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martes, 29 de enero de 2013

La experiencia ha sido un fracaso; la idea sigue siendo igual de válida


A simple vista, la experiencia de cubrir Las Ventas se ha cerrado con un sonoro fracaso, que por fortuna no ha causado daños mayores, ni a las personas, ni al inmueble. Pero los errores que hayan podido cometerse, ya sea por quienes proyectaron la obra, ya por quienes la realizaron, no puede extrapolarse hasta llegar a descalificar sine die esa vieja aspiración de tantos aficionados porque Las Ventas ofrezca ese mínimo de confortabilidad que hoy permite la vida moderna. La experiencia ha sido negativa; pero la idea sigue siendo igual de válida que antes.


Habrá que esperar al informe de los técnicos, que por tratarse de un local de uso público, y por consiguiente, con riesgos para las personas, convendría que fuera realizado por expertos independientes tanto a la empresa que proyectó la cubierta como a la que la construyó. Al fin y al cabo, el proyecto había sido supervisado y aprobado por los técnicos del Ayuntamiento de Madrid, que también tendrán algo que decir, si no quieren incurrir en responsabilidades.
Pero así, a primera vista, las apariencias al menos llevan a pensar que el fiasco de la cubierta de Las Ventas y su inmediato derrumbe se engloba en ese capítulo tan hispano de la chapuza nacional. Pero sea o no chapuza, lo cierto es que ha causado un importante perjuicio económico a sus promotores, a los que en pura lógica alguien deberá indemnizar.
Sin embargo, el mayor daño de este desastre constructivo se le genera gravemente a la propia idea de cubrir la plaza de toros de Madrid, una vieja y justificada aspiración de muchos aficionados, que no tienen por qué renunciar a que un recinto taurino ofrezca al espectador ese mínimo de confort que brinda la vida moderna.
Vista la negativa experiencia, va a costar trabajo volver a convencer a las autoridades públicas, tanto a las que son propietarias del coso como a las que deben autorizar las obras, de llevar adelante un nuevo proyecto. Sin embargo, esa sería una reacción desproporcionada, por no decir injusta.
No es pensable, con los avances tecnológicos de hoy, que resulte un empeño imposible dotar a la plaza de Las Ventas de una cubierta que permita, en primer término, que el espectador taurino, pero también a sus protagonistas en primer persona, se vea privado de asistir a los espectáculos con una mayor comodidad, y sin las perniciosas consecuencias del viento y de la lluvia.
Pero tampoco sería justificable un cerrarse en el “no” desde el punto de vista empresarial. En los actuales momentos de la Fiesta, los promotores necesitan acudir a una diversificación de sus ingresos para sostener todo lo que arrastra un festejo taurino. Una de las fórmulas posibles radica, precisamente, en esta utilización extrataurina de las instalaciones.
Se mire por donde mire, constituiría un error mezclar sin mayor distinción el fracaso concreto y puntual de quienes han construido esta cubierta provisional --que más ha resultado ser una boina que se cae con un soplo-- con la idea original y tantas veces reclamada de cubrir el recinto, respetando todos los condicionantes propios de un inmueble considerado de valor histórico artístico.
De la misma forma, resulta contrario a los tiempos que vivimos que por no negociar con un determinado número de abonados, no se dote a los tendidos de asientos más confortables que el puro y simple granito.
En suma, los que proyectaron y construyeron la susodicha cubierta son los que deberán dar cuenta de lo ocurrido y, en su caso, asumir las consecuencias. Pero eso no puede conducir a abandonar sine die un proyecto que sigue teniendo la misma validez que antes de que se les ocurriera a los técnicos del caso hacer sus planos y ejecutar el proyecto ahora fracasado

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