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martes, 10 de mayo de 2016

UN FAENÓN PARA LA MEMORIA

José Tomás hace inmortal su lentitud.

No hay torero que toree más despacio, más hundido en sí mismo y con las muñecas más flojas. José Tomás torea como si no estuviera ahí, como si en realidad estuviese sobre el albero flotando y abstraído de todo para fusionarse con el toro de una manera tan inexplicable como inexorable. 
Coloca la muleta, el vuelo ínfimo, la deja en la cara y tira del toro para llevarlo como prendido con un magnetismo indescifrable exactamente dónde él quiere, donde quiso ayer, donde querrá mañana y donde seguramente querrá siempre. José Tomás, el torero ‘anticatólico’ que no pudo burlar al Periscope, regresó ayer a España a la Feria de Jerez para definir su rara soledad en el toreo contemporáneo. 
Alejado de todo y de casi todo, cuando se cita en un coso con la vida es capaz de sublimar el arte de torear en recónditos vericuetos para aliarse con su rara pureza aparentemente frágil para distorsionar el tiempo. 


Su última tarde databa de México un 31 de enero; la temporada que ayer dio comienzo para él parece que será más corta de lo que esperan los partidarios pero más larga de lo que anhelan los agoreros. Se sabe que estará en Alicante. No más. 
Acaso el tiempo de su toreo se mueve a impulsos de lo que le dé la gana. Lo hace porque puede, porque es capaz de torear por gaoneras de verdad, con los talones asentados, el medio pecho al descubierto, todo el peso del cuerpo donde no hay escapatoria, como ese inicio por estatuarios en el centro geométrico del ruedo. 
Dos series en redondo para probar la embestida y luego cuajarlo al natural a la velocidad con la que pasean los caracoles. El toreo es lo que le cuesta al toro pasar por su cintura, más allá de la largura, más allá de cualquier recurso para esconder la verdad de lo que hace sublime este arte en entredicho. Acabó por estatuarios, de nuevo, y otra vez en un palmo. Estoconazo y dos orejas y rabo. Magnífico. El segundo de su lote tuvo menos compás en su embestida. 
El de Galapagar lo fue macerando a media altura con la derecha para destaparse después al natural con algún lance suelto sublime, caído el vuelo, de arriba abajo, la pierna de salida adelantada, la perfección. Una oreja sumó a su botín en una tarde de buenos toros de Núñez del Cuvillo que propiciaron sendos triunfos en todo caso menores de Juan José Padilla y un José María Manzanares en un momento de extraña oscuridad en su toreo. Sólo se mantiene por la espada, la fiel aliada que le permitió cortar dos orejas al enclasado tercero tras una faena marcada por la colosal distancia entre él y el burel.por 

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