Ronda, en septiembre, se torna misteriosa. La ciudad bulle en fiestas. Gentío y el ruido lo copan todo. Pero el entorno de la plaza de toros suena de manera diferente. Es algo así como el sonido del pasado, o quién sabe si es la fuerza misma del misterio. No es solo poesía lo que fluye entre estas paredes; es la presencia del espíritu de personajes que se fundieron con el alma de esta tierra.
Se celebra la corrida goyesca, pero el festejo es lo de menos. Lo importante es el recuerdo, la referencia, la cita, el peregrinaje anual… Es la presencia del Pedro Romero, a quien se dedica la feria rondeña; de Antonio Ordóñez, padre e impulsor de la goyesca; de sus amigos Hemingway y Orson Welles, y de tantas figuras señeras de toreo que han hecho el paseíllo en las 56 ediciones de esta corrida.
En esta plaza se apareció una vez el toreo, y desde entonces se le rinde una justa pleitesía anual; y hasta aquí viajan cada año gentes de todo el mundo a la caza de ese espíritu intangible de la fiesta de los toros. Aquí huele a arte, a historia, a encanto, a tradición,… Se oye el gentío de la calle, pero se escucha el sonido que emiten las piedras de esta plaza bicentenaria que encierra la historia del toreo. Este podría ser un buen lugar para morir… de arte…
Bien. Acabado el espacio para la cursilería; sentida, eso sí, pero cursi, es una pena que el paso de los años haya retenido solo la cita anual, y no la referencia taurina. La corrida goyesca es un encuentro social en el que el toro ha quedado relegado al papel de comparsa de la fiesta. El cartel de la goyesca ha ido perdiendo esencia y contenido al tiempo que ha permanecido el prestigio de la peregrinación. Acuden famosos, huyen los aficionados y persisten los extranjeros, que buscan entre las calles rondeñas el espíritu de Hemingway y Welles. Buscan y no hallan lo que el Premio Nobel y el cineasta encontraron en Antonio Ordóñez. Pero insisten en la caza y captura del misterio.
Es una tristeza que la Goyesca de Ronda, santo y seña del toreo, no sea una referencia de la tauromaquia de todos los tiempos. Que no se lidien en esta plaza los toros de más trapío y calidad ante los toreros mejor dotados para la emoción y el triunfo. Es un dolor que haya ganado la tradición social en detrimento de la autenticidad de la fiesta.
A pesar de todo, a pesar de que nada sea ya lo que debiera ser, traspasar las puertas de este recinto es casi una experiencia religiosa. Estar sentado en sus incómodos tendidos es volver 200 años atrás. Asistir a la corrida del año 2012 es un viaje por el túnel del tiempo a la modernidad.
Pero este año , se pudo vivir otra corrida en plaza de tercera, con toros correctos de presentación, mansones y tan nobles como manda la comercialidad actual, y tres toreros que pasaron la prueba sin apreturas y sin ánimo ni ocasión para romperse y provocara eso tan sutil a lo que llaman emoción.
Por Antonio Lorca en "El País".
Se celebra la corrida goyesca, pero el festejo es lo de menos. Lo importante es el recuerdo, la referencia, la cita, el peregrinaje anual… Es la presencia del Pedro Romero, a quien se dedica la feria rondeña; de Antonio Ordóñez, padre e impulsor de la goyesca; de sus amigos Hemingway y Orson Welles, y de tantas figuras señeras de toreo que han hecho el paseíllo en las 56 ediciones de esta corrida.
En esta plaza se apareció una vez el toreo, y desde entonces se le rinde una justa pleitesía anual; y hasta aquí viajan cada año gentes de todo el mundo a la caza de ese espíritu intangible de la fiesta de los toros. Aquí huele a arte, a historia, a encanto, a tradición,… Se oye el gentío de la calle, pero se escucha el sonido que emiten las piedras de esta plaza bicentenaria que encierra la historia del toreo. Este podría ser un buen lugar para morir… de arte…
Bien. Acabado el espacio para la cursilería; sentida, eso sí, pero cursi, es una pena que el paso de los años haya retenido solo la cita anual, y no la referencia taurina. La corrida goyesca es un encuentro social en el que el toro ha quedado relegado al papel de comparsa de la fiesta. El cartel de la goyesca ha ido perdiendo esencia y contenido al tiempo que ha permanecido el prestigio de la peregrinación. Acuden famosos, huyen los aficionados y persisten los extranjeros, que buscan entre las calles rondeñas el espíritu de Hemingway y Welles. Buscan y no hallan lo que el Premio Nobel y el cineasta encontraron en Antonio Ordóñez. Pero insisten en la caza y captura del misterio.
Es una tristeza que la Goyesca de Ronda, santo y seña del toreo, no sea una referencia de la tauromaquia de todos los tiempos. Que no se lidien en esta plaza los toros de más trapío y calidad ante los toreros mejor dotados para la emoción y el triunfo. Es un dolor que haya ganado la tradición social en detrimento de la autenticidad de la fiesta.
A pesar de todo, a pesar de que nada sea ya lo que debiera ser, traspasar las puertas de este recinto es casi una experiencia religiosa. Estar sentado en sus incómodos tendidos es volver 200 años atrás. Asistir a la corrida del año 2012 es un viaje por el túnel del tiempo a la modernidad.
Pero este año , se pudo vivir otra corrida en plaza de tercera, con toros correctos de presentación, mansones y tan nobles como manda la comercialidad actual, y tres toreros que pasaron la prueba sin apreturas y sin ánimo ni ocasión para romperse y provocara eso tan sutil a lo que llaman emoción.
Por Antonio Lorca en "El País".
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