Juan José Padilla conmueve y muy hondo si tomamos en cuenta que han sido muchos años enfrentando el gran riesgo. Y que aún promete volver sin rencor y agradecido.
Ya sé que todos los toreros lo enfrentan, pero hay una clasificación que se distingue porque corre un peligro aún mayor y es la de los que no están dentro del grupo de los elegidos.
Son los que matan las corridas duras. O sea, los que se atreven con esos encierros conformados por toros enormes y de cornamentas descomunales, ágiles como gatos y que al tercer muletazo ya se enteraron en qué consiste el jueguito.
Sin embargo, más que esas ganaderías los duros en realidad son ellos, los espadas que llevan a cuestas la etiqueta de toreros de guerra.
Sin embargo, más que esas ganaderías los duros en realidad son ellos, los espadas que llevan a cuestas la etiqueta de toreros de guerra.
Todavía son capaces de acometer hazañas. Los necesitamos así, heroicos y románticos porque requerimos mitos y leyendas para sacarle lustre a esta vida cada vez más vacía.
Ahora que la afición a los toros está tan devaluada, reivindica que una herida terrorífica sirva para renovar los votos con más vocación y acreditan la hidalguía de lo que los humanos somos y de lo que podemos ser. Conviene mucho tomar nota, todavía quedan seres capaces de dar lecciones magistrales sobre la entereza y la dignidad.
Hay gente como este Juan José Padilla que con su coraje y su fe, iluminan el rincón de la miseria humana y le dan sentido a la historia, a la de nuestras vidas y a la de nuestro tiempo. El sufrimiento, las lágrimas y la sangre, si se sabe aprovecharlos, nunca son en vano. Hay personas que en lo peor de una tragedia, con sus actitudes orientan nuestra conducta, nuestra lucidez y nuestra existencia.
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