La búsqueda incansable de la suavidad puede acabar con la fiesta de los toros. Y si no, al tiempo. Las figuras de hoy están empeñadísimas en ello y seguro que lo consiguen más pronto que tarde. Lo uno y lo otro: la suavidad total y la desaparición de la fiesta.
Mientras toreros como Morante, El Juli y Talavante no entiendan que el toro moderno, estos de Garcigrande o cualquier otro de los apetecidos y exigidos por ellos, carecen de la más elemental emoción, que es condición indispensable para la pervivencia de la fiesta, no habrá futuro despejado.
Gordos, los toros elegidos por las figuras, con las fuerzas muy justas, ahogados algunos de ellos a las primeras de cambio, pero nobles y bondadosos hasta la idiotez. Ese es el toro que expulsa a la gente de las plazas; ese es el toro que aburre y desespera; el toro antitaurino. Pagar 100 euros por un tendido de sombra y calarte hasta los huesos —cayó una fina lluvia durante todo el festejo— porque la tarde no estaba para llover y has dejado el paraguas en casa merece, al menos, el sufrimiento incontenible de una buena tarde de toros. Pero no; estos de Garcigrande no hacen afición. No fijan población taurina en las plazas más allá de espectadores ocasionales ávidos de diversión y orejas facilonas.
Ese es el toro que buscan las figuras, ese toro tan noble que se convierte en un juguete en sus manos, ese toro que encierra riesgo, claro que sí, pero parece un muñeco. He aquí el resultado de las exigencias de las figuras: una tarde desesperante. El toro antitaurino tiene estas cosas. A ver si se enteran…
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