Sudó la camiseta, y de qué manera, José Garrido para no salir maltrecho de la feria. Trabajito le costó a la presidenta sacar el pañuelo a la muerte del sexto de la tarde, que certifican que la actuación del torero había sido una demostración de entrega y pundonor y, como debe ser, una actitud tan torera tuvo su premio.
No fue la suya una actuación redonda en ninguno de sus dos toros, pero en ambos demostró una búsqueda afanosa del triunfo con capote -por verónicas y chicuelinas- y muleta, y cuando las circunstancias no le fueron propicias impuso su arrojo y su raza para demostrar que no quiere ser uno más.
No acabó de acoplarse con el noble tercero, al que siempre muleteó con apasionado ardor, y solo se lució en un par de tandas, la primera con la mano derecha, con enjundia y hondura, y la otra con la zurda, dibujada en naturales largos y hondos, llenos de aroma y empaque. Pero no quedó la sensación de que hubiera hilvanado una labor completa, de tal modo que los pañuelos no asomaron en número suficiente.
Se aplicó con más ahínco si cabe ante el sexto, de menos calidad que el anterior, pero era su último toro y decidió jugársela de verdad. Tardó en cogerle el aire a la desordenada embestida del animal, pero el público le reconoció su esfuerzo, su valentía y esa sensación de no darse nunca por vencido. Consiguió tandas ligadas por ambas manos, emocionó con dos molinetes de rodilla y se tiró a matar como si en ello le fuera la vida. Y lo dicho: el pundonor tuvo, felizmente, su premio.
EL PILAR/BAUTISTA, L. SIMÓN, GARRIDO
Toros de El Pilar, -cuarto y quinto como sobreros-, anovillados, mansos, blandos y muy nobles. Bravo y con clase el segundo, y ovacionado el tercero.
Juan Bautista: media muy baja y tres descabellos (silencio); pinchazo y media (silencio).
López Simón: pinchazo y casi entera baja (silencio); media atravesada y un descabello (silencio).
José Garrido: estocada caída (petición y vuelta); estocada (oreja).
Plaza de la Maestranza. Novena corrida de la Feria de Abril. 18 de abril. Media plaza.
Caso distinto es el de López Simón.
“Pídele a Dios que te no toque un toro bravo”, decía Belmonte a un aspirante a torero, y ahora habría que añadir ‘y que no sea artista’, porque te puede hundir. En la búsqueda constante de la nobleza, la clase, la calidad, y la dulzura, a veces salen toros almibarados que desprenden algunas de esas cualidades. Y lo que, en principio, es un éxito para el ganadero y una tranquilidad para el torero corre el riesgo de convertirse en un implacable enemigo.
Un buen toro exige un buen torero, y un artista, otro. Pero los toreros artistas se han contado con los dedos de una mano a lo largo de la historia. Y ese fue el problema de López Simón, que se ha hecho un hueco en el toreo a base de un valor estoico ante toros complicados y fieros, y llega a Sevilla y se enfrenta a un novillete bravo, encastado, pero nobilísimo, y naufraga en toda regla. Dio muchos pases y no dijo nada. El toro desprendía prontitud y ritmo, y al torero se le veía sin ideas y como en otro mundo. Repitió el sobrero quinto, pro con más sosería, y López Simón, con una aparente escasez de ideas, no acabó de cogerle el aire.
Seis corridas de toros y una novillada ha lidiado en Sevilla Juan Bautista. Su balance ha sido de 14 silencios. (El dato lo ha investigado el periodista sevillano Carlos Crivell, el mejor archivo viviente de lo sucedido en el ruedo maestrante). La estadística es demoledora y, probablemente, injusta con el torero francés, que se presentó vestido con un traje rojo, oro y azabache, que le confeccionó el modisto Cristian Lacroix para su encerrona el año pasado en Nimes.
Catorce silencios son muchos, pero es que Bautista no dijo nada. Se justificó y aburrió ante su inválido primero, y se le vio muy insípido ante el cuarto. Pero muchos silencios son esos…
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