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miércoles, 20 de marzo de 2013

Sobre Morante :Palabras mayores


En el quinto de corrida apareció un Morante deslumbrante. Una faena de tal compás, tanta riqueza y tanto rigor que todo lo visto antes en la semana fallera pareció de repente toreo de otro nivel y otro sentido. Es decir, que lo de Morante fue, como dicen sus fieles, “otra cosa”. Una verdadera maravilla.
Obra de arte la faena entera: desde la apertura con estatuarios –tres, la suerte cargada, y ligados en madeja a un natural y el cambiado por alto- hasta una suerte de inacabable final en que Morante, posado y descolgado, pura naturalidad, decidió recrearse sin medir ni siquiera el tiempo. Vivo el toro por la mano diestra –por la izquierda apenas quiso y hasta avisó un par de veces-, pareció sentir el hechizo de la muleta de Morante. La profunda dulzura del compás, que hace de terciopelo las embestidas que sean. Éstas, tan de toro agradecido, ahormado, seducido, acariciado.
La faena, fluida, ingeniosa, tuvo tantos pasajes tan soberbios que no habría manera de elegir uno ni de enumerarlos todos. Cumbre de un sentido privilegiado del toreo. El valor –asiento y desmayo del torero-, la delicadeza –ni un tirón, ni un enganchón, la muleta en vuelo rumboso se escurría entre los dedos -, la sencillez –hasta en los molinetes de arabesco o el kikirikí o la trincherilla o el cambio de mano por detrás-, la ligazón de la obra redonda y perfecta. El canon mismo de la belleza.
¿Carteles de toros? ¡Ya quisieran los carteles…! Cuando Morante terminaba de dar la vuelta al ruedo –un aviso, dos descabellos, no hubo petición suficiente aunque parezca mentira-, El Soro, que estaba como todas las tardes en su asiento de callejón, salió hasta la barrera, le hizo señal para que se acercara y le dio un beso.
 Fue antológico
.(COLPISA, Barquerito)

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