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sábado, 19 de marzo de 2016

LA CREMÁ

Roca Rey quemó las Fallas antes de hora. 
Una demostración portentosa de seguridad, inteligencia, imaginación y encontrar toro en cualquier terreno. Participó en quites en todos los toros, en los suyos y en los de Talavante. Y echó mano de repertorio: verónicas, tafalleras, chicuelinas, saltilleras, de frente por detrás, faroles, toda una demostración del toreo de capa. Todo tuvo su punto y seguido en la muleta, con tres toros mansos, encerrados en su propio mundo, sin querer compartir nada con el torero. Pero a los tres se los merendó con un pasmoso dominio de la situación.Firmeza y seguridad aplastantes de Roca Rey  Sale lanzado de las Fallas.


 Por estatuarios abrió la faena Roca, y, al segundo, el toro ya buscó terreno de toriles. No importó. Roca dejó que el manso eligiera campo de juego. En el tercio, por los adentros, por donde fuera. La faena tuvo firmeza, seguridad, imaginación, juegos malabares… Un dominio total de la situación, con toro que le daba la espalda a la muleta y huía de ella. Muy encerrado en tablas, Roca acabó por manoletinas. Aprovechó con habilidad la arrancada del toro y, a paso de banderillas, dejó la espada entera, aunque algo caída.
La mascletà fallera la disparó Roca Rey en el cuarto. Otro manso que renunció a la lucha cara a cara. Pero no importó. La suerte estaba echada de parte del torero. Tres pases cambiados por la espalda, cosidos a una arrucina y dos trincherillas, ligado todo en un palmo de terreno. La faena tuvo muchas virtudes: conocimiento, seguridad, temple y versatilidad. También le dio a elegir al toro el campo de batalla. A renuncia del toro a los medios o en el tercio, los adentros fueron el terreno abonado para la causa. Entre tanto caudal, una serie con la izquierda resultó monumental, por temple, mando y valor. En toriles, la querencia natural del astado, Roca se llevó a su particular huerto al manso. 
Lo fundamental, lo clásico, o lo más superficial, también tuvo cabida. Y en la distancia corta o media, con una tremenda libertad de ideas. Dos arrucinas en bucle, con cambio de mano, uno de pecho de gran empaque y lo que se ha convertido en muletazo nuestro de cada día, bernardinas, ofreciendo toda la ventaja al toro. Fulminó al toro con la espada y puso la plaza en pie.
El sexto tampoco escondió la condición común de toda la corrida: otro manso de libro de primera enseñanza. Tuvo su momento digno en varas: se empleó en el primer puyazo y no le hizo ascos al segundo. Pero tenía sus dotes contados para la muleta. Roca se plantó de rodillas, una trincherilla y por redondos convenció al toro a seguir la muleta. El de Victoriano se vio ganado en la batalla y tocó a retirada. No importó. Roca volvió a poner la inteligencia a favor de la lidia y dio el visto bueno al manso en su capricho por las tablas. Inteligente Roca, con la muleta muy en la cara del toro para que no volviera grupas, la faena fue un mandato firme. En su libre campar por la arena, el toro obligó a que la faena cambiara de terrenos constantemente. Pero Roca nunca desmayó en su empeño. El postre fue un espectáculo: una serie de naturales con las dos rodillas en tierra. Una dimensión enorme de este torero.

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