La calle de Alcalá esperaba a Sebastián Castella como su muleta a 'Jabatillo'. Qué manera de embestir, qué forma de torear. La Puerta Grande debida, la vuelta en el arrastre cantada.
Toreando y embistiendo así, ¿cómo se puede discutir? La polémica de toda la vida salvo que el toro fuese gris y el gallo de Francia un tieso. El peto, la espada que baja de la cruz... Quédense con la polémica, yo me agarro a la cumbre vivida.
El toro de Alcurrucén, desde que olió el capote, humilló con una calidad superlativa. El ritmo sostenido y la hondura. Castella templó la verónica con fuego de fragua. Una llama lenta en cada lance. Y una chicuelina engarzada como un rubí. La media se durmió en la cadera. Un alboroto. Acudió al caballo con más intención que celo en el peto; del segundo encuentro se soltó. El lunar para el pañuelo azul.
No cesó de crecer desde entonces. Ni en el quite de 'Le Coq' tan majado y despacioso de nuevo a la verónica. Tan extraordinario, que la réplica de Morante racaneó. SC ofrendó a 'Jabatillo' a Madrid. Y a dúo montaron un lío formidable desde el prólogo de pases cambiados, que se desmelenó con una izquierda superior, a golpe de muñeca el enredo enroscado, el molinete, las trincherillas, los del desprecio. Ardían los tendidos en pie. Quiso Castella reducir tanto en la tanda de naturales de estreno que perdió la muleta. No volvería a ocurrir. Y la serie de naturales que parió enloquecieron por su lentitud y profundidad. Ninguna tanda bajaría de los cuatro o cinco y el de pecho. Como la siguiente: un repóquer de derechazos inacabables. Y el de pecho. Otra vez la zocata y otra vez cinco. Todo ligado. Inmaculado. 'Jabatillo' ganaba enteros como respuesta a tan exquisito trato. Por el pitón izquierdo surcaba la arena hasta donde el elegante galo lo soltaba. De nuevo en redondo. Como estrategia de intercambiar las manos. Cinco más y las dobladas con porte de monumentalidad. Genuflexo, flexible, juncal y fino. Faltaba la muerte.Y la muerte fue de una estocada defectuosa. Baja, sí.
La pañolada adquirió fuerza. Pasó la criba de la primera oreja. Y siguió. El presidente asomó el pañuelo azul de la vuelta al ruedo para el toro. Y luego el de la segunda oreja. En verdad os digo que os quedéis vosotros los menos con la polémica, que me interesa poco. Que una faena de tal calibre es para conservar en la memoria
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