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lunes, 16 de marzo de 2015

Esperpéntico regreso de El Soro


Escribo desde la más absoluta tristeza. La gloria de El Soro (re)aparecido es la más degradante derrota para el toreo y para el toro que se haya presenciado en una plaza de primera categoría.
Un hombre tullido, hinchado como un globo, sostenido en un alza y en lucha permanente con su destrozada vida y su reconstruida rodilla, le pegó ayer pases a sus 52 años y dos décadas fuera de los ruedos al estereotipo de toro que los superdotados de la torería andante del siglo XXI exigen para sus hazañas
Nada más esperpéntico ni macabro ni más degradante. El consentimiento de Enrique Ponce, en su día grande de las bodas de plata de su alternativa, y de José María Manzanares nunca se debió producir por amor propio y dignidad profesional por muchas presiones que hubiese.

Soro aseguró el cartel de "no hay billetes" y exaltó la plaza con su sola presencia curvada, encogida la pierna que esconde una ferretería y prolongada por un alza en la zapatilla para alcanzar el suelo; el cuerpo deformado como un ocho y las facultades borradas del mapa para cualquier actividad laboral...
¿Mérito del Soro? Todo. ¿Inconsciencia? Toda y no sólo suya. Aquí existe un tribunal veterinario para examinar los toros pero no un médico para los toreros como existe en el boxeo. A Soro por suerte le salió un amigo de Juan Pedro Domecq y demostró que se pasa la sabiduría del maestro de Chiva y los abdominales de Manzanares por el forro de la taleguilla. Ni falta que le hacen para parar al toro como su osamenta le permite, clavar banderillas como un espejo deformado de su pasado -pero las clava incluso al quiebro y al violín- y pegarle pases por una y otra mano en una imagen dolorosa.
Brindó Soro a su familia en medio del alboroto todavía del tercio anterior y antes de la segunda tanda agarró una bandera de Valencia y la clavó en el centro del ruedo como Armstrong en la luna. El juampedro de bueno era santo, y el Soro disfrutó su felicidad mientras el mérito de ponerse delante de un toro caía a los límites de cuando el apoderado Morilla se tiró de espontáneo en Sanlúcar con su alza de 20 centímetros... La estocada hizo guardia y luego se hundió como un clamor. Recogió El Soro la bandera exultante y paseó una oreja que ya puestos podían haber sido dos... Vicente celebraba aquello como la victoria propia que era, como un gol en el Mundial del 82, cuando el sorismo se hallaba en plenitud.

ZABALA DE LA SERNA.http://www.elmundo.es/cultura

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