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viernes, 6 de julio de 2012

Previas pamplonicas

El abono de Pamplona se abre con perspectivas optimistas: carteles atractivos de toreros –El Juli, de mandón- y ocho ganaderías que harán bueno el renombre de una feria torista
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MÁS DE LA MITAD de los cuarenta y ocho toros elegidos, reservados y embarcados para las ocho corridas de San Fermín han aparecido retratados en la última edición del semanario taurino Aplausos. Treinta y tantas impresionantes estampas repartidas en cinco páginas a todo color. Más de la mitad de la primera de esas páginas –“San Fermín: Su Majestad El Toro”- viene ocupada por un toro Infundio, número 41, negro zaino, del hierro de Fuente Ymbro, absolutamente espectacular. Se lidia el 11 de julio.
El toro lleva calzadas en los cuernos fundas protectoras, pero no pierde en trapío lo que lleva ganado en protección de las defensas. Del mismo hierro de Fuente Ymbro fue el más ofensivo y astifino de las cuatro docenas de toros jugados en la última edición de la Feria del Toro, vulgo los sanfermines.

El título de Feria del Toro es exclusivo, intencionado e identificador. Como una marca: no la del hierro, no la del número, no la del guarismo de edad, tampoco la del logotipo de la Unión de la Criadores. Es otra marca. La que no se ve pero más se siente: el toro íntegro con todos sus atributos. El toro que mejor se paga en el mercado de bravo pero el que más trabaja de cuantos se crían.
En los corrales del Gas, en el barrio ribereño de la Rochapea, las corridas, custodiadas en corraletas con ventanal, se dejan admirar a lo largo de jornadas de visitas de casi ocho horas. El martes pasado se abrió la muestra. “¡Oh, ah, mira, buff…”! Los niños no pagan y son casi mayoría entre quienes se acercan a contemplar las piezas de ese museo de fieras en estado latente. Puestos en el escaparate del Gas, los toros de Pamplona son singular espectáculo. La asistencia, masiva.
Las otras dos funciones del toro son mucho menos pasivas. La primera y fundamental, correr de seis en seis, a partir del sábado 7 y hasta el sábado siguiente, el encierro diario de las ocho de la mañana, casi un kilómetro entre los corralillos de Santo Domingo y los corrales de la plaza de toros. Una suerte de prueba de obstáculos entre humana manigua urbana, con el arropo y guía de una manada de cabestros adiestrados, y bajo el severo control de un valiente grupo de pastores que protegen más a los toros de los corredores que a la inversa.
La segunda función, cruenta y sacrificial, consiste en luchar por la tarde en la plaza en buena lid y en presencia de casi veinte mil almas. Presencia atenta, o no tan atenta –eso depende-, y sonora: ruido hasta el tope de la escala del diapasón. La Feria del Toro es, va implícito en la etiqueta, la fiesta del toro o en torno a él. Los sanfermines encarnan la idea de un torismo tan sustancial que no precisa ni adjetivos, pero no son solo eso, sino también, y en medida relevante, una fiesta del toreo donde se rinde a los matadores culto de héroes o de dioses paganos. El toro es el tótem de estas fiestas tan tribales pero tan cosmopolitas.
Un triunfo en Pamplona es para un torero una medalla olímpica, un recuerdo imborrable, una hazaña con sabor a gesta. Un éxito en sanfermines es para un ganadero una satisfacción muy particular, porque no hay feria donde mayor y más definida sea la responsabilidad del propio criador en la selección del envío.
El programa de los sanfermines de 2012 es relativamente novedoso: se repesca a cinco matadores ausentes de la última edición (Robleño, Castaño, Tejela, Gallo y Talavante), debutan dos noveles (Nazaré y Jiménez Fortes), se estrena un ganadero jerezano afincado en Jaén (Alberto Morales, con el hierro de Torrehandilla) y se rinde homenaje a otro capital en la cría moderna (el difunto Juan Pedro Domecq Solís). Estarán hierros ganaderos que parecen indesbancables: tres de los tenidos por duros de roer (Miura, Dolores Aguirre y Cebada Gago) y cinco no de empalagar pero sí más tratables en teoría: El Pilar, Fuente Ymbro, Victoriano del Río, y las novedades de Torrehandilla y Juan Pedro.
El Juli es la estrella mayor pero no única del catálogo. Sólo él tiene el privilegio de torear dos tardes de feria. Es un reconocimiento a su trayectoria y su fuerza de primera figura, y su gesto de valedor de Pamplona. La reaparición de Padilla, torero predilecto y cómplice de las peñas, se espera como un acontecimiento. La Casa de Misericordia cumple con su generosa tradición de repetir al año siguiente sin excusa a los toreros triunfadores del año anterior o con historial memorable: Antonio Ferrera, Miguel Ángel Perera, Sebastián Castella, Rafaelillo, Joselillo, Morenito de Aranda, César Jiménez, Iván Fandiño, David Mora.
Y además tiene el detalle de ofrecer un puesto a los heridos en combate: Juan Mora, que va a torear su primer festejo de la temporada justamente en Pamplona, plaza para él talismán.
La fuerza de Hermoso de Mendoza en su país vuelve a quedar probada: la del 6 de julio será su decimoquinta tarde en terna en el cartel de San Fermín.

La crisis que lleva pasando factura en todas las ferias de 2012 –más incluso que en las dos temporadas previas- apenas se dejará sentir en el abono de Pamplona, renovado en un 98 por ciento. La ocupación media de las ocho funciones de toros en puntas y la de rejones se estima en un porcentaje parecido. El fin de semana coincidente con el chupinazo, los fastos del 7 de julio y el primer domingo de resaca, se prevé de euforia desatada dentro de un orden. Aparentemente caóticas, las fiestas de Pamplona son un ejemplo de puntualidad, diligencia, convivencia y casi estricta disciplina.
 Las corridas de toros, un paisaje explosivo. Los encierros, una aventura.
 Y el todo –los toros, la fiesta urbana pagana o no-, un rito único.
(COLPISA, Barquerito)

 




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