El diestro de Trigueros suplió la ancha ausencia de Morante de la Puebla sumando otras tres orejas y una nueva puerta grande que le convierte en el gran triunfador del ciclo
La ausencia de Morante, comentada en corrillos e interpretada con más o menos imaginación en la mesa camilla de las redes sociales, no había tenido demasiado impacto en la taquilla del coso de la Merced que presentaba una buena entrada a la hora del paseo. Las tres orejas que había cortado David de Miranda en la primera corrida de Colombinas –y su condición de torero de la casa- avalaron su condición de sustituto del diestro de La Puebla haciendo redondo el lance: por la parte empresarial –que se ahorró un mescal considerable- y por la vertiente profesional, colocándole en el escaparate en estos tiempos de sustituciones. Miranda no iba a desaprovechar la oportunidad sumando tres nuevos trofeos y otra inapelable puerta grande que tampoco se puede entender sin la irreductible comunión que el matador de Trigueros vive con el público del coso de La Merced. Pues vamos a entrar en detalles...
David contó, además, con lo mejor de una desigual corrida de Juan Pedro Domecq que en líneas generales tuvo una fachada más que adecuada para el carisma del ciclo choquero. En el envío de Lo Álvaro hubo tres y tres: un primero de dulce clase y motor medido –con el que reapareció Manzanares- al que hay que sumar al nobilísimo tercero y el excelentísimo sexto que cayeron en la bolita que había sorteado Miranda por la mañana.
A partir de ahí, el triguereño se empleó en su guión más genuino y previsible desde que se abrió de capa. Miranda rentabiliza especialmente el alarde y la concesión al tremendismo; se siente mucho más cómodo en el toreo de cercanías, en los muletazos de ¡ay¡ y ¡uy¡ que en el toreo fundamental que también practica con irreprochable entrega pero sin el pulso y la tensión que otorga a esos arrimones que abrochan sus triunfos. En el tercero no faltaron las saltilleras de ordenanza, citando con el capote escondido tras la espalda; los firmísimos estatuarios... Fue un toro nobilísimo, de excelente pitón izquierdo al que apuró, una vez más, metido en la cuna y apretándose en las bernardinas. El estoconazo validó las dos orejas. Ya tenía una nueva puerta grande
Le cortaría otra al sexto, un boyantísimo ejemplar al que volvió a aplicar su catálogo habitual, incluyendo las impávidas tafalleras del quite. El toro cantó su excelencia y clase desde el primer muletazo mostrando una embestida rítmica y profunda. Pedía otras distancias pero David de Miranda, después de las primeras rondas de toreo fundamental, se afanó en ese terreno corto en el que encuentra su lugar en el mundo. Pero esas cercanías, posiblemente, no iban a permitir al animal desarrollar todo lo que llevaba dentro. Instalado en su posición volvió a buscar el arrimón, las manoletinas... La espada encalló esta vez pero volvió a pasear un nuevo trofeo. Se lo llevaron a hombros, feliz y contento. No era para menos. El momento de Luque
Más allá de ese triunfo contante y sonante hay que subrayar que la actuación más solvente y de mayor calado técnico y taurino salió de las manos de Daniel Luque. Se presunta locuacidad y el pago de algunas facturas personales eclipsan parte de la superioridad profesional que le coloca, con mucho, a la cabeza del actual escalafón de matadores. Esto es así, y debería verse reflejado en los carteles. Pero qué se le va a hacer... El diestro de Gerena mostró esa maestría lanceando con exquisito mimo al segundo pese a sus asperezas. ¡Qué manera de mover el capote, de sentir sus vuelos! La cadencia de sus cordobinas reveló el mejor toreo de la tarde. Pero Luque iba a mantener ese fondo técnico administrando las alturas y las distancias con sabiduría de alquimista ante una embestida estropajosa –se metía por dentro y arrollaba con los cuartos traseros- a la que trató con guante de seda. El estoconazo animó la petición del trofeo. Tenía peso específico pero es que estuvo muy cerca de llevarse otro de un quinto vacío y deslucido al que volvió a torear con natural firmeza, dejándole siempre la muleta en la cara hasta que dijo basta.
Dejamos para el final la reaparición de José María Manzanares que volvió a enfundarse el vestido de torear después de dos meses en el dique seco por culpa de su maltrecha espalda. Tuvo delante un enclasado primero que hizo cosas muy buenas de salida con alguna gotita de manso. Fue un toro de dulce clase y fuerzas medidas que el alicantino trasteó con corrección neoclásica. El buen trazo de su labor –un punto fría y llena de paseos- puso en sus manos una oreja. Con el rajadísimo cuarto, garbanzo negro del envío de Juan Pedro Domecq, fue imposible cualquier intento.
FICHA DEL FESTEJO
Ganado: Se lidiaron seis toros de Juan Pedro Domecq, bien presentados. El primero tuvo clase pero escasas fuerzas; deslucido el segundo; nobilísimo y de excelente pitón izquierdo el tercero; manso de carreta el cuarto; vacío de todo el quinto y excelentísimo por boyante, enclasado y repetidor el sexto.
Matadores: José María Manzanares, de corinto y oro, oreja y ovación
Daniel Luque, de salmón y plata, oreja y ovación tras petición
David de Miranda, de marino y oro, dos orejas y oreja.
Incidencias: La plaza registró tres cuartos de entrada en tarde noche muy calurosa. El subalterno Iván García saludó tras banderillear al quinto
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