A propósito de Chicuelo
Presentación del libro ‘Chicuelo, el arte de inventar’, número 25 de la colección ‘Tauromaquias’. el periodista Francisco March desveló los contenidos del número 52 de la Revista de Estudios Taurinos editada, como el tratado chicuelista, por el cuerpo nobiliario que mima esa Fundación de Estudios Taurinos .
El libro es una obra coral coordinada por Diego Carrasco que debe mucho al recordado Rafaelito Jiménez y su hijo Manuel –Chicuelos también como su padre y su abuelo- e incluye las firmas de Andrés Luque Teruel, José Morente, Carlos Abellá, José Luis Ramón, Eduardo Gómez Ibarra, Jean Pierre Hedoin, Manuel Escalona Franco y Federico Arnás.
Pero... ¿Quién fue Chicuelo? Manuel Jiménez Moreno (Sevilla, 1902-1967) fue un matador de toros que vivió en primera línea la radical transformación que se opera en el oficio taurino entre la Edad de Oro de José y Juan y la Guerra Civil española. Fue uno de los actores más brillantes de aquella Edad de Plata que, en su vertiente taurina, cambió los fines del arte de torear partiendo de la herencia gallista.
Hablamos de un tiempo en el que el toreo –arte popular- se enhebraba con desacomplejada brillantez al apogeo luminoso de la música, la literatura, la escena, la pintura y la arquitectura dentro del fastuoso molde del Regionalismo que ya había reinventado la propia Semana Santa. Sin salir del 89 de la Alameda de Hércules -el hogar de los Jiménez, también de Manolo Caracol o la Niña de los Peines- basta nombrar a la mujer del torero, la bellísima cupletista Dora la Cordobesita que se hizo famosa cantando las coplas de Font de Anta y quedó inmortalizada por los pinceles de Julio Romero de Torres. No podía haber mejor caldo de cultivo...El encargado de presentar este libro coral era David González, doctor en literatura e infatigable editor al frente de los sellos El Paseo y El Paseíllo, que comanda en unión de Fernando González Viñas.
Pero lo que se presumía una mera presentación terminó convirtiéndose en un invocación culta y documentada de la herencia trascendente de Manuel Jiménez, el genio de la Alameda de Hércules al que hay que ubicar en el tiempo y el espacio –profundamente creativos- en los que se inició en la profesión. González Romero incluyó a Chicuelo –pasmo de eruditos- dentro de la baraja de lo que él mismo considera sus “toreros misteriosos”. El presentador partió de una cita de Max Aub para delimitar el papel de precursor del torero sevillano. “Para serlo de veras, tiene que pasar desapercibido; si no, ya viene a inventor”, citó González antes de advertir que “la posteridad de Chicuelo sigue desapercibida”.
Para desenmarañar la madeja, siguiendo el hilo del toreo, recurrió a un estudioso fundamental, el primero –si no el único- que pone orden y codifica las fuentes del arte de torear. Hablamos del gran Pepe Alameda, verdadero reivindicador de la trascendente herencia taurina de Chicuelo, más allá del trampantojo de la chicuelina, el lance de capa que tomó el nombre del torero de la Alameda hasta simplificar o obviar su auténtico legado.
La clave estaba en Méjico, algunos años de que el torero instrumentara en la plaza vieja de Madrid la célebre faena iniciática al toro ‘Corchaíto’ de Graciliano Pérez Tabernero que supieron ver los públicos antes que la encopetada crítica de la época. Manuel Jiménez había dado la vuelta al toreo al encadenar –ligar- los naturales formando series, tandas o estrofas que otorgaban al toreo un metraje casi poético. Tan fácil, taN difícil...
La clave estaba en México
Para alcanzar esa vanguardia expresiva era necesario un nuevo molde, otro toro, embestidas más depuradas que permitieran fluir el nuevo lenguaje... Así lo apuntó David González –el toreo no es posible sin el toro- poniendo el objetivo en una ganadería azteca fundamental, la de San Mateo. “Hablamos de los años 25 a 27, cuando ‘Corchaíto’ no era sino un eral” advirtió el presentador preguntándose si la célebre faena del 24 de mayo de 1928 “no fue tal revolución sino la culminación y confirmación ante una crítica desfasada, que, mientras el público aplaudía, siguió bastante pasmada...”. Algo muy parecido –apostillamos nosotros- iba a ocurrir siete décadas después con la irrupción de Paco Ojeda. Algunos, en aquel momento tampoco se enteraron de nada.
Pero hay que volver al corazón de la Edad de Plata, a ese toreo de ida y vuelta –como una guajira flamenca- que el presentador esgrimió para volver a citar a Alameda: “Belmonte encontró un problema, Chicuelo encontró la solución”. A partir de ahí... ¿Cuál fue realmente la aportación de Manuel Jiménez? David González lo resumió de forma magistral: “Chicuelo es el creador del dibujo, el ritmo y la armonía de la tanda y de las faenas, una armonía basada en hacerle el juego a la tendencia curvada de cada pase suelto que ofrecía el toro más humillador”.
Su amplio discurso ahondó en otras claves y otros enigmas: desde el papel legislador de Gallito, los olvidos injustos y hasta los nexos conceptuales con Manolete desde dos expresiones radicalmente distintas. Pero David González, en definitiva, pretendía desvestir al torero de la Alameda de su papel de “ángel callado”. “Si dijimos al principio que Chicuelo había sido el precursor, atiendan bien a los tiempos verbales, pues, una vez leído este libro, debemos empezar a digerir la idea de que Chicuelo pasa a ser, en nuestro presente, el inventor del toreo que hoy vemos en la plaza”. Ni más ni menos...
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