debe tener pereza de ir a los toros por pensar que lo que va a ver hoy va a ser un calco de lo que vio ayer. Apostar siempre por el toro noblón, que perdona todo y es aburrido supone que los toreros se parezcan unos a otros y el espectáculo sea monótono y previsible”. Y no hay mayor cáncer que ese.
NI UNA SOLA FUNDA
Fundas? Ni me lo he planteado. Y mientras yo sea ganadero no me lo plantearé”
“¿. Así de contundente se expresa el ganadero. “Soy católico y practicante y ya en la Biblia se decía que el criador de animales, el ganadero, debe velar por sus animales. Eso de tener que meter en un cajón de curas a mis toros, obligatoriamente y por dinero, no me gusta nada. La imagen es
importantísima y yo, que vivo en el campo, antes muero que veo a mis toros con fundas. Imagínese que estuviéramos en una reserva africana y viésemos a los elefantes con fundas para que pudiera comercializarse después el marfil. Iría contra su imagen, ¿no? A lo mejor sería muy rentable, pero la imagen no sería buena”, expone el ganadero, que añade: “Además me parece una manipulación. De una manera u otra se toca el pitón. El que es muy legalista le gusta que el toro vaya a la plaza como ha nacido. Y también me parece una competencia desleal -agrega-. Ya se ha creado la imagen del toro perfecto y, por tanto, en plazas de primera si el pitón no va de diseño, o sea, impecable, el toro no es válido. La imperfección del pitón es natural, los hay un poquito más gordos y otros más finos, uno tiene un escalón, otro tiene una astilla… No estoy conforme con lo que están haciendo mis compañeros. De hecho, al final va en contra de la comercialización de mis toros”.
UN HIERRO CON LEYENDA
Hay quien dice que el hierro de la ganadería -formado por una V invertida y una O- bien podría estar relacionado con los creadores de la rama veragüeña del encaste vazqueño: los duques de Osuna y Veragua. “No lo puedo asegurar con certeza, pero sí me parece un pensamiento romántico”, admite el ganadero, que agrega: “En la época en que mi padre empezó con la ganadería, si deseabas pertenecer a la Unión no podías fabricar tu propio hierro, sino que debías adquirir uno. Mi padre compró lotes puros de Veragua pero no tuvo acceso al hierro del Duque -en manos de Juan Pedro Domecq- así que el que encontró, con la V invertida y la O, le pareció el más idóneo al recordarle, seguramente, a los duques de Veragua y Osuna”. Aquel hierro formaba parte de una vacada por entonces ya sin ganado debido al hambre derivada de nuestra incivil guerra. “Era la de Marcial Lalanda, que anunciaba a nombre de su mujer y que había pertenecido anteriormente a Florentino Sotomayor, importante ganadero cordobés de principios del siglo XX”.
"TENEMOS LA MEJOR CAMADA DE LOS DIEZ ÚLTIMOS AÑOS"
En La Ruiza hay preparados treinta toros, de entre los que saldrán alrededor de tres corridas. “Como aquí no hay fundas ni artilugios no podemos comprometernos a más por las bajas”, adelanta el ganadero. “Hay un encierro de plaza de primera, otro de segunda y otro de tercera”, avanza, y añade: “Novilladas picadas saldrán cuatro y lidiaremos también cuatro o cinco festejos sin picadores. Como yo tiento las vacas de utreras, los machos que lidio sin caballos me dan la pauta antes que las hembras de cómo dan los sementales nuevos”.
La variedad de pelajes es otro signo distintivo de la casa; sin embargo este año no hay toros berrendos. “Los que había los lidiamos de novillos porque no tenían mucha cara. Sin embargo -anuncia- en las novilladas de este año sí lidiaremos un par: uno en castaño y otro en melocotón”. En las corridas hay previstos “un melocotón, un castaño, cinco negros y todos los demás son jaboneros: sucios, claros, albahíos, barrosos… Tenemos la mejor camada de los diez últimos años”.
180 VACAS Y 11 SEMENTALES.- La ganadería mantiene sus números “a pesar de la crisis”, matiza Tomás. “Hacer recortes conllevaría perder alguna familia y en una sangre tan especial como esta hubiese sido un crimen”, admite. “Empecé con veintinueve familias y ahora tengo tres o cuatro menos, pero alternándolas podemos manejar bien la consanguinidad”, concepto este, sin duda, con el que se convive a diario en La Ruiza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario