Esto del relevo y la nueva ola tiene su trampa, pues las anquilosadas empresas hacen de la renovación un proceso lentísimo, y además el grupo de los elegidos se decide a medias entre los propios méritos de los toreros y los intereses de los taurinos
. Desconocemos si Javier Jiménez estará entre los recomendados de los mandarines del toreo (sospecho que no, pues ni lo apoderan ellos, ni ninguno de sus adláteres) pero ya les llevo diciendo hace tiempo, mucho antes de la Puerta Grande de Las Ventas, que éste es más capaz y mejor torero que la mayoría.
Y no digamos si lo comparamos con muchos de los que llevan veinte años recorriendo las ferias sin exponer un alarmar y, lo que es peor, amenazando con seguir otros veinte.
En Sevilla estuvo sensacional. Torerísimo y centrado, ambicioso (no perdonó un quite), fácil con el capote y templado e incluso artista con la muleta. La faena a su primero, el mejor toro de una corrida de Alcurrucén bastante compleja y no menos decepcionante, fue impecable.
Muy pronto le cogió el aire en redondo, logrando dos series espléndidas, y también hubo naturales largos y limpios, de un trazo magnífico.
Javier toreó con mando y buen gusto, muy asentado, y además con notable inspiración por momentos, como por ejemplo en dos trincherillas bellísimas, o cuando acompañó con el pecho algunos muletazos entre el reconocimiento de la afición.
El mal uso de la espada impidió que la petición de oreja fuera mayoritaria, pero todos esperamos impacientes que redondeada su tarde en el sexto.
Paco Ureña, porque estuvo por encima de un toro con peligro, el quinto, muy complejo en los primeros tercios, pero que se afligió ante la solvencia y seguridad de su lidiador.
Y Morante, porque dio un callado curso de toreo frente a un manso reservón por el que nadie daba un duro. Para el que chanelara un poquito del asunto, fue un gusto ver cómo se colocaba, cómo presentaba la muleta, cómo tiraba de la embestida, cómo se reunía con el toro… Lo que viene siendo, torear, nada menos.
Con la noche sobre Sevilla, compitió en quites con Javier Jiménez frente al peligroso sexto. Le pitaron por el peso de la púrpura, mientras al chaval le aplaudían. El de Espartinas brindó al maestro y se jugó la vida hasta ser dramáticamente volteado y, a la postre, herido. Volvió al toro, le arrancó pases a sangre y fuego, mató al enemigo y se marchó por su propio pie a la enfermería. Sin mirarse…
Por Álvaro Acevedo
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