Bravura, toreabilidad y fiereza, la trilogía central del toro de lidia y su compleja selección.
Cuando se atraviesa una etapa de transición en la cabaña de bravo, en el fondo lo que se vive es una cierta pugna por la preponderancia de unos factores sobre otros de los que caracterizan al toro de lidia. Si hace más de un siglo todo quedaba circunscrito a la bravura --un concepto sin explicación unívoca en esta época--, modernamente el debate gira entorno a una trilogía: bravura, toreabilidad y fiereza.
Lo ideal, como reconocía Juan Pedro Domecq Solís, último gran impulsor de estas cuestiones, radica en combinar los tres elementos en proporciones adecuadas para mantener el carácter natural del toro. Pero a nadie se le oculta que se trata de una combinación con tantas variables, directas e indirectas, que aproximarse a lo ideal resulta difícil y complejo, además de arriesgado
No está demás comenzar por lo más elemental:
La bravura es un factor genético, que se transmite entre las generaciones de forma sucesiva.
En la gestión de ese factor hereditario radica el gran misterio de las labores ganaderas. No se puede ocultar que se trata de un cometido con grandes dificultades, porque el acierto no se conoce así que pasen al menos cuatro años, mientras que el error tiende a pervivir con constancia.
A partir de ahí, algunos estudiosos explican que la bravura es la manifestación de un instinto; otros, en cambio, se inclinaban por primar sobre todo el concepto de carácter, en la acepción que la genética da a semejantes términos, aunque ello plantea algunas dudas: si analizan los comportamientos de un toro bravo chirría un poco considerar que todo aquello que hace sea a la defensiva; de hecho, siempre se mantuvo que un toro que se pone a la defensiva era, justamente, no bravo.
Pero tanto si es un carácter, como si la consideramos un instinto, o como si se conjuntan ambos, podría decirse que la bravura debe responder a unos comportamientos ofensivos, aunque tan solo sea por un razonamiento, desprovisto de todo pedigrí veterinario: el toro verdaderamente bravo se manifiesta como aquel que nunca rehuye la pelea, que siempre acude al cite y que, al final, hasta desprecia el amparo o la protección de las tablas para elegir los medios a la hora de morir.
En un lenguaje convencional, esa figura necesariamente tiene poco que ver con lo que comúnmente entendemos como defensivo.
De hecho, este era el punto de vista del gran Domingo Ortega, quien entendía que la bravura era “no un instinto de defensa, si no de ataque”.
Este tipo de teorizaciones en torno a la bravura vienen de antiguo, como corresponde a su capital influencia en lo que es la lidia y el toreo. Sin remontarnos a tiempos demasiado lejanos, el célebre padre Laburu la definía “como un instinto existente en todo animal y que el toro acomete para defenderse”.
Por su parte el veterinario Sanz Egaña la definía en su “Historia y bravura del toro de lidia” como “un instinto de liberación, un instinto ofensivo”.
Sin duda se trata de un debate muy sugerente, pero tan complejo que al final, cuando José María de Cossío en su obra monumental “Los toros” trata de resumir todo lo dicho sobre la bravura, opta por una fórmula muy simple: “Cualidad específica de los toros bravos”
Más posteriormente, el profesor Paños Martí “estima la bravura como el principal atributo con que debe contar el toro de lidia y así mismo a la embestida como una manifestación de la bravura y no la bravura en sí, y que las manifestaciones de la bravura (acometida y /o embestida) forzosamente han de estar influenciadas por la fuerza física del toro (poder) y por el modo de ser del toro (temperamento)”.
Desde una óptica más práctica, Álvaro Domecq y Díez, recordado ganadero, en su obra “El Toro Bravo”, se expresaba en estos términos: “La bravura es una cualidad visible, por cualquier persona no aficionada inclusive, del toro en la plaza, que consiste en ir siempre donde lo llaman, que se complementa con otros matices y detalles, perceptibles para los mas entendidos, que la subliman y enaltecen. Pero estos detalles son como la esencia en la condición de embestir, intrínseca, para que exista la bravura. A tal punto que, pese a que parezca una perogrullada, el toro que no embiste no es bravo y lo será tanto más cuanto más embista a los que se muevan en el ruedo delante suyo, algo distinto a la embestida en oleadas para huir o defenderse. El toro de clase no trota cuando se arranca, sino galopa. No cornea cuando llega al caballo, se entrega, empuja con los riñones y no cede. Mete siempre la cara en el capote, en la muleta, en el peto del caballo y hasta cuando se le banderillea”.
En una ponencia titulada “Tesis cultural de la bravura”, presentada en el VIII Congreso Mundial de Criadores de Toros de Lidia (Aguascalientes, México), el estudioso navarro Jorge Ramón Sarasa Juanto, ya desaparecido, realiza una explicación clara y precisa en torno al concepto bravura:
“Es la capacidad de lucha del toro hasta la muerte, con la condición de que lo haga con entrega.
La bravura del toro consiste en embestir constantemente hasta el final, sin mostrar síntomas de fatiga. Cualquier animal salvaje si le diesen tres puyazos ¿iría a más? ¿Se arrancaría más fuerte?
Esa es la cualidad que distingue el toro de otras especies.
Bravura es la capacidad de acometividad con potencia, resistencia y nobleza. Va de menos a más. El hecho de acometer y de acudir al cite es lo que caracteriza al toro de lidia.
