Fondo y forma, bravura y categoría nada comunes del cuarto de Alcurrucén. Una oreja, pero solo una para David Mora, más dispuesto que inspirado. Álvaro Lorenzo firma cosas excelentes.
Valencia, 14 mar. (COLPISA, Valencia)
Miércoles, 14 de marzo de 2018. Valencia. 4ª de Fallas. 4.000 almas. Soleado, templado. Dos horas y veinte minutos de función. Cinco toros de Alcurrucén (Pablo, Eduardo y José Luis Lozano) y uno -quinto- de El Ventorrillo (Fidel San Román), que completó corrida. David Mora, saludos y una oreja tras un aviso. Álvaro Lorenzo, saludos tras un aviso y ovación. Luis David Adame, saludos y silencio.
SERÁ MUY DIFÍCIL, si no imposible, que en las cinco corridas pendientes de Fallas embista un toro con el fondo y las formas del cuarto de los sólo cinco de Alcurrucén que los veterinarios de aduana dejaron lidiar. Un toro de bandera, "Economista", número 146, 560 kilos, castaño lombardo, carifosco, de llamativa hondura y porte excepcional. Armado por delante, ni alto ni bajo, de largo cuajo, poderosos pechos, frondoso cuello, manos cortas. No es común casar tanta armonía con tanto cuajo o tanta hondura. Trapío.Una dichosa rareza verlo embestir cincuenta veces con tan transparente estilo y tan fluido calado. ¡Qué manera de repetir, de ir descolgando en los primeros compases antes de romper del todo y de hacerlo clamorosamente! Cuatro o cinco muletazos por tanda y, sin embargo, se tuvo la impresión de que podían haber sido diez o más dentro de una misma serie. El ritmo de un purasangre, que llevaba sangrado un puyazo trasero y solo un picotazo medido, pero bien peleado, porque en la segunda vara el toro romaneó. Solo en banderillas echó un borrón: esperar y cortar por la mano izquierda. Antes de banderillas, en un quite delicado y muy bien firmado de Álvaro Lorenzo -tres verónicas y la media-, escarbó una vez. Entre el primer y el segundo lance.
David Mora, plantado de rodillas en tablas para una larga cambiada en el saludo, se estiró en lances de manos bajas cobrados de dentro afuera, y entonces empezó a cantarse la gloria del toro. Después de cerrar el tercio de banderillas Ángel Otero, con un par poderoso y rotundo, muy de los suyos, se pasó un buen rato hasta que David Mora llegó al toro, dejado a solas en un burladero de sol, entre capotes y la puerta de arrastre. Al cite primero, de rayas afuera, vino de largo sin excusa. Galopando. Al cuarto viaje, repetidos los dos previos, ya estaba rodando y pidiendo los medios, que suele ser el terreno de los toros de bandera. En la muleta se definen esos toros salidos del joyero. Codicia y fijeza, las dos cosas. Ni un solo renuncio.
Una prolija faena de ritmo menor y desigual compostura de David Mora, celebrada cuando la banda se arrancó con el inefable Nerva; de figura algo forzada, de muletazos encadenados sin entrar en honduras porque no hubo ni que discurrir nada que no fuera dejar al toro ir y volver como una máquina. Antes de la igualada, enfriada la cosa, una voz del tendido pidió la vuelta para el toro. Se enrocó el palco. La muerte, tras estocada ladeada, fue espectacular por la resistencia. Morir de pie entre las rayas, la vista perdida, un lento viaje hacia tablas pero sin llegar a ellas. Mientras agonizaba el toro, rompió una ovación cerrada. El toro de la feria.
Dijo el pasado invierno el José Luis Lozano ganadero que las reatas de los músicos -Trompeta, Clarín, Gaitero y demás- no son las de mejor nota de Alcurrucén, como se viene diciendo y repitiendo desde que la familia Lozano se pasó al encaste Núñez, y que había otras mejores. Pareció una profecía. Habrá que seguir la pista a las nuevas familias.
Si es que se puede, porque los veterinarios rechazaron cuatro de los nueve toros presentados por José Luis Lozano, se supone que igual de astifinos que los cinco vistos por la tarde. La categoría del toro sobresaliente, y la calidad y el buen son del primero de corrida fueron miel en los labios. El toro de El Ventorrillo que completó sexteto no tuvo nada que ver con ninguno de los cinco alcurrucenes. Por brusco, por falto de fijeza, por pararse y escarbar. No estando fuera de tipo -sí ofensivo, bizco, mazorcas gruesas, palas finas- pareció feo por contraste con el bello surtido de Alcurrucén, que dio un rollizo segundo toro tardo que pegó algún taponazo, un tercero que quiso soltarse y un sexto altísimo, todo un mozo castaño albardado -las albardas, jaboneras- que se fue apagando y, por alto de agujas, no descolgó.
Álvaro Lorenzo hizo cosas exquisitas y solo exquisitas, que no es fácil. Auténticas delicias con el capote -toreo de compás del bueno, de alta escuela- y dos faenas de llamativa suavidad, firmeza serena, soltura y el sello de la calidad natural. Ni la resistencia a darse del segundo alcurrucén, que supo sujetar con maestría, ni la mala condición del toro de El Ventorrillo lo descompusieron.
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