Llega el invierno taurino y no trae más que tempestades y muy poca luz sobre el futuro, especialmente de cara a la temporada 2014.
El año que termina ha sido nefasto en cuanto a la asistencia de público, especialmente en plazas fundamentales como Valencia, Sevilla, Bilbao, Zaragoza y en la inmensa mayoría de las de segundo nivel y si nos adentramos en las llamadas plazas de pueblo la situación se hace insostenible.
A la escasa asistencia de público, claramente motivada por la situación económica, se añaden otras circunstancias que en 2013 se revelaron como causantes del paulatino despoblamiento en los recintos taurinos. Entre ellos la poca fuerza de las llamadas figuras del toreo actual, muy vistas, muy poco atractivas y cuyos honorarios desmesurados obligan a unos precios desorbitados de las localidades. No tiene sentido, por ejemplo, que una grada en la plaza de la Maestranza cueste más de 70 euros, o un tendido de sombra en Bilbao tenga un precio parecido.
Las empresas estiran la cuerda cada vez más para sacar adelante sus negocios, pero todo tiene un límite. No puede ser que El Juli, Morante, Manzanares, Talavante, por citar los más repetidos en los carteles de “lujo” cobren un dinero que no justifican en la taquilla. Lo cual, para mayor escarnio, repercute en los toreros modestos para los que no queda otra cosa que las migas del banquete de los de arriba.
Y tenemos el caso aberrante de un monopolio infame ejercido por quienes presionan desde su posición de privilegio. Y me estoy refiriendo al poco, casi desconsiderado tratamiento para quienes han ido sacando la cabeza del agujero con argumentos de peso, los argumentos del toreo bueno. Ahí tienen a los Adame, Del Álamo, Gallo, Aguilar o Pérez Mota. La mano negra del monopolio de los empresarios- apoderados le cierran las puertas a esta gente que viene pidiendo paso.
Está demostrado que los mismos argumentos de siempre ya no sirven y que hay que refrescar el escalafón de arriba y abaratar la fiesta.
Con lo que hay ahora no conseguimos otra cosa que seguir cavando la tumba.
Por Carlos Ilian.
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