Injusto trato para ‘Encendido’, un gran toro de vuelta al ruedo
El público, ya se sabe, suele ver veleidoso, y los criterios de los presidentes, a veces, incomprensibles. Encendido de nombre era el segundo toro de la tarde, número 151, negro mulato, de 525 kilos de peso —y primo hermano, por no decir gemelo, de Orgullito, al que el día antes se le perdonó la vida—, se fue al desolladero con una simple ovación cuando se había hecho merecedor, al menos, de una clamorosa vuelta al ruedo. Le perjudicó, quizá, el indulto del compañero, ningún espectador se atrevió a pedir tan clamoroso galardón, y el usía, quién sabe si por aquello de mantener el prestigio de la plaza, permitió que se fuera al otro mundo sin el reconocimiento que se ganó en el ruedo.
Encendido era un toro moderno, que nadie se engañe, es decir, de correcta presentación, dulce y generoso, pero de encastada nobleza que brilló, especialmente, en el último tercio. No destacó en varas, como es habitual entre sus compañeros de generación, pero persiguió en banderillas con enorme codicia y embistió a la muleta de Manzanares con un abanico de cualidades: largura, obediencia, prontitud, humillación, ritmo… y lo mejor, que fue a más, tanto que llegó a desbordar a su matador en los compases finales y destacó por encima de la faena del torero.
Aunque las comparaciones sean odiosas, poco tuvo que envidiar Encendido a Orgullito, de ahí, su cercanía en el parentesco. Y pudiera afirmarse, incluso, que este de hoy tuvo más casta que aquel que retoza ya en la dehesa salmantina. Pero así son las cosas. El triunfo de Orgullito ha dejado sin premio a Encendido. Un torazo de esos que encumbran a un torero.
José María Manzanares paseó las dos orejas de su oponente. Lo había recibido con un par de verónicas templadísimas y, después, se lució en un quite por chicuelinas, y Talavante en otro por delantales. El toro se vino arriba en banderillas y permitió que se luciera Rafael Rosa. El torero aprovechó la excelsa calidad del animal para levantar clamores con muletazos por ambas manos a los que Encendido acudía con clase y prontitud por los dos lados. Era la suya una embestida de ensueño, no exenta de casta, de modo que el torero se vio apurado en alguna ocasión por el empuje del animal. Entre ambos compusieron una bella sinfonía, aunque el respetable se inclinó por el torero, especialmente con ocasión de un cambio de manos que desembocó en un circular con la mano izquierda espectacular. Mató de una estocada en la suerte de recibir y se llevó Manzanares todos los honores. Injusto olvido el de la Maestranza y el del presidente.
No hubo Puerta del Príncipe para el alicantino, aunque tuvo oportunidad para ello pues el quinto, un inválido que a punto estuvo de volver a los corrales, fue otro bombón, con menos casta que el anterior, pero más dulzura en su comportamiento. Destacó Manzanares por naturales, pero su labor no acabó de prender en los tendidos.
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