La bravura también puede definirse como el desarrollo obtenido al seleccionar la capacidad de acometer: la fiereza seleccionada y orientada hacia la nobleza.
O sea, la bravura encaminada hacia la creación de belleza.
O en cuanto conjunción armónica de agresividad, codicia, combatividad y nobleza. De todos modos, la bravura es un concepto subjetivo y evolutivo, pero distinto de la fiereza.
La bravura es cultural, un vestigio más del paso del hombre sobre la Tierra. Con la ayuda de los genetistas se dará un salto cualitativo importante dentro de unos años.
Llegaremos a saber con exactitud cuáles son las características fundamentales de la bravura. Cuáles van unidas a otras y cuáles son contrarias”.
Por su parte, Rodrigo García González-Gordon, en su trabajo “La evaluación estandarizada de la bravura” busca sistematizar ese concepto de bravura, diferenciando hasta 8 componentes específicos:
“La bravura es un concepto multifactorial que engloba ocho dimensiones. Así, un toro bravo se caracteriza por la persistencia de su atención en los estímulos visuales y auditivos que se le presentan (1. Fijeza), debiendo mantener un nivel de actividad constante pero sometida a unos ritmos y pausas (2. Movilidad).
Para facilitar la evaluación, consideramos conveniente distinguir entre la acometividad y la embestida.
La (3. Acometividad) se refiere a la arrancada, es decir, la primera parte de la embestida.
El concepto propiamente de embestida lo hemos reservado para cuando el animal se encuentra dentro de la jurisdicción del lidiador, ya sea en el caballo (4. Embestida en el caballo) o en los engaños (5. Embestida en los engaños).
Asimismo un toro bravo debe reunir requisitos de poder, vigor, robustez y resistencia, no cayéndose durante la lidia (6. Fuerza), una embestida recta y embebida en los engaños caracterizada por la claridad y franqueza (7. Nobleza) pero sin perder por ello la combatividad, el ímpetu, la codicia y en resumen, (8. Fiereza)”.
La toreabilidad y la fiereza
Sin embargo, discursos tan claros como los anteriores, luego se hacen más complejos. Su camino no es diferente al que sigue el propio curso de la evolución del toreo y de la lidia, cuando a caballo entre los gustos de los toreros y del público, se comienza a pedir un toro de algún modo predecible. Con distintas manifestaciones, se trata de un movimiento que, en el fondo, acaba nucleando en torno a la figura, primero, de don Juan Pedro Domecq y Fuertes de Villavicencio y luego de sus sucesores.
A este propósito, acertaba el periodista Pablo Herranz cuando hace un tiempo escribía:
“Muchos dirán que la “toreabilidad” es una cosa que se ha inventado el Juan Pedro Domecq de hoy para que las figuras anduvieran aliviadas. Pues no. Se la inventó su padre o su abuelo hace décadas, cuando se dieron cuenta, junto con los toreros, que la gente estaba empezando a ir a las plazas para que se les alterase el ánimo con el resultado final, con una experiencia estética que complementase, la expectación que les producía lo que ocurría en el ruedo.
En otras palabras, la “toreabilidad” se puede entender de una forma peyorativa, como una suerte de alivio que los ganaderos han inventado para los toreros; pero, en mi opinión, es la base que, seleccionada desde la bravura, posibilita una experiencia más completa y doblemente “emocionante” de la tauromaquia”.
Si nos ceñimos a las experiencias de Juan Pedro Domecq Solís –tercera generación que dirigió la misma camada--, habría que realizar una distinción clara entre bravura y toreabilidad, que este ganadero cabalmente distingue como dos conceptos distintos, independizándolos además del concepto de fiereza. Su libro “Del toreo a la bravura” resulta muy claro en este punto.
Para él, la correlación entre fuerza y nobleza era negativa: los animales más fieros eran a su vez los menos nobles. Por eso, a la hora de establecer sus criterios de selección busca bravura y toreabilidad, en tanto el factor fiereza, al no estar relacionado con ellos ni con la nobleza, no se traslada a tales criterios.
Y así, la bravura aparece como “la capacidad del toro para luchar hasta la muerte. Por lo que, para juzgar ésta y calificar al toro, debe tenerse en cuenta su lidia en todos los tercios”.
Coherentemente sostiene que es “totalmente opuesto a que el equivalente de la bravura de los astados termine en la suerte de varas”.
La toreabilidad, en cambio, tiene que ver con el estilo que el toro tiene en esas acometidas.
A este respecto escribe:
“El conseguir que el toro persiga aquello que se mueve (capote, muleta), que es lo que entiendo por toreabilidad, resulta más fácil cuando el toro es menos fiero o tiene menos casta o raza, pero a esa toreabilidad le falta el componente esencial de la emoción, y aunque el equilibrio de toreabilidad y raza es mucho más difícil de conseguir”, ése es el objetivo que se debiera perseguir en la crianza actual de la cabaña de bravo.
Bajo este punto de vista, la toreabilidad es un concepto relativo al comportamiento, que como tal debiera complementar a la bravura, la raza y la casta del toro de lidia.
Pero, en el fondo, lo que con esta forma de entender las condiciones y cualidades del toro de lidia, lo que realmente se pone de manifiesto es la complejidad de todo el proceso de crianza y selección del ganado de bravo.
Los estudios genéticos que incluyó Domecq Solís en su libro constituyen un claro ejemplo del elevado número de factores que hay que tener en cuenta.
En la misma proporción, la dificultad de acertar crece.
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