Un cartel con aire fresco.
Sus nombres son Antonio Nazaré, Saúl Jiménez Fortes y Javier Castaño. Juntos conforman una terna de auténtica renovación y la última hornada de un relevo generacional muy escaso de efectivos, necesitado de oportunidades y que podría dotar de nuevos contenidos a unas ferias que se repiten con monótona sincronía -más allá de la cafinitrina de los mano a mano- sin ofrecer auténticos revulsivos que revoquen las tristes aguas por las que navega el toreo, directo a las cataratas. Nazaré, sevillano de Dos Hermanas, encarna el concepto más macizo y el toreo más sólido aunque no ha levantado el teléfono desde el serio toque de atención que dio en San Fermín. El malagueño Jiménez Fortes es el último intérprete del valor más volcánico y el toreo de cercanías y está consiguiendo foguearse bajo el amparo -no exento de peligros- de la todopoderosa casa Chopera. El leonés Javier Castaño ha sabido rentabilizar sus años de banquillo -después de separarse del agridulce cobijo de la casa grande que lo mantuvo en las ferias- para revelarse como un lidiador de amplios registros y un especialista llamado a liderar el estrato de las corridas duras.
Faltan muchos alicientes. Juntos o por separado podrían oxigenar el planteamiento del verano taurino para probar definitivamente su proyección. Y el que no aproveche su oportunidad, que se marche para casa. Así fue siempre en el toreo, antes de que entrara en el tortuoso monopolio que lo está condenando a morir consumido llevándolo a una crisis de interés que resucita otros modos de entender la Fiesta. Es la invocación y el repunte del torismo -en todas sus observancias- que suele ser paralela al adelgazamiento de la primera fila y a la ausencia de una buena escuadra de figuras que copen la atención y abarroten las plazas. Esa avanzadilla, con El Juli y Manzanares a la cabeza, necesita como agua de mayo dar una nueva dimensión a su puesta en escena. Quizá ha llegado la hora de la generosidad, de asumir nuevos retos y afrontar verdaderos gestos que les reconcilien con una facción del público que empieza a mirar para otro lado. No hay que darle demasiadas vueltas: Manzanares permanece en boxes y se marchó algo tocado; El Juli no termina de concretar su rebelión; Morante triunfa de Olimpiada en Olimpiada; Fandiño y Mora han marcado su propio techo; a Perera lo han exiliado del gran circuito… basta echar un vistazo a los diez primeros puestos del escalafón para darse cuenta del desquicie en el que vive este mundillo. Juzguen ustedes.
Del torismo a las vacas flacas. Hablábamos de gestos y gestas, pero también de asumir la temporada con otras perspectivas. No se trata de matar esos toros del Tío Picardías que ponen tan cachondos a la Kale Borroka del torismo. No es eso. Pero en el campo hay encierros de ganaderías que se encuentran en un gran momento, ésas que están en la cabeza de todos. No hace falta profundizar demasiado en la cabaña brava para mencionar las vacadas de Fuente Ymbro, Torrestrella, Alcurrucén, El Pilar, Puerto de San Lorenzo, Moisés Fraile… El caso es que hay vida, y variedad, más allá de Garcigrande, Cuvillo y Victoriano del Río, tres magníficas ganaderías con una veta ancha de bravura que empiezan a empachar con su inevitable omnipresencia.
Por Alvaro R. del Moral.
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