OBITUARIO

MANOLÍN ARMENTA, IN MEMORIAM.

Por Santi Ortiz.

"Le dio la espalda a los chiqueros, donde el toro se le iba a venir con más pujanza. Lo citó recreándose en la suerte. Permitió que se le arrancara primero, y con esas facultades que tenía, llevándolo siempre medido en la hombrera contraria, dejó llegar al miura para hacer la reunión en su misma cuna y soplarle un par reunido y en lo alto que puso en pie a toda La Maestranza".

Ese día, Manolín Armenta –un torero de los pies a la cabeza– se desmonteraba gozoso, lo mismo que hoy yo me desmontero ante su memoria.

 Ha muerto un buen banderillero, pero también, y sobre todo para mí, un amigo: un hombre con el que compartí horas de ruedo y años de vida. Un hombre que me dio una familia, la suya, y que me enseñó a estimar y a respetar una serie de valores taurinos y humanos que hoy, prácticamente, en su mayor parte han desaparecido.

Era de la vieja escuela, de aquellos banderilleros de antaño que miraban con lupa hasta cómo llevabas el lazo de las zapatillas. La sagacidad de su ojo le servía para descubrir lo bueno y lo malo de toreros y personas de una manera estricta, y, sin embargo, era un alma liberal y progresista que, en muchas ocasiones, lo situaban como un adelantado a su época.

En los años cincuenta y sesenta, cuando Manuel Moreno y luego Román Vázquez, Morenito, eran los empresarios de la plaza huelvana, haría muchos paseillos en las numerosas novilladas que se celebraban por entonces en nuestra tierra, para dejar en el público onubense, como en el de Sevilla y otras plazas, la impronta de su enorme afición y capacidad en el tercio de banderillas, donde se distinguió mucho más que en el manejo del capote.

Yo, que lo conocí en Huelva formando parte de mi cuadrilla cuando

novillero sin caballos, que la vida me unió a él en su amistad y que me acompañó haciendo las veces de mozo de espadas en los últimos toros que maté en el campo cuando ya sólo me ponía delante para celebrar cumpleaños, llevando a su hija Eva como picadora, pues picadora fue –la primera en la época del peto: la primera y la única—, y con la raza y la casta heredada del padre, siento que una parte muy viva de mi vida se ha ido para siempre con él dejándome ese vacío que sólo dejan en nosotros las personas imprescindibles.

Sirvan estas humildes líneas de homenaje al torero y al hombre y de sentido pésame a su familia y a los que disfrutamos de su amistad.