El tiempo es ese río que arrastra cruel todo lo que nace.
Quien tuviera el poder de parar el tiempo para que no se llevara consigo cada gesto, caminar, ser y estar de José Tomás en Nîmes. Para que cada lance, quite, muletazo, desplante, cada cite y cada voz hibernaran en un presente indefinido.
Cogió José Tomás todos los josetomases posibles de su memoria y los esparció sobre la arena de Nîmes. Se los trajo desde cualquier esquina de su memoria para recordarlos todos. El José Tomás de los pies juntos, el del compas abierto, el de la mano baja, el del cite más retrasado, el de los pitones en cercanías, la lámpara de Aladino de los quites mexicanos... Y con todo ello dijo e hizo todo el toreo: El suyo y el de todos.
Fue mañana de sol y de luz sin sombra que, como toda felicidad que nace del alma, provocó en miles de personas llanto y risas al mismo tiempo
. Quien fuera dueño del tiempo para impedir que arrastre un sólo segundo de una mañana que ha sido la frontera sin país de un mundo de hadas que se llama antes y después.
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