Después de ocho días de Corridas Generales, la lluvia inundó la plaza de toros de Bilbao como si fuera un símbolo de hundimiento. Tormenta para despedir el festejo de Dolores Aguirre que cerró la Aste Nagusia bilbaína. Pero en medio de ese diluvio surge un arco iris sobre la histórica Vista Alegre (rebautizada Biva desde que la empresa BMF tomara las riendas de manera oficial a finales de 2019) y en el ruedo aparece Damián Castaño para lidiar el último toro de la feria con especial entrega y elegancia. Corta una oreja y el público, escondido bajo los chubasqueros, abandona los tendidos con la emoción de haber vivido una corrida de verdad, de las de Bilbao de siempre. Al fin.
Quizás sea eso lo que le ocurre a Bilbao, que ha perdido gran parte de su esencia, el toro emocionante y las rivalidades entre toreros. Cuentan los veteranos que, tras las grandes citas de la primavera, Bilbao era el gran esfuerzo del verano para los toreros, donde debían dar la cara con un toro serio que forjó el adjetivo de el toro de Bilbao. Este año solo salió ese toro dos días: las tardes de Fuente Ymbro y Dolores Aguirre. Los otros cuatro festejos fueron protagonizados por astados como los de cualquier otra feria.
Así, las Corridas Generales de Bilbao no logran diferenciarse en exceso del resto de ciclos de otras ciudades. Los carteles tampoco ofrecían ningún duelo o rivalidad importante, por lo que el público solamente respondió los días en los que se anunció Roca Rey, el primero junto a Morante y Escribano, el segundo con Ureña y Juli. Dos tardes de casi lleno, con doce mil espectadores en los tendidos. El resto de los días, las cifras se movieron entre las 3.000 y 6.000 personas, a falta de cifras oficiales.
Al hacer balance de coletudos, es de justicia destacar dos nombres por encima del resto: Miguel Ángel Perera, que estuvo a punto de desorejar a un toro de Fuente Ymbro, pero un lamentable metisaca lo dejó sin premio. El extremeño supo someter a un encastadísimo ejemplar que pedía mando y transmitía fiereza en cada arrancada. El otro, Damián Castaño, quien aprovechó las pocas embestidas francas de los de Dolores Aguirre; mando, valor y relajo en ocasiones, que le valieron una oreja en medio del aguacero y el respeto del público bilbaíno.
Del resto, destacó la puerta grande lograda por Alejandro Talavante el miércoles 23, un exagerado premio para una decidida labor ante un demasiado noble juanpedro en una tarde que los astados pecaron de docilidad. Manzanares quiso pero no interesó a casi nadie, y Morante no tenía su día, menos cuando un aficionado le descentró con una inoportuna ofensa.
También salvaron su papel Paco Ureña, quien agradó en su única tarde, Ginés Marín y Emilio de Justo, que tocaron pelo en la bochornosa tarde de los impresentables toros de Zalduendo, y Domingo López Chaves, decoroso en su adiós a Bilbao. El Juli se despidió de la plaza con una emotiva tarde, de la que pudo salir triunfante de no ser por el mal uso de la espada. Sin embargo, su toreo fue un anodino ejercicio de muletazos en línea recta, despegado y siempre hacia afuera; eso sí, muy valorado en los tendidos por los amantes de la fría tauromaquia moderna.
Capítulo aparte merece Andrés Roca Rey. Respondió a las expectativas taquilleras en sus dos tardes. Sus seguidores acudieron fieles y jalearon cada movimiento del peruano sea cual fuera su calidad. Alaridos en los desarmes, olés desenfrenados en los trapazos, locura en los momentos de peligro y peticiones de orejas sin sentido, que el presidente Matías González no quiso atender después de un pinchazo y bajonazo que habrían tirado el orgullo que le queda a Bilbao.
En el lado negativo se quedaron otros muchos espadas. Morante, el único que repitió junto a Roca Rey, fue abroncado en su primera tarde y en su segunda no pasó de apuntar intenciones con los descastados atanasios de Puerto de San Lorenzo, la misma corrida en la que Manuel Escribano no aprovechó la oportunidad de verse anunciado en un cartel de figuras; dispuso de un gran ejemplar del hierro charro, el segundo de la tarde, pero el sevillano no supo cuajarlo.
Manzanares anduvo ramplón, Ferrera no quiso y Leo Valadez no supo cómo triunfar con los buenos fuenteymbros. Al francés Juan Leal le tocó el toro de la feria, de este mismo hierro, premiado como Toro más bravo por el Club Cocherito y con el que el francés decidió ejecutar su peculiar estilo en lugar de cuajar la faena que el toro pedía y el público esperaba.
El ciclo comenzó con el festejo de rejoneo, el mismo cartel de los últimos años, con los dos Hermoso de Mendoza escoltados por Lea Vicens. A pesar de las dos orejas del hijo, la tarde apenas tuvo historia, pero sí buenos momentos a cargo de los tres caballeros. La novillada solamente dejó apuntes. Los utreros de José Cruz ofrecieron tanta nobleza como falta de energías para que las faenas de Mario Navas tuvieran la transmisión necesaria; Lalo de María se mostró aún verde, y Carlos Domínguez, poco para recordar.
Del ganado, solamente se ganaron repetir en 2024 Fuente Ymbro y Dolores Aguirre; los demás ni por presentación ni por juego, y podrían ser relevados por otros hierros sin que nadie dijera nada. Lo malo para Bilbao es la sensación de que la fiesta es ahora diferente a la que su historia reivindica. Faltaron muchos detalles superfluos que dejan un ambiente alejado para quienes conocieron años de púrpura en esta plaza. El público respondió solamente al reclamo de Roca Rey y necesita carteles más atractivos para recuperar la ilusión.
Es sabido que no soplan buenos vientos para la fiesta en Bilbao, pero está aún en el límite para su recuperación. Es un orgullo ver cómo aficionados de diferentes ciudades españolas (Madrid, Valencia, Castellón, Olot, Badajoz…) o extranjeras (Milán, Londres, París, Quito, Zacatecas…) acuden al Botxo para una cita que aún conciben como especial.
Solo cabe esperar que el aficionado bilbaíno, que seguirá durante el invierno con sus múltiples actividades de promoción en los clubes locales, no vuelva a tener que esperar once meses para ver toros en el ruedo de Vista Alegre. La publicidad de la semana de feria ha sido buena estos dos meses, pero la promoción debe hacerse durante todo el año, con un contacto directo con el aficionado de la ciudad, para que éste sienta como suyo lo que se programa en el ruedo.
